Conseguida la medicalización, una parte
del movimiento transexual ha estado luchando políticamente para la
despatologización de la disforia de género
Lunes, 14 octubre 2019, 08:00
En el año 1999, siendo consejero de Salud de la Junta de Andalucía José
Luis García de Arboleya, se puso en funcionamiento en el Hospital Carlos Haya
la primera unidad en todo el país de atención integral de las personas con
disforia de género (UTIG). A lo largo de casi ya 20 años se ha adquirido una gran
experiencia clínica y humana, así como incorporado todo un cuerpo teórico que
ha permitido ayudar con competencia profesional, autoridad científica y empatía
a varios miles de personas de Andalucía y de toda España. A finales del siglo
XX el objetivo de las asociaciones de personas transexuales era conseguir que
la transexualidad fuese considerada como una enfermedad, como una disforia (de
género), para que las personas transexuales dejaran de estar marginadas y
pudieran ser atendidas con todos los derechos en el Sistema Sanitario Público.
Un objetivo que la ley satisfizo en su momento y que el trabajo de la UTIG de
Málaga ha hecho posible de manera ejemplar, como muestran las encuestas de
satisfacción y el reconocimiento de centenares de personas anónimas a los que
los profesionales de la UTIG han ayudado a cambiar su vida. En estos años
transcurridos del siglo XXI las cosas han cambiado de manera bastante radical.
Conseguida la medicalización, una parte del movimiento transexual ha estado
luchando políticamente para la despatologización de la disforia de género. La
identidad de género, dicen, no necesita ser diagnosticada, tal como no necesita
ser diagnosticada la homosexualidad (que por cierto no es una cuestión de
identidad sino de orientación sexual).
La transexualidad estaría hoy tan normalizada, han argumentado los
políticos que han elaborado la ley andaluza, que nadie tiene por qué sufrir
(«disforia») por expresarse con la identidad de sus preferencias. La fuerte
presión de algunas asociaciones sobre los parlamentos autonómicos ha llevado a
que CCAA como las de Andalucía, Madrid, Cataluña o el País Vasco hayan
desarrollado leyes apoyando la despatologización. Esto ha generado en la
práctica la disolución de las unidades de atención integrada a las personas
trans. Sin embargo para satisfacer plenamente su identidad de género, al
contrario que las personas homosexuales su orientación sexual, las personas
trans, sí que demandan y necesitan intervenciones hormonales y/quirúrgicas,
costosas, en absoluto inocuas, y la mayoría irreversibles. Y, siendo así, algo
tendrá que decir la medicina y los médicos antes de proceder a satisfacer
médicamente la demanda identitaria. Hay una enorme distancia entre la
experiencia personal y la experiencia clínica. La primera es intransferible y
no extrapolable a nadie más. La segunda está basada en la observación de series
amplias que permiten, al concentrar la experiencia, un mayor poder discriminatorio
sobre la diversidad y, además, aumentar la eficiencia que es algo que sabemos
desde que las ideas del Reverendo Thomas Bayes se aplicaron a la evaluación de
la práctica clínica. Es algo que parecen desconocer los políticos que se
embarcaron en la elaboración de leyes que satisfacen solo el interés y la
ideología (en este caso de género) de unas minorías sin tener en cuenta a la
inmensa mayoría de personas trans que han visto cómo la calidad de la atención
que se les prestaba en el sistema sanitario público, por una aplicación
politizada y malentendida del principio de autonomía, ha disminuido de manera
preocupante. Y todo esto, además, en un momento en el que se produce una
explosión de variantes identitarias, especialmente en jóvenes, cuya nomenclatura
crece día a día, de manera que hay que ser un verdadero experto para saber de
qué y con quien estamos hablando. Son estas algunas de las razones por la que
algunos miembros de la UTIG de Málaga llegaron a plantearse en algún momento
hacer objeción de ciencia (no de conciencia que la tienen bien tranquila), pues
ningún médico puede ir contra la «lex artis», es decir ningún médico puede
saltarse el principio de no maleficencia al que la aplicación rígida de la
leyes autonómicas les obligarían. En los últimos años, sin embargo, desde el
lugar menos esperado han acudido voces muy autorizadas que tal vez ayuden a
esclarecer esta ceremonia de la confusión que en las líneas anteriores hemos
intentado resumir y que es probable que hayan resultado ininteligibles, al
menos en parte, para un lector no iniciado. La creciente radicalización de las
demandas de algunos grupos trans organizados y su notable influencia en la
legislación sobre los derechos sociales, incluidos los derechos de las mujeres,
ha llevado a que una parte, lo más granado, del movimiento feminista, denuncie
cómo el concepto de «identidad de género» socava los derechos de las mujeres
basados en el sexo. Esta ha sido la tesis defendida, entre otras, por filosofas
y teóricas feministas tan prestigiosas como Amelia Valcárcel (catedrática de
Filosofía Moral y Política en la UNED y miembro del Consejo de Estado),
quienes, por ejemplo, en una semanario en el mes de julio en la escuela
feminista Rosario Acuña, han visto con lucidez la necesidad de delimitar las
fronteras entre el feminismo y la teoría 'queer'. En un manifiesto reciente, el
movimiento feminista denuncia cómo los derechos de las mujeres, que habiendo
sido alcanzados sobre la base del sexo, ahora están siendo socavados por la
introducción en los documentos internacionales de conceptos como «orientaciones
sexuales e identidades de género».
El lector interesado puede consultar el extenso documento en
(http://abolitionofreality.com/). Los insultos a las firmantes del manifiesto y
a las ponentes del curso no se han hecho esperar. Los miembros de la UTIG de
Málaga los conocen bien. Pero ahora saben también que el trabajo que han estado
haciendo tantos años en solitario ha merecido la pena pues han contribuido,
como cualquier persona intelectualmente honesta puede comprobar, a la
reconciliación entre el sexo y género, ahora en guerra abierta y descarnada. Un
comentario final: ¿Qué pensaran ante lo que está ocurriendo todos estos médicos
y psicólogos que bajo el principio de la «obediencia debida» en los últimos
años han mirado para otro lado rompiendo así con lo mejor y más noble de la
tradición médica? Cuando oteamos el horizonte solo se escucha el silencio de
los corderos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario