lunes, 9 de diciembre de 2019

UNA CUESTIÓN ESTÉTICA




La Tribuna Opinión. DIARIO SUR. Domingo, 21 abril 2019,

Hoy las cosas han cambiado y la Semana Santa se ha convertido en un festín para los sentidos, en un lugar de encuentro de creyentes y no creyentes
FEDERICO SORIGUER. Médico y miembro de la Academia Malagueña de Ciencias  
Recién llegada la democracia y habiendo conseguido la alcaldía, Pedro Aparicio recibió la llamada del señor Obispo pidiéndole una intervención de urgencia. Unos militantes del PSOE de una municipio de Málaga se habían llevado la imagen de la patrona a la Casa del Pueblo, porque para eso era la patrona 'del pueblo'.
En Sevilla, en los años anteriores a la transición conocí a Isidoro Moreno, un joven profesor de antropología de la Universidad que era clandestino ante la dictadura por ser dirigente del PTA (Partido de los Trabajadores de Obediencia Marxista-leninista) y lo era también por salir de nazareno en la semana santa sevillana, lo que no era en absoluto entendido por sus rojísimos correligionarios, especialmente por Eladio García Castro su secretario general a nivel estatal. Como se ve, las contradicciones de la izquierda con la Semana Santa no vienen de ahora. No le ha ocurrido lo mismo a la derecha que siempre ha tenido muy claro que su sitio estaba detrás, delante y al lado de los tronos. Pero la democracia le ha sentado muy bien a la Semana Santa.
Recuerdo siendo aun un adolescente, las dificultades que en los años cincuenta y sesenta, tenían los hermanos mayores de algunas cofradías andaluzas para sacar a los santos a la calle, especialmente con los 'hombres de trono' los que les llevó, incluso, a sustituir a los costaleros por ruedas, ante la dificultad para contratarlos. Eran los tiempos en los que la colusión entre las cofradías, el régimen franquista y la Iglesia era tal, que, sinceramente, las procesiones aburrían hasta a las más fieles ovejas. Hoy las cosas han cambiado y la Semana Santa se ha convertido en un festín para los sentidos, en un lugar de encuentro de creyentes y no creyentes que, juntos, ponen todo su impulso vital para que el gran espectáculo se pueda producir año tras año. Pocas cosas tan civilizadas como este pacto, en el que como siempre, han sido los descreídos los más generosos. Pero tampoco hay que menospreciar el esfuerzo que la jerarquía hace por ceder, al menos durante una semana, parte del poder que el resto del año ejerce sobre el ritual sacro.
Porque esta semana, popular, religiosa y mundana al mismo tiempo, revive el éxito de aquella religión que derrotada políticamente por la Reforma (los países más poderosos del mundo son protestantes), ha conseguido su mayor éxito en el SUR con esta explosión de los sentidos, de la imaginería y de la representación. Y es en esta representación del drama de la pasión, en esta des-dramatización, en donde los laicos del Sur juegan una semana al año un papel fundamental. Una semana que contamina al resto del año y en la que creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes, religados como si de un gigantesco elenco se tratara, participan como actores de este gran teatro en el que se convierten las calles de Málaga y de tantas otras ciudades andaluzas. Y en este contexto, que algunas considerarán equivocado, el escándalo de la participación de los militares en las procesiones resulta secundario, porque todo es, al fin y al cabo, una gran ucronía, una reconstrucción histórica basada en hechos posibles pero que no tienen por qué haber sucedido (de hecho no han sucedido) tal como se narran.
Y como representación, lo importante es que resulte convincente y es aquí donde los defensores de aquellos tres ministros cantando a grito pelado el 'Soy el novio de la muerte' hace aguas, pues, la cuestión no es si en este país hay o no separación de poderes sino el que estos ministros participen de una estética militar tan pobre y anticuada. Son ya varias las generaciones que no han hecho el servicio militar por lo que, seguramente, no sabrán lo que es el orden cerrado que frente al orden abierto o de combate, tiene como objetivo instruir a las tropas haciéndola maniobrera y disciplinadas, de manera que adquiera hábitos de orden, precisión y solidaridad y que, además, contribuyan a la brillantez y marcialidad de las paradas militares. Todo lo contrario que lo que hace ahora la Legión que en uniforme de campaña (en vez de uniforme de gala como correspondería a la ocasión) ha convertido su presencia en los desfiles de Semana Santa en un número de circo que la aleja de la imagen marcial que corresponde en la representación. Una representación que, para colmo, tiene un número musical, el himno legionario, que siendo un hermoso y dramático cuplé, cantan tan mal y con tanto desafino que hiere hasta a los oídos menos sensibles.
La Legión tiene que renovar su orden cerrado. La Legión necesita un cambio de imagen, que les libere de esa marcialidad impostada y pueril y de ese ejercicio gimnástico-cirquense nada marcial y necesita, sobre todo, de un director de coro que les enseñe a cantar, para que no vuelva a ocurrir esa escena de tres ministros con las venas del cuello a punto de saltárseles, intentando llegar a ese tono imposible al que se lanzan a grito pelado los caballeros legionarios.
Tal vez a muchos lectores esto les parezca irrelevante, pero no debe serlo cuando tres ministros se desplazan de Madrid para dejarse fotografiar exhibiendo su devoción religiosa y militar al mismo tiempo. La separación entre la Iglesia y el Estado es otra cosa y desde estas líneas no cuestionamos ni la presencia de los políticos presidiendo las procesiones, pues contribuyen con ella a la gran representación, ni a la del ejército que es una institución que ha sabido hacer muy bien la transición de la dictadura a la democracia y que solo obedece órdenes civiles. No, mi crítica si es que llega a esto, es sobre todo de orden estético, que es un asunto indisociable de cualquier ritual, incluido, –o especialmente–, el religioso.


