Hoy las cosas han
cambiado y la Semana Santa se ha convertido en un festín para los sentidos, en
un lugar de encuentro de creyentes y no creyentes
FEDERICO SORIGUER. Médico
y miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Recién llegada la democracia y habiendo conseguido la alcaldía, Pedro
Aparicio recibió la llamada del señor Obispo pidiéndole una intervención de
urgencia. Unos militantes del PSOE de una municipio de Málaga se habían llevado
la imagen de la patrona a la Casa del Pueblo, porque para eso era la patrona
'del pueblo'.
En Sevilla, en los años anteriores a la transición conocí a Isidoro Moreno,
un joven profesor de antropología de la Universidad que era clandestino ante la
dictadura por ser dirigente del PTA (Partido de los Trabajadores de Obediencia
Marxista-leninista) y lo era también por salir de nazareno en la semana santa
sevillana, lo que no era en absoluto entendido por sus rojísimos
correligionarios, especialmente por Eladio García Castro su secretario general
a nivel estatal. Como se ve, las contradicciones de la izquierda con la Semana
Santa no vienen de ahora. No le ha ocurrido lo mismo a la derecha que siempre
ha tenido muy claro que su sitio estaba detrás, delante y al lado de los
tronos. Pero la democracia le ha sentado muy bien a la Semana Santa.
Recuerdo siendo aun un adolescente, las dificultades que en los años
cincuenta y sesenta, tenían los hermanos mayores de algunas cofradías andaluzas
para sacar a los santos a la calle, especialmente con los 'hombres de trono'
los que les llevó, incluso, a sustituir a los costaleros por ruedas, ante la
dificultad para contratarlos. Eran los tiempos en los que la colusión entre las
cofradías, el régimen franquista y la Iglesia era tal, que, sinceramente, las
procesiones aburrían hasta a las más fieles ovejas. Hoy las cosas han cambiado
y la Semana Santa se ha convertido en un festín para los sentidos, en un lugar
de encuentro de creyentes y no creyentes que, juntos, ponen todo su impulso
vital para que el gran espectáculo se pueda producir año tras año. Pocas cosas
tan civilizadas como este pacto, en el que como siempre, han sido los
descreídos los más generosos. Pero tampoco hay que menospreciar el esfuerzo que
la jerarquía hace por ceder, al menos durante una semana, parte del poder que
el resto del año ejerce sobre el ritual sacro.
Porque esta semana, popular, religiosa y mundana al mismo tiempo, revive el
éxito de aquella religión que derrotada políticamente por la Reforma (los
países más poderosos del mundo son protestantes), ha conseguido su mayor éxito
en el SUR con esta explosión de los sentidos, de la imaginería y de la
representación. Y es en esta representación del drama de la pasión, en esta
des-dramatización, en donde los laicos del Sur juegan una semana al año un
papel fundamental. Una semana que contamina al resto del año y en la que
creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes, religados como si de
un gigantesco elenco se tratara, participan como actores de este gran teatro en
el que se convierten las calles de Málaga y de tantas otras ciudades andaluzas.
Y en este contexto, que algunas considerarán equivocado, el escándalo de la
participación de los militares en las procesiones resulta secundario, porque
todo es, al fin y al cabo, una gran ucronía, una reconstrucción histórica
basada en hechos posibles pero que no tienen por qué haber sucedido (de hecho
no han sucedido) tal como se narran.
Y como representación, lo importante es que resulte convincente y es aquí
donde los defensores de aquellos tres ministros cantando a grito pelado el 'Soy
el novio de la muerte' hace aguas, pues, la cuestión no es si en este país hay
o no separación de poderes sino el que estos ministros participen de una
estética militar tan pobre y anticuada. Son ya varias las generaciones que no
han hecho el servicio militar por lo que, seguramente, no sabrán lo que es el
orden cerrado que frente al orden abierto o de combate, tiene como objetivo
instruir a las tropas haciéndola maniobrera y disciplinadas, de manera que
adquiera hábitos de orden, precisión y solidaridad y que, además, contribuyan a
la brillantez y marcialidad de las paradas militares. Todo lo contrario que lo
que hace ahora la Legión que en uniforme de campaña (en vez de uniforme de gala
como correspondería a la ocasión) ha convertido su presencia en los desfiles de
Semana Santa en un número de circo que la aleja de la imagen marcial que
corresponde en la representación. Una representación que, para colmo, tiene un
número musical, el himno legionario, que siendo un hermoso y dramático cuplé,
cantan tan mal y con tanto desafino que hiere hasta a los oídos menos
sensibles.
La Legión tiene que renovar su orden cerrado. La Legión necesita un cambio
de imagen, que les libere de esa marcialidad impostada y pueril y de ese
ejercicio gimnástico-cirquense nada marcial y necesita, sobre todo, de un
director de coro que les enseñe a cantar, para que no vuelva a ocurrir esa
escena de tres ministros con las venas del cuello a punto de saltárseles,
intentando llegar a ese tono imposible al que se lanzan a grito pelado los
caballeros legionarios.
Tal vez a muchos lectores esto les parezca irrelevante, pero no debe serlo
cuando tres ministros se desplazan de Madrid para dejarse fotografiar
exhibiendo su devoción religiosa y militar al mismo tiempo. La separación entre
la Iglesia y el Estado es otra cosa y desde estas líneas no cuestionamos ni la
presencia de los políticos presidiendo las procesiones, pues contribuyen con
ella a la gran representación, ni a la del ejército que es una institución que
ha sabido hacer muy bien la transición de la dictadura a la democracia y que
solo obedece órdenes civiles. No, mi crítica si es que llega a esto, es sobre
todo de orden estético, que es un asunto indisociable de cualquier ritual,
incluido, –o especialmente–, el religioso.
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