La
Tribuna. DIARIO SUR. Lunes, 6 mayo 2019,
Los médicos deben
volver a ser clínicos y no técnicos del sistema. La medicina la han convertido
en una especie de ITV con la que no están satisfechos ni los pacientes ni los
médicos
FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Los españoles estábamos orgullosos de nuestro sistema sanitario. Y esta
conjugación en pasado del verbo estar lo dice todo. La crisis, y su lenta
salida, se está llevado por delante el prestigio de la 'joya de la corona',
nuestra mejor tarjeta de presentación en el extranjero, sin que nadie, al
parecer, se atreva a ponerle el cascabel al gato.
En estas líneas renunciamos al análisis crítico en el que tanta y tan
sesuda gente están empeñadas, para pasar directamente a hacer algunas
propuestas de solución. Primera: el
Ministerio de Sanidad y Consumo, tal como está en este momento, podría,
perfectamente, suprimirse. La descentralización sanitaria iniciada antes de
promulgar la Ley General de Sanidad de 1986 y sancionada por esta ha sido
positiva en muchos aspectos pero es la hora de hacerle al sistema sanitario
autonómico 'la autocrítica'. ¿Se imaginan ustedes qué hubiera sido del sistema
MIR, del programa de trasplantes español (ONT) o de la Agencia Española de
Medicamentos (AEM) de haber existido 17 sistemas MIR, ONT o 17 AEM? No, no
cuesta demasiado imaginarlo. Baste ver, por ejemplo, los 17 calendarios
vacunales, los 17 programas distintos de detección precoz de los de errores
congénitos del metabolismo o los hasta 500 euros de diferencia dedicados por persona
en sanidad en función de la CC AA en la que vivas. No proponemos suprimir el
Ministerio de Sanidad pero tiene que garantizar la equidad del sistema
(similares inversiones entre CC AA) y su eficiencia (por ejemplo, en cuestiones
como la compra de alta tecnología en donde la escala importa).
Segunda: Hay que invertir en prevención secundaria. Hasta ahora el sistema
sanitario ha mantenido la retórica de la prevención primaria, lo que ha llevado
a la inclusión de la 'salud' misma en la cartera de servicios de todos los
«servicios de salud» (sic). Pero la prevención primaria de la salud no es un
asunto del sistema sanitario. Lo es de los ministerios de Economía, Educación,
Transportes, Agricultura, Industria o Medio Ambiente y aquí un largo etcétera.
Son sus políticas las que afectan a la prevención primaria y no las del
Ministerio de Sanidad. La función del sistema sanitario, hoy, es la prevención
secundaria, que es sobre todo la prevención de las complicaciones y
reagudizaciones de los enfermos. Y esto se consigue aumentando la calidad de la
atención a los enfermos crónicos, que son hoy la mayoría de los pacientes que
necesitan atención médica. Evitar la amputación del pie de una persona con
diabetes o el reingreso de una con EPOC, por poner solo dos ejemplos, hace
rentable cualquier inversión en la calidad de la atención a estas personas.
Tercera: los médicos y el resto del personal sanitario deben personalizar
más la atención a los pacientes. Todo lo contrario de lo que se hace en este
momento. La obsesión del sistema por los objetivos cuantitativos ha llevado a
los médicos y a las enfermeras a una carrera por quién se quita de encima antes
al paciente. Los pacientes se han convertido en una pelota de un partido de
ping pong entre primaria y especializada y entre especialistas. Los pacientes
tienen que tener un médico de referencia, de primaria y de especialidad que sea
el que coordine toda la actividad clínica de los pacientes, sean o no
plurisintomáticos. Es decir, los médicos deben volver a ser clínicos y no
técnicos del sistema. La medicina la han convertido en una especie de ITV con
la que no están satisfechos ni los pacientes ni los médicos. Una ITV, además,
claramente ineficiente. Hay que cambiar de registro. Hay que estimular la
personalización de la medicina. Nada que ver, por cierto, con la medicina
personalizada, esa en la que se tienen puestas todas las esperanzas. Hay
numerosos ejemplos, aunque aislados, dentro del sistema de que esta
personalización es posible y muy eficiente.
Cuarta: Hay que fomentar la dedicación de los profesionales. No hablo de
dedicación exclusiva, sino de motivación. Aquella generación de médicos que
trajeron el sistema sanitario público ha desaparecido ya prácticamente. Los
nuevos profesionales están educados en otros valores. Hasta ahora todo el mundo
reconoce que la precariedad del sistema durante la crisis ha sido sostenida por
el voluntarismo de los profesionales. No es probable que a largo plazo esto sea
suficiente. Es imprescindible para que las instituciones sanitarias públicas
mantengan su prestigio recuperar la idea de servicio y de vocación médica al
tiempo que se devuelve el protagonismo a los profesionales a través de la
participación en los órganos adecuados de los centros sanitarios. Fomentar las
comisiones asistenciales, las juntas facultativas, los grupos de trabajo, las
sesiones clínicas, la investigación, la docencia, son poderosos instrumentos
para estimular la dedicación y la vocación médica. Un sistema de calidad
asistencial es la mejor de las motivaciones profesionales. La calidad a la
manera clínica no a la manera de las agencias de calidad surgidas en todos los
dominios sanitarios y que tanto han contribuido a la burocratización y
desprestigio de la vida profesional. Una verdadera lacra que habría que erradicar.
Quinta: por supuesto que será necesario aumentar la financiación del
sistema. Durante la crisis se han detraído de la partida sanitaria entre 8.000
y 10.000 millones de euros, según las distintas fuentes. Pero con la
recuperación económica deben introducirse medidas radicales, algunas de ellas
arriba resumidas, que por cierto no cuestan dinero. Por último, es
imprescindible un acuerdo de mínimos entre las fuerzas políticas que permita la
continuidad en el tiempo de las iniciativas. Un sistema público sanitario por
definición es un sistema siempre en tensión, en el que la demanda irá siempre
por delante de la oferta, pues la salud es un desiderátum que como la felicidad
es imposible de satisfacer en todos sus términos. Los responsables políticos
deberían gestionar de manera prudente y sensata la demanda. Y es aquí en este
punto donde vemos la mayor de las dificultades para cualquier reforma, pues
exigiría un cierto grado de despolitización del sistema sanitario.
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