CINCO PROPUESTAS PARA UNA REFORMA SANITARIA





La Tribuna. DIARIO SUR. Lunes, 6 mayo 2019,
Los médicos deben volver a ser clínicos y no técnicos del sistema. La medicina la han convertido en una especie de ITV con la que no están satisfechos ni los pacientes ni los médicos
FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Los españoles estábamos orgullosos de nuestro sistema sanitario. Y esta conjugación en pasado del verbo estar lo dice todo. La crisis, y su lenta salida, se está llevado por delante el prestigio de la 'joya de la corona', nuestra mejor tarjeta de presentación en el extranjero, sin que nadie, al parecer, se atreva a ponerle el cascabel al gato.
En estas líneas renunciamos al análisis crítico en el que tanta y tan sesuda gente están empeñadas, para pasar directamente a hacer algunas propuestas de solución.  Primera: el Ministerio de Sanidad y Consumo, tal como está en este momento, podría, perfectamente, suprimirse. La descentralización sanitaria iniciada antes de promulgar la Ley General de Sanidad de 1986 y sancionada por esta ha sido positiva en muchos aspectos pero es la hora de hacerle al sistema sanitario autonómico 'la autocrítica'. ¿Se imaginan ustedes qué hubiera sido del sistema MIR, del programa de trasplantes español (ONT) o de la Agencia Española de Medicamentos (AEM) de haber existido 17 sistemas MIR, ONT o 17 AEM? No, no cuesta demasiado imaginarlo. Baste ver, por ejemplo, los 17 calendarios vacunales, los 17 programas distintos de detección precoz de los de errores congénitos del metabolismo o los hasta 500 euros de diferencia dedicados por persona en sanidad en función de la CC AA en la que vivas. No proponemos suprimir el Ministerio de Sanidad pero tiene que garantizar la equidad del sistema (similares inversiones entre CC AA) y su eficiencia (por ejemplo, en cuestiones como la compra de alta tecnología en donde la escala importa).
Segunda: Hay que invertir en prevención secundaria. Hasta ahora el sistema sanitario ha mantenido la retórica de la prevención primaria, lo que ha llevado a la inclusión de la 'salud' misma en la cartera de servicios de todos los «servicios de salud» (sic). Pero la prevención primaria de la salud no es un asunto del sistema sanitario. Lo es de los ministerios de Economía, Educación, Transportes, Agricultura, Industria o Medio Ambiente y aquí un largo etcétera. Son sus políticas las que afectan a la prevención primaria y no las del Ministerio de Sanidad. La función del sistema sanitario, hoy, es la prevención secundaria, que es sobre todo la prevención de las complicaciones y reagudizaciones de los enfermos. Y esto se consigue aumentando la calidad de la atención a los enfermos crónicos, que son hoy la mayoría de los pacientes que necesitan atención médica. Evitar la amputación del pie de una persona con diabetes o el reingreso de una con EPOC, por poner solo dos ejemplos, hace rentable cualquier inversión en la calidad de la atención a estas personas.
Tercera: los médicos y el resto del personal sanitario deben personalizar más la atención a los pacientes. Todo lo contrario de lo que se hace en este momento. La obsesión del sistema por los objetivos cuantitativos ha llevado a los médicos y a las enfermeras a una carrera por quién se quita de encima antes al paciente. Los pacientes se han convertido en una pelota de un partido de ping pong entre primaria y especializada y entre especialistas. Los pacientes tienen que tener un médico de referencia, de primaria y de especialidad que sea el que coordine toda la actividad clínica de los pacientes, sean o no plurisintomáticos. Es decir, los médicos deben volver a ser clínicos y no técnicos del sistema. La medicina la han convertido en una especie de ITV con la que no están satisfechos ni los pacientes ni los médicos. Una ITV, además, claramente ineficiente. Hay que cambiar de registro. Hay que estimular la personalización de la medicina. Nada que ver, por cierto, con la medicina personalizada, esa en la que se tienen puestas todas las esperanzas. Hay numerosos ejemplos, aunque aislados, dentro del sistema de que esta personalización es posible y muy eficiente.
Cuarta: Hay que fomentar la dedicación de los profesionales. No hablo de dedicación exclusiva, sino de motivación. Aquella generación de médicos que trajeron el sistema sanitario público ha desaparecido ya prácticamente. Los nuevos profesionales están educados en otros valores. Hasta ahora todo el mundo reconoce que la precariedad del sistema durante la crisis ha sido sostenida por el voluntarismo de los profesionales. No es probable que a largo plazo esto sea suficiente. Es imprescindible para que las instituciones sanitarias públicas mantengan su prestigio recuperar la idea de servicio y de vocación médica al tiempo que se devuelve el protagonismo a los profesionales a través de la participación en los órganos adecuados de los centros sanitarios. Fomentar las comisiones asistenciales, las juntas facultativas, los grupos de trabajo, las sesiones clínicas, la investigación, la docencia, son poderosos instrumentos para estimular la dedicación y la vocación médica. Un sistema de calidad asistencial es la mejor de las motivaciones profesionales. La calidad a la manera clínica no a la manera de las agencias de calidad surgidas en todos los dominios sanitarios y que tanto han contribuido a la burocratización y desprestigio de la vida profesional. Una verdadera lacra que habría que erradicar.
Quinta: por supuesto que será necesario aumentar la financiación del sistema. Durante la crisis se han detraído de la partida sanitaria entre 8.000 y 10.000 millones de euros, según las distintas fuentes. Pero con la recuperación económica deben introducirse medidas radicales, algunas de ellas arriba resumidas, que por cierto no cuestan dinero. Por último, es imprescindible un acuerdo de mínimos entre las fuerzas políticas que permita la continuidad en el tiempo de las iniciativas. Un sistema público sanitario por definición es un sistema siempre en tensión, en el que la demanda irá siempre por delante de la oferta, pues la salud es un desiderátum que como la felicidad es imposible de satisfacer en todos sus términos. Los responsables políticos deberían gestionar de manera prudente y sensata la demanda. Y es aquí en este punto donde vemos la mayor de las dificultades para cualquier reforma, pues exigiría un cierto grado de despolitización del sistema sanitario.


