lunes, 9 de diciembre de 2019

GORDOS Y FLACOS


                        SUR
Opinión

La Tribuna
La función de la ciencia no es solo investigar los mecanismos de las enfermedades sino también las causas.  Los mecanismos son necesarios para encontrar dianas terapéuticas. El estudio de las causas lo es  para la prevención

FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Martes 23 Julio 2019  08:57

Se dice de Einstein que cuando alguien le comentó que había más de 100 sabios que estaban en contra de su teoría, contestó: ¡con que uno solo lleve razón¡  Las cosas porque se repitan mil veces no son necesariamente ciertas. Hice mi tesis doctoral  sobre el tejido adiposo en la obesidad. Desde entonces han pasado más de cuarenta años, cientos de miles de publicaciones científicas, y millones de euros gastados en decenas de fármacos para el tratamiento de la obesidad. ¿Y cuál es el resultado? No hay más que mirar a  nuestro alrededor.   Ángel Escalera en este periódico,  el pasado día 21 de julio,  en un excelente reportaje, recogía las opiniones de una serie de expertos en endocrinología sobre la situación actual, recalcando sus  dos demandas más significativas. La necesidad de que la obesidad sea reconocida como una  enfermedad crónica y que el Sistema Sanitario Público  recoja en su petitorio el último fármaco  comercializado (cuyo nombre en contra de toda la tradición hipocrática de independencia,  se cita). Lo diré sin ambages. Si yo fuera el ministro o la ministra de sanidad no haría ni una cosa ni la otra. La primera porque una sociedad científica no es quien  para reclamar el estatuto de enfermo para alguien. Esto era en una época en donde los médicos teníamos todo el poder del mundo pero  muy lejos del momento actual  en el que los movimientos sociales de emancipación están pidiendo y consiguiendo,  precisamente,  la despatologización de muchas entidades clínicas. Pedir que las personas obesas sean consideradas enfermos crónicos tiene algo del viejo tufo paternalista que con tanto esfuerzo los médicos nos hemos ido quitando de encima. Especialmente si la justificación es evitar la estigmatización de las personas obesas, cuando la mayor de todas las estigmatizaciones, hoy lo sabemos, es, precisamente, la catalogación  como  enfermos de millones de personas que ahora solo se consideran gordas.  Y que me disculpen mis antiguos colegas y amigos, pero  tampoco autorizaría la introducción en el petitorio del sistema sanitario público, de un nuevo fármaco para tratar la obesidad. No por capricho sino por prudencia. En el año 1999 publiqué con el Dr.Tinahones un trabajo titulado: “El principio de precaución  y el tratamiento con fármacos de la obesidad” en el que se concluía que en términos coste /beneficio no estaba  justificado el mantenimiento en el mercado de los fármacos existentes hasta ese momento para el tratamiento de la obesidad y de cómo los intereses en  conflicto entre médicos e industria farmacéutica fueron una de las razones para que algunos de los fármacos se mantuvieran más tiempo del razonable.  La historia posterior no ha hecho más que darnos la razón. A lo largo de este  siglo XXI, otros fármacos como  la  sibutramina y el rimonabant,  han sido autorizados, comercializados y después de varios años en el mercado, numerosas  complicaciones algunas muy graves  y millones de euros gastados,  han tenido que ser retirados del mercado. La historia no es nueva. Los Servicios Públicos de Salud, el andaluz entre ellos son verdaderos laboratorios de experimentación natural. El Dr. Olveira, actual director de Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología y Nutrición del  Hospital Regional (antiguo Carlos Haya), hizo la tesis doctoral sobre el consumo de fármacos antidiabéticos en Andalucía. Pudimos ver como el consumo y el gasto iba aumentando desde los años ochenta de manera lenta y progresiva como correspondía al incremento de prevalencia y a la mejora de la atención clínica de las personas con diabetes. Pero en el año 1994 ocurrió un acontecimiento inesperado. Mientras que el consumo seguía su lento crecimiento el gasto en fármacos antidiabéticos se había duplicado. ¿Qué había ocurrido?  Pues que se había introducido en el mercado un medicamento, la acarbosa, que se presentó  como una panacea terapéutica  y los médicos comenzaron a recetarla indiscriminadamente, Pocos años después ya nadie se acuerda de la acarbosa. En el intermedio los andaluces  habíamos dilapidado  millones de euros (que habían ido a los bolsillos de la compañía productora).  Podríamos seguir con los ejemplos. Así que si yo fuera ministro o ministra de sanidad ni aumentaría en 10 millones, más o menos,  el censo de enfermos nacionales, ni autorizaría el nuevo fármaco para ser recetado en la sanidad pública. Lo curioso es que en vez de ser las sociedades científicas las que ejerzan desde la responsabilidad,  sea la administración la que tenga que mantener el rigor y  la prudencia terapéutica. La función de la ciencia no es solo investigar los mecanismos de las enfermedades sino también las causas.  Los mecanismos son necesarios para encontrar dianas terapéuticas. El estudio de las causas lo es  para la prevención. Desde que Marañón publicara en el año 1926 su famoso librito “Gordos y flacos” no se ha avanzado ni un milímetro  en el tratamiento y no digamos en la prevención de la obesidad.  Lo sorprendente es que  desde el establecimiento médico  y científico apenas sale ninguna idea que ya Marañón no propusiera hace un siglo. Todos los años y en todas las declaraciones la  misma cantinela. Hay que comer menos y hacer más ejercicio. Mientras,  la incidencia de obesidad aumenta   imparable. En este tema las sociedades científicas siguen mirando al dedo del niño que señala la luna. Pero si queremos ser realmente útiles habría que comenzar a plantear el problema con otra mirada. Como en  esa famosa conversación entre el general y su ayudante de campo quienes  desde lo alto de la colina veían como sus tropas eran derrotadas. “Mi general ya que  no podemos ganar la batalla al menos deberíamos cambiar de conversación”. Y es este el único consejo que puede permitirse un medico jubilado. 

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