Los ateos también creen en Dios


Diario SUR  Sábado 22 de junio, 2019 
Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias   
                                                               

Decía Heinrich Böll: "Me aburren los ateos, siempre están hablando de Dios”.  Este periódico dedica un espacio importante a las manifestaciones religiosas  y en estas mismas tribunas  escriben con frecuencia colegas y amigos a los que admiro,  desde su posición de creyentes comprometidos con el mundo, lo que es una aclaración necesaria pues la fe en Dios y el compromiso con el mundo no son dos cuestiones que tengan por qué coincidir. En la mayoría de estos artículos hay un reconocimiento a la existencia de los otros, los ateos, con una actitud tan respetuosa como escéptica, reconociéndoles, si acaso no son  cierta condescendencia, la categoría de agnósticos. Pero agnóstico es un hallazgo semántico que lo mismo sirve para identificar a un ateo liquido que a un creyente con  dudas, que son la mayoría, como es natural. Hay en los creyentes un cierto temor a reconocer  que haya personas verdaderamente ateas. Pero a falta de pruebas más consistentes,  ateas son todas las personas que dicen serlo, como son creyentes todos los así lo afirman.  Con demasiada  frecuencia la prueba de fe es la de la práctica religiosa. Un hombre religioso se supone que debe ser creyente, lo que es mucho suponer, pues hay ateos religiosos como los hay religiosos  ateos. El caso de Don Manuel, el personaje de la novela de Unamuno: Don Manuel bueno y mártir”, es un buen ejemplo de estos últimos.  Hay una cierta confusión a la hora de considerar a una persona como religiosa. Como religiosa se suele entender a aquella persona  que se adscribe  a un determinado credo y que sigue los ritos que conciernen a ese credo. Etimológicamente la palabra religión viene de religare y  en español hoy en día se refiere al conjunto de creencias, prácticas rituales, dogmas y normas morales que están relacionados con Dios.  Pero hay también otra manera de entender la idea de religiosidad, más cercana a la verdadera naturaleza de la emoción religiosa. Hay personas que mantienen estrechos vínculos  interpersonales,  así como un sentido trascendente de su  existencia,  expresado  a través del compromiso con la sociedad y con el mundo, que a falta de otra palabra mejor,  les cuadra,  sin que chirríe demasiado,  la palabra religiosidad. Es una religiosidad laica, cuyos  miembros no pertenecen a una Iglesia ni se deben a unas normas o reglas determinadas ni se sienten obligados a aceptar  las directrices jerarquizadas de la institución. Frente a la heteronomía de los creyentes que profesan una fe determinada, estas personas que ejercen la religiosidad laica como una forma de compromiso moral, político, ciudadano y universal, reclaman el derecho a la autonomía moral. Frente a quienes creen que fuera de la ortodoxia religiosa no hay salvación, esta nueva (o no tanto) manera de entender la religión es depositaria de valores universales, como los derechos humanos, el respeto a la diferencia y a la diversidad, el compromiso con el futuro de la especie humana y del planeta Tierra.  Ser creyente a la manera tradicional es hoy irrelevante. Frente  a la fe en un Dios omnipotente, omnicomprensivo, omnisciente, es decir en un Dios inasible para los límites de lo humano, la fe en la vida como el resultado de un largo camino, que nos une con el resto de los seres animados e inanimados. La grandeza de este Dios mundano es algo menor que la del Dios de la Biblia, pero es una grandeza que se puede tocar, palpar, estudiar, interrogar. Es el Dios hecho hombre. Seguir, después de Copérnico, de Darwin, de Freud, de las dos grandes guerras mundiales,  confiando en la providencia de un Dios del que solo conocemos sus silencios o sus palabras  interpretadas no siempre por gente de fiar, es una opción, aunque  no muy convincente para cada vez más personas.  Hay muchas formas de responder a la llamada del misterio, a la angustia de la muerte,  a las grandes preguntas sin respuestas,  que no pasan necesariamente por el sobrecogimiento. El hombre de hoy  ha pasado del asombro a la curiosidad. Hoy comenzamos a saber que los hombres somos animales religiosos y morales. En esto se ha basado nuestro éxito evolutivo. No podemos no ser creyentes ni podemos dejar de ser religiosos. Dios no ha hecho el mundo,  somos los humanos los que hemos inventado a Dios. Es esta una de las razones por las que  hay tantos dioses como culturas. Y es a este Dios humanizado al que podemos adorar, temer, o rezar. Un Dios en el que todos nos podríamos encontrar. Un dios menor y necesario. Chesterton decía que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa. Llevaba razón. Cada época ha inventado sus dioses. La cuestión no es si Dios existe sino si los hombres, todos los hombres,  seremos capaces de encontrarlo en el interior de nosotros mismos. La religión cristiana lo vio lucidamente cuando imaginó el misterio de la Encarnación y lo convirtió en dogma ya en el concilio de Nicea. Veinte siglos después Darwin dio los primeros pasos para desentrañar este misterio.  Si Dios es nuestro destino, como dicen los creyentes, definitivamente todos, creyentes o no,  lo llevamos dentro, muy pegado al DNA de nuestros genes. Entonces ¿cuál es el problema?. 

Imperiofilia contra imperofobia



A FONDO. el mundo
Opinión
https://www.elmundo.es/opinion/2019/07/03/5d1b9ecbfdddffaaad8b45a9.html

·         FEDERICO SORIGUER
Miércoles, 3 julio 2019
Grabado de Teodoro de Bry muestra a españoles torturando a indios.
"La democracia es un magnífico sistema para gestionar el presente pero con serias dificultades para hacerlo con el pasado y con el futuro", decía ya Tocqueville en 1840 en La democracia en América. Nada más cierto para entender este debate a primera sangre que se ha abierto entre Imperiofobia de Elvira Roca Barea (ERB) eImperiofilia, que es sobre todo la cruzada de José Luis Villacañas contra ERB. Leí el libro de ERB antes de que se convirtiera en un best seller y me gustó. Es algo que comparto con varias decenas de miles de ciudadanos.
La tesis sostenida por ERB -y la manera de desarrollarla a lo largo del libro- me sorprendió. No soy historiador y no podría asegurar la precisión histórica de sus argumentos, pero los datos no están inventados. Sí, desde luego, interpretados. ¿Es que acaso puede ser de otra forma? A quienes hemos vivido la dictadura se nos indigestó la historia imperial de España. Pero han pasado ya varias décadas desde la muerte de Franco y muchos estamos igual de cansados del acoso y derribo al que ha sido sometido el pasado español, fomentado tras la Transición por unos intelectuales a los que, en su empeño revisionista, no les importó que se les fuera -y se les fue- el niño con el agua sucia de la bañera. ¿Cómo era posible que un pueblo que a finales del siglo XX y en muy poco tiempo se homologara con Europa pudiera tener un pasado tan miserable, esclavista, opresor, reaccionario, imperialista, inculto, clerical (la lista de adjetivos la dejo a discreción del lector)? ¿No había nada que pudiera salvarse?
De ser cierto este relato, iba a ser psicológica y sociológicamente complicado mirar de tú a tú al resto de los pueblos europeos, estos sí al parecer con un pasado glorioso y cuyos pecados históricos, frente al irredimible caso español, la historia no solo los había absuelto sino, en algunos casos, glorificado. El libro de ERB lo que hace es leer la historia de España sin pesimismo. Y esa mirada era una necesidad para muchos españoles, de izquierdas y de derechas. Pero para algunos otros esto ha sido insoportable. Es el caso de José Luis Villacañas. Acabo de terminar su libro, Imperiofilia, una verdadera impugnación a la totalidad del libro de ERB. No deja títere con cabeza. Desde el formato hasta el contenido. Tampoco soy capaz de valorar la credibilidad historiográfica de las tesis sostenidas en el libro de Villacañas, pero sí su estilo y sus formas. Página tras página el autor, filósofo consagrado y fuente de inspiración de algunos de los líderes de Podemos, intenta desmontar no solo los argumentos de Imperiofobia sino a la propia ERB. La tesis de Villacañas es que no existió tal cosa como la leyenda negra, que no existió el Imperio español, que solo fue un juego de tronos, que no hubo un conflicto entre católicos y protestantes, que el Imperio británico fue ejemplar, que todos, absolutamente todos los datos del libro de ERB son o equivocados o inadecuados, cuando no falsos.
He aquí un resumen de las descalificaciones que aparecen repetidas en numerosas ocasiones para catalogar el libro de ERB y a la propia ERB: «Dañino», «peligroso», «ofensiva reaccionaria», «artefacto ideológico», «descarado», «darwinista», «nietzscheana», «supremacista», «reduccionista», «brutal», «antieuropeo», «racista», «alter ego de Steve Bannon», «antiintelectual», «tosca», «ignorante», «libelo populista intelectual reaccionario y malsano», «a mitad de camino entre Buster Keaton y Groucho Marx», «mesiánica», «franquista», «caótica», «imperialista, sobre todo imperialista», «sionista» y «antisionista» (según la página), «sarracena», «proamericana», «antibritánica», «antieuropea», «pintoresca», «descarada», «graciosa», «estrafalaria», «monstruosa», «alarmante», «sádica», «sepulturera», «falta de objetividad, serenidad y discreción de juicio», «incapacidad reflexiva», «delirante», «desfachatada», «desvergonzada», «falsaria», «fundamentalista», «ilusa», «prepotente», «desconsiderada».
Para qué seguir. Nunca había visto nada parecido en un ensayo. Ni mayor reconocimiento a una obra a cuya destrucción se dedica sin desmayo y a tiempo completo a lo largo de 262 apretadas páginas. Me ha resultado entrañable el empeño épico de Villacañas por desmontar todas y cada una de las tesis de ERB, como si le fuera la vida en ello, como si fuera en ello el destino de España, como algo que se debe combatir, pues dice: «No sé por qué se le ha dejado el campo libre a esta autora pues no es una causa perdida sino una batalla cívica necesaria». En todo caso no estaría mal que, en lugar de menospreciar -con un desdén nada seductor- la aceptación que el libro de ERB ha tenido no solo en las capas populares sino también en elites cultas profesionales y políticas, se preguntara por los motivos del masivo reconocimiento del relato de ERB, ese que según sus propias e indignadas palabras «ataca de modo insidioso y grotesco todo lo que he defendido en mi humilde obra».
Lo que es preocupante es que un eminente filósofo, con un currículo académico notable como es el caso de Villacañas, no se haya enterado de algo que ya T.S. Eliot advirtió hace muchos años: que los humanos solo somos capaces de asimilar una dosis razonable de realidad. Ha habido y hay en ciertos medios progresistas una pulsión sadomasoquista que en las últimas décadas ha flagelado a los españoles con un rigor historicista y determinista que a veces más parece un rigor mortis. Así que somos muchos los que le hemos agradecido a ERB que mirara la luna desde la otra cara. ¡Que ya era hora! Una última pregunta dejo en el aire. ¿Si Imperiofobia hubiera sido escrito por un hombre en lugar de por una mujer, habría merecido tal cúmulo de insultos y descalificaciones? Si yo fuera una (un) feminista militante, no tendría ninguna duda de cuál es la respuesta.
Federico Soriguer, médico, es miembro de la Academia Malagueña de Ciencias.


GORDOS Y FLACOS


                        SUR
Opinión

La Tribuna
La función de la ciencia no es solo investigar los mecanismos de las enfermedades sino también las causas.  Los mecanismos son necesarios para encontrar dianas terapéuticas. El estudio de las causas lo es  para la prevención

FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Martes 23 Julio 2019  08:57

Se dice de Einstein que cuando alguien le comentó que había más de 100 sabios que estaban en contra de su teoría, contestó: ¡con que uno solo lleve razón¡  Las cosas porque se repitan mil veces no son necesariamente ciertas. Hice mi tesis doctoral  sobre el tejido adiposo en la obesidad. Desde entonces han pasado más de cuarenta años, cientos de miles de publicaciones científicas, y millones de euros gastados en decenas de fármacos para el tratamiento de la obesidad. ¿Y cuál es el resultado? No hay más que mirar a  nuestro alrededor.   Ángel Escalera en este periódico,  el pasado día 21 de julio,  en un excelente reportaje, recogía las opiniones de una serie de expertos en endocrinología sobre la situación actual, recalcando sus  dos demandas más significativas. La necesidad de que la obesidad sea reconocida como una  enfermedad crónica y que el Sistema Sanitario Público  recoja en su petitorio el último fármaco  comercializado (cuyo nombre en contra de toda la tradición hipocrática de independencia,  se cita). Lo diré sin ambages. Si yo fuera el ministro o la ministra de sanidad no haría ni una cosa ni la otra. La primera porque una sociedad científica no es quien  para reclamar el estatuto de enfermo para alguien. Esto era en una época en donde los médicos teníamos todo el poder del mundo pero  muy lejos del momento actual  en el que los movimientos sociales de emancipación están pidiendo y consiguiendo,  precisamente,  la despatologización de muchas entidades clínicas. Pedir que las personas obesas sean consideradas enfermos crónicos tiene algo del viejo tufo paternalista que con tanto esfuerzo los médicos nos hemos ido quitando de encima. Especialmente si la justificación es evitar la estigmatización de las personas obesas, cuando la mayor de todas las estigmatizaciones, hoy lo sabemos, es, precisamente, la catalogación  como  enfermos de millones de personas que ahora solo se consideran gordas.  Y que me disculpen mis antiguos colegas y amigos, pero  tampoco autorizaría la introducción en el petitorio del sistema sanitario público, de un nuevo fármaco para tratar la obesidad. No por capricho sino por prudencia. En el año 1999 publiqué con el Dr.Tinahones un trabajo titulado: “El principio de precaución  y el tratamiento con fármacos de la obesidad” en el que se concluía que en términos coste /beneficio no estaba  justificado el mantenimiento en el mercado de los fármacos existentes hasta ese momento para el tratamiento de la obesidad y de cómo los intereses en  conflicto entre médicos e industria farmacéutica fueron una de las razones para que algunos de los fármacos se mantuvieran más tiempo del razonable.  La historia posterior no ha hecho más que darnos la razón. A lo largo de este  siglo XXI, otros fármacos como  la  sibutramina y el rimonabant,  han sido autorizados, comercializados y después de varios años en el mercado, numerosas  complicaciones algunas muy graves  y millones de euros gastados,  han tenido que ser retirados del mercado. La historia no es nueva. Los Servicios Públicos de Salud, el andaluz entre ellos son verdaderos laboratorios de experimentación natural. El Dr. Olveira, actual director de Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología y Nutrición del  Hospital Regional (antiguo Carlos Haya), hizo la tesis doctoral sobre el consumo de fármacos antidiabéticos en Andalucía. Pudimos ver como el consumo y el gasto iba aumentando desde los años ochenta de manera lenta y progresiva como correspondía al incremento de prevalencia y a la mejora de la atención clínica de las personas con diabetes. Pero en el año 1994 ocurrió un acontecimiento inesperado. Mientras que el consumo seguía su lento crecimiento el gasto en fármacos antidiabéticos se había duplicado. ¿Qué había ocurrido?  Pues que se había introducido en el mercado un medicamento, la acarbosa, que se presentó  como una panacea terapéutica  y los médicos comenzaron a recetarla indiscriminadamente, Pocos años después ya nadie se acuerda de la acarbosa. En el intermedio los andaluces  habíamos dilapidado  millones de euros (que habían ido a los bolsillos de la compañía productora).  Podríamos seguir con los ejemplos. Así que si yo fuera ministro o ministra de sanidad ni aumentaría en 10 millones, más o menos,  el censo de enfermos nacionales, ni autorizaría el nuevo fármaco para ser recetado en la sanidad pública. Lo curioso es que en vez de ser las sociedades científicas las que ejerzan desde la responsabilidad,  sea la administración la que tenga que mantener el rigor y  la prudencia terapéutica. La función de la ciencia no es solo investigar los mecanismos de las enfermedades sino también las causas.  Los mecanismos son necesarios para encontrar dianas terapéuticas. El estudio de las causas lo es  para la prevención. Desde que Marañón publicara en el año 1926 su famoso librito “Gordos y flacos” no se ha avanzado ni un milímetro  en el tratamiento y no digamos en la prevención de la obesidad.  Lo sorprendente es que  desde el establecimiento médico  y científico apenas sale ninguna idea que ya Marañón no propusiera hace un siglo. Todos los años y en todas las declaraciones la  misma cantinela. Hay que comer menos y hacer más ejercicio. Mientras,  la incidencia de obesidad aumenta   imparable. En este tema las sociedades científicas siguen mirando al dedo del niño que señala la luna. Pero si queremos ser realmente útiles habría que comenzar a plantear el problema con otra mirada. Como en  esa famosa conversación entre el general y su ayudante de campo quienes  desde lo alto de la colina veían como sus tropas eran derrotadas. “Mi general ya que  no podemos ganar la batalla al menos deberíamos cambiar de conversación”. Y es este el único consejo que puede permitirse un medico jubilado. 

ELOGIO DE LA DEDICACIÓN




La Tribuna

Mientras que el SSP deroga el sistema de exclusividades la medicina privada comienza a utilizarlo, ¡para evitar la competencia y los conflictos de interés¡ 

FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias.
DIARIO SUR Domingo 15 de Septiembre 2019.


Este verano  la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, ha equiparado el sueldo de los médicos  con o sin dedicación exclusiva.    Mucho se ha tardado y es algo que debió de hacer el anterior gobierno.  No tenía ningún sentido que a igualdad de horario y responsabilidades, el sueldo fuera diferente.  Es posible que la dedicación exclusiva  estuviera justificada en los comienzos. De hecho era lo habitual que aquellos jóvenes médicos,  que abrieron los hospitales y centros sanitarios públicos en los años setenta  y ochenta,  llevaran con orgullo, como una distinción, su dedicación exclusiva, pues por primera vez en la historia de la medicina española  los médicos no tenían que estar pluriempleados y por un salario digno podían desarrollar su vocación,  ya fuera clínica, ya fuera docente o investigadora. Es aquella generación la que con su dedicación, modeló un  SSP del que aun hoy,  tan orgullosos se sienten muchos españoles. Pero con el paso de los años  el sistema de dedicación exclusiva  solo ha servido  para desprestigiar la idea de dedicación, que es una idea noble y sobre la que insistiremos en las líneas siguientes.  Porque la dedicación  exclusiva tal como estaba planteada no ha conseguido ni  controlar las incompatibilidades y los conflictos de intereses, que existen  en el interior del SSP, ni para fomentar la creatividad y la productividad. Al final la dedicación exclusiva parecía estar justificada solo por  una especie de desconfianza del sistema hacia quienes no optaban por ella. Así que nada que objetar a la medida. Pero quizás deberíamos  preguntarnos: ¿y ahora qué? Recientemente hablaba con una joven colega que trabaja en la medicina hospitalaria privada como autónoma. Mi colega tiene una especialidad muy competitiva y el  hospital (privado) le  ha “exigido” que si quiere seguir trabajando en el centro debe hacerlo en régimen de “dedicación exclusiva”. ¿La razón? El hospital ha comenzado a verla como una competidora.  Pero más allá de la anécdota,  la  categoría de la noticia está en que mientras que el SSP deroga el sistema de exclusividades la medicina privada comienza a utilizarlo, ¡para evitar la competencia y los conflictos de interés¡  La pregunta es: ¿cómo los va a evitar ahora el SSP?  En mi modesta opinión solo cabe ser mucho más exigentes con el régimen de incompatibilidades,  pues uno de los efectos perversos de aquel modelo era el que siendo más fácil de controlar la exclusividad,  pasaba por alto las otras  incompatibilidades, que son  la madre de todas las batallas. Porque la lista de incompatibilidades de los médicos que trabajan en el SSP, es larga. La última y más perversa la de la connivencia entre los lideres profesionales del  SSP y las compañías farmacéuticas o tecnológicas  que utilizan cualquier forma de presión para conseguir que sus productos entre en el petitorio del SSP.  Una forma consentida de cohecho blanco,  para el que la administración ha sido muy indulgente  mientras se mostraba inflexible con el control de la dedicación exclusiva de pequeñas consultas particulares que poco o nada interferían con la actividad  rutinaria del trabajo clínico.  Porque si algo parece urgente es recuperar la idea de dedicación.  Pero la dedicación es una opción vocacional no una exigencia legal.  Hasta hace no demasiado trabajar en el SSP era un privilegio. Es cierto que no se ganaba mucho dinero pero a muchos médicos nos  compensaba lo que Don Enrique Tierno Galván en los años ochenta, llamó salario cultural. Ocurrió igual con los  médicos ingleses, que pudiendo irse con cierta facilidad a USA, ganando mucho dinero,  prefirieron quedarse en GB hasta que comenzó con Blair la demolición  del National Health Service. Hoy somos los españoles los que nos vamos a GB a ocupar los huecos dejados por los ingleses.   Había autonomía profesional, había recursos, había problemas  que resolver, retos profesionales y científicos, había docencia, y sobre todo, había la posibilidad de compartir tus proyectos y tus inquietudes con otros colegas, de forma socrática unas veces,  de forma más disciplinar otras.  Como muy bien saben los sociólogos hay muchas formas de capital además del económico.  Y es de este capital “vocacional” del que hablamos y del que disfrutamos  muchas generaciones de médicos.  Yo espero que la derogación del régimen de dedicación exclusiva permita a las nuevas autoridades invertir  generosamente (es decir con inteligencia) en recuperar el valor de la dedicación sin adjetivos. Un gran hospital, un gran centro de salud no es solo, siendo importante,  un centro donde se resuelven problemas, es también un lugar donde los profesionales y trabajadores tienen la obligación y la oportunidad de devolver a la sociedad en forma de creatividad, de innovación, de conocimiento, de cuidados de los pacientes,  el privilegio que supone trabajar en el SSP.   Recuperar este sentido de pertenencia debería ser el primer objetivo de cualquier política de gestión de los recursos humanos.  La dedicación vendrá  por añadidura. Un último comentario: Ahora que ya se habla sin reservas del tercer hospital para Málaga,  convendría recordar que no fue (solo) la necesidad de aumentar el número de camas lo que llevó a reclamar su construcción,  sino (sobre todo) la de refundar el viejo Carlos Haya, en el que el sentido de pertenencia estaba bastante deteriorado por la destrucción funcional del hospital a lo largo de los años. Somos muchos los que podemos dar fe de ello. No estaría mal que volvieran a consultar.  

SEXO CONTRA GÉNERO



Conseguida la medicalización, una parte del movimiento transexual ha estado luchando políticamente para la despatologización de la disforia de género

FEDERICO SORIGUER. MÉDICO Y MIEMBRO DE NÚMERO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
Lunes, 14 octubre 2019, 08:00
En el año 1999, siendo consejero de Salud de la Junta de Andalucía José Luis García de Arboleya, se puso en funcionamiento en el Hospital Carlos Haya la primera unidad en todo el país de atención integral de las personas con disforia de género (UTIG). A lo largo de casi ya 20 años se ha adquirido una gran experiencia clínica y humana, así como incorporado todo un cuerpo teórico que ha permitido ayudar con competencia profesional, autoridad científica y empatía a varios miles de personas de Andalucía y de toda España. A finales del siglo XX el objetivo de las asociaciones de personas transexuales era conseguir que la transexualidad fuese considerada como una enfermedad, como una disforia (de género), para que las personas transexuales dejaran de estar marginadas y pudieran ser atendidas con todos los derechos en el Sistema Sanitario Público. Un objetivo que la ley satisfizo en su momento y que el trabajo de la UTIG de Málaga ha hecho posible de manera ejemplar, como muestran las encuestas de satisfacción y el reconocimiento de centenares de personas anónimas a los que los profesionales de la UTIG han ayudado a cambiar su vida. En estos años transcurridos del siglo XXI las cosas han cambiado de manera bastante radical. Conseguida la medicalización, una parte del movimiento transexual ha estado luchando políticamente para la despatologización de la disforia de género. La identidad de género, dicen, no necesita ser diagnosticada, tal como no necesita ser diagnosticada la homosexualidad (que por cierto no es una cuestión de identidad sino de orientación sexual).
La transexualidad estaría hoy tan normalizada, han argumentado los políticos que han elaborado la ley andaluza, que nadie tiene por qué sufrir («disforia») por expresarse con la identidad de sus preferencias. La fuerte presión de algunas asociaciones sobre los parlamentos autonómicos ha llevado a que CCAA como las de Andalucía, Madrid, Cataluña o el País Vasco hayan desarrollado leyes apoyando la despatologización. Esto ha generado en la práctica la disolución de las unidades de atención integrada a las personas trans. Sin embargo para satisfacer plenamente su identidad de género, al contrario que las personas homosexuales su orientación sexual, las personas trans, sí que demandan y necesitan intervenciones hormonales y/quirúrgicas, costosas, en absoluto inocuas, y la mayoría irreversibles. Y, siendo así, algo tendrá que decir la medicina y los médicos antes de proceder a satisfacer médicamente la demanda identitaria. Hay una enorme distancia entre la experiencia personal y la experiencia clínica. La primera es intransferible y no extrapolable a nadie más. La segunda está basada en la observación de series amplias que permiten, al concentrar la experiencia, un mayor poder discriminatorio sobre la diversidad y, además, aumentar la eficiencia que es algo que sabemos desde que las ideas del Reverendo Thomas Bayes se aplicaron a la evaluación de la práctica clínica. Es algo que parecen desconocer los políticos que se embarcaron en la elaboración de leyes que satisfacen solo el interés y la ideología (en este caso de género) de unas minorías sin tener en cuenta a la inmensa mayoría de personas trans que han visto cómo la calidad de la atención que se les prestaba en el sistema sanitario público, por una aplicación politizada y malentendida del principio de autonomía, ha disminuido de manera preocupante. Y todo esto, además, en un momento en el que se produce una explosión de variantes identitarias, especialmente en jóvenes, cuya nomenclatura crece día a día, de manera que hay que ser un verdadero experto para saber de qué y con quien estamos hablando. Son estas algunas de las razones por la que algunos miembros de la UTIG de Málaga llegaron a plantearse en algún momento hacer objeción de ciencia (no de conciencia que la tienen bien tranquila), pues ningún médico puede ir contra la «lex artis», es decir ningún médico puede saltarse el principio de no maleficencia al que la aplicación rígida de la leyes autonómicas les obligarían. En los últimos años, sin embargo, desde el lugar menos esperado han acudido voces muy autorizadas que tal vez ayuden a esclarecer esta ceremonia de la confusión que en las líneas anteriores hemos intentado resumir y que es probable que hayan resultado ininteligibles, al menos en parte, para un lector no iniciado. La creciente radicalización de las demandas de algunos grupos trans organizados y su notable influencia en la legislación sobre los derechos sociales, incluidos los derechos de las mujeres, ha llevado a que una parte, lo más granado, del movimiento feminista, denuncie cómo el concepto de «identidad de género» socava los derechos de las mujeres basados en el sexo. Esta ha sido la tesis defendida, entre otras, por filosofas y teóricas feministas tan prestigiosas como Amelia Valcárcel (catedrática de Filosofía Moral y Política en la UNED y miembro del Consejo de Estado), quienes, por ejemplo, en una semanario en el mes de julio en la escuela feminista Rosario Acuña, han visto con lucidez la necesidad de delimitar las fronteras entre el feminismo y la teoría 'queer'. En un manifiesto reciente, el movimiento feminista denuncia cómo los derechos de las mujeres, que habiendo sido alcanzados sobre la base del sexo, ahora están siendo socavados por la introducción en los documentos internacionales de conceptos como «orientaciones sexuales e identidades de género».
El lector interesado puede consultar el extenso documento en (http://abolitionofreality.com/). Los insultos a las firmantes del manifiesto y a las ponentes del curso no se han hecho esperar. Los miembros de la UTIG de Málaga los conocen bien. Pero ahora saben también que el trabajo que han estado haciendo tantos años en solitario ha merecido la pena pues han contribuido, como cualquier persona intelectualmente honesta puede comprobar, a la reconciliación entre el sexo y género, ahora en guerra abierta y descarnada. Un comentario final: ¿Qué pensaran ante lo que está ocurriendo todos estos médicos y psicólogos que bajo el principio de la «obediencia debida» en los últimos años han mirado para otro lado rompiendo así con lo mejor y más noble de la tradición médica? Cuando oteamos el horizonte solo se escucha el silencio de los corderos.


INTERLOCUTORES VÁLIDOS


DIARIO SUR. 23 de noviembre, 2019
Opinión



FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias.

En estas misma páginas de SUR, el pasado día 20 de Noviembre el filosofo Daniel Inneratiy, incluía a España en la categoría de las democracias “iliberales”, por su incapacidad para resolver el conflicto de Cataluña. Una cuestión para cuya solución   recomendaba “dialogo”.  Menos mal, pues a casi nadie se le había ocurrido antes esta genial solución.
Es este un  momento crítico de la política nacional en el que la formación de gobierno va a necesitar mucho dialogo.  Como Innerarity no nos dice nada  cómo y de que hay que hablar,  me he permito aquí resumir en forma de decálogo algunas premisas que   me parecen imprescindibles para que el dialogo sea fructífero.
Primero: Para hablar hacen falta “interlocutores válidos”.  Debo el concepto” a Adela Cortina quien en su libro  “Ética de la razón cordial”,   lo desarrolla como una condición necesaria para el diálogo. Dialogar exige la aceptación de unas reglas mínimas, las del interlocutor válido,  sobre las que se pueda ir construyendo una conversación.
Segundo: Quienes hablan en nombre del pueblo tienen primero que demostrar que tal cosa existe.  La palabra “pueblo” aplicada a una comunidad, es la sustitución moderna del concepto de “raza” y tan prepolítica y anticuada como esta. No existe tal cosa como un pueblo (catalán, vasco, o español) solo existe una comunidad de ciudadanos, (un demos), sujetos de derechos y por tanto sometidos al imperio de la ley. Lo demás es barbarie.  E igual ocurre con la idea de nación, esa construcción idealizada, que hunde sus raíces en un pasado  heroico, en donde habita un pueblo portador de una  cultura y unos valores comunes y por tanto políticamente homogéneos. Es por esto que el debate sobre la naturaleza de cada uno de los territorios de España es irracional,  pre político e intelectualmente prescindible.
Tercero: No existe tal cosa como los derechos históricos. Eso es tan predemocrático o más que la idea de “pueblo”. No hay pueblo sin historia. La historia tal vez explique, pero no justifica, los desvaríos del presente.  Eso se llama determinismo histórico, cuyos excesos han llevado a la desolación y a la muerte a los países que han caído en el historicismo (Popper dixit).
Cuarto: La identidad nacional es una falacia, como lo es la  reclamación de determinados derechos en nombre de las “diferencias”. El identitarismo esconde un supremacismo en el que hoy,  a “las mosquitas muertas”  postmodernas, les resulta insoportable  reconocerse. Pero no otra cosa parecen los argumentos de los soberanistas.
Quinto: El derecho de autoderminación es una fantasía postcolonial. Hay que demostrar previamente que se es un pueblo “diferente” y que se es  un pueblo oprimido. La autodeterminación de Cataluña es un sarcasmo. La autodeterminación hoy  no es sino “la secesión de los ricos” (Ariño&Romero) (Piketty), los únicos que de verdad la están consiguiendo.  Algo  que al parecer le es indiferente a tanto  revolucionario postmoderno e ilustrado. Qué  ironía.  
Sexto: La democracia plebiscitaria es la enfermedad infantil de la democracia representativa. Solo una comunidad infantilizada puede creer que decisiones tan complejas como la independencia de un trozo de un país democrático se puede resolver con una pregunta binaria e irreversible. En España desde hace 40 años el demos viene bien definido por la Constitución y ese demos se ha autoderminado más de 50 veces en estos años.   Ahora lo quieren resolver con un SI o un NO.  ¿De verdad nos creen tan estúpidos?
Séptimo: La calificación de España como estado fascista es un insulto repetido y gritado por los violentos  y por todas las angélicas almas independentistas. Refutar la  falsedad del insulto no exige mayores esfuerzos y descalifica moral e intelectualmente a quienes desde las instituciones y las calles de Cataluña lo proclaman.
Octavo: Agotados los insultos, rebatidos  los argumentos que justifican el victivismo nacionalista, el  argumentario independentista se ha refugiado en las emociones y los sentimientos. “Tú no lo puedes entender  porque no eres catalán” excluyendo así de un plumazo a la mitad mas uno de los ciudadanos de Cataluña,  a todos los oriundos como el que esto escribe y, por supuesto, al resto del mundo.  A esto,   popularmente, antes  se le llamaba “ombliguismo”. Hoy se llama “emotivismo”.  La falacia de la democracia sentimental la ha analizado magistralmente un malagueño, Manuel Arias Maldonado y al libro con el mismo título me remito.
Noveno: La  vociferación  de conceptos como  “democracia de las masas y de la calle” o   “desobediencia civil”,  es una artimaña para revestir de pontifical el incumplimiento de la ley. Cuando en una democracia alguien se salta la ley, el tercer poder del Estado, los jueces,  persiguen de oficio a los delincuentes. La democracia no está por encima de la ley. ¡Eso sí que es fascismo¡
Décimo: Llamar “tsunami democrático” a lo que está ocurriendo en Cataluña no es ni una paradoja ni un sarcasmo. Es un oxímoron.  Esa figura  retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado opuesto. Otros,  más sofisticados,  le llaman pensamiento débil.
Epílogo. ¿Alguien cree que el Sr. Torra está dispuesto a  negociar a partir de estos puntos?  Frente al emotivismo de las masas, frente al apoyo de estos demócratas pusilánimes y circunstanciales que se tornan independentistas  cuando, como adolescentes malcriados,  “algo no les gusta”,  frente a la cursilería de una izquierda infantilizada que se ha convertido en la mejor aliada del capitalismo de casino, apoyando a  las revoluciones intimistas e identitarias de los ricos, los constitucionalista tienen la obligación de unir sus voces y resistir. Para controlar los  desordenes de orden público  el estado democrático tienen el monopolio de la fuerza. Frente a la deriva ideológica de quienes desprecian, insultan e intentan destruir el orden constitucional  los ciudadanos  tenemos la obligación de utilizar hasta el agotamiento la legitimidad moral y argumental que da el pertenecer a un país democrático, pues no se le puede dejar a los enemigos de la democracia el monopolio de eso que ahora se llama el relato.