lunes, 28 de marzo de 2016

LOS LÍMITES DEL DESARROLLO ANDALUZ

diario SUR. 28 marzo 201610:00
http://www.diariosur.es/opinion/201603/28/limites-desarrollo-andaluz-20160328004529-v.html

El diario SUR viene organizando unos foros de encuentro con personas importantes de la vida política y empresarial de Andalucía. El último, en el que participó el consejero de Fomento, Felipe López García, pasó revista a los logros y a los empeños de su consejería, deteniéndose en los asuntos más sensibles para Málaga como por ejemplo el metro, que acaparó buena parte de su intervención y del posterior debate. Desde la mesa el alcalde de Málaga explicó las razones de las discrepancias entre el Ayuntamiento y la Junta.
No es el motivo de esta tribuna el entrar en los detalles de la polémica ni en las razones de las dos administraciones sobre asuntos puntuales, sino de extenderme algo más en una pregunta que formulé a través del director del periódico, Manuel Castillo, quien hizo de anfitrión, moderador y animador del evento, seleccionando y presentando las preguntas del público, entre ellas la que hoy es motivo de esta tribuna. ¿Por qué si Andalucía tiene unas muy buenas infraestructuras (autovías, puertos, trenes, aeropuertos, instalaciones científicas, grandes universidades), (hechos objetivos que pocos discuten), sigue estando a la cola de los índices de desarrollo de España e incluso del resto de las regiones europeas? El consejero no contestó a esta pregunta, quizás porque fue la última, quizás porque no era el lugar, quizás porque un político no es la persona más capacitada para hacerlo, quizás y esto sería preocupante porque esta pregunta no tenga respuesta. Pero así es. Crecemos, pero no convergemos. Naturalmente que hay excepciones individuales o muy localizadas pero no convergemos como comunidad política.
Desde luego el peso de la historia es muy importante, pero ha pasado ya casi medio siglo desde la muerte de Franco y es hasta obsceno que le sigamos echando la culpa al muerto. Y sin embargo parece de gran importancia para una consejería que lleva el nombre de Fomento intentar averiguar las razones de por qué no convergemos, de por qué seguimos estando en los últimos puestos de los índices de desarrollo de la UE. Desde luego lo primero debería ser el reconocimiento de la realidad. En el foro se habló todo el tiempo de economía y el director de SUR presentó mi pregunta, para terminar el debate, con gran generosidad, como humanista. ¿Humanista, una pregunta sobre economía? Lo raro sería lo contrario.
La economía es una de las disciplinas con mayor tradición 'humanista', cualquier cosa que se entienda por este adjetivo y es precisamente el abandono de esta tradición lo que hace que las grandes iniciativas, es decir, las grandes inversiones, no den los frutos esperados. Les pondré un ejemplo modesto pero personal. Durante más de un cuarto de siglo he participado en la mayoría de las comisiones e iniciativas sobre la política científica sanitaria de Andalucía. He de reconocer aquí el gran esfuerzo inversor y gestor que los sucesivos gobiernos del PSOE andaluz han hecho en este sentido y sin embargo después de más de treinta años la producción (global) científica andaluza ha aumentado en términos absolutos pero prácticamente nada en términos relativos (respecto a la producción de Madrid, Cataluña o europea, p. e.). ¿Por qué ha sido esto así? No he visto la autocrítica en los responsables políticos.
En primer lugar, durante muchos años se dieron por satisfechos con los datos de crecimiento absoluto y, en segundo lugar, se olvidaron de que la investigación biomédica se hace en las instituciones sanitarias. Las consecuencias han sido, por un lado, que se tardó mucho tiempo en rectificar y, por otro, que hicieron un diagnóstico político y no antropológico de la realidad, lo que les llevó a hacer castillos en el aire (por ejemplo, grandes inversiones en palacios de ciencia de los que se podía alardear), al mismo tiempo que ponían en marcha una política laboral regresiva en las instituciones sanitarias. Hicieron un diagnóstico equivocado porque carecían del soporte cultural adecuado para hacerlo. Solo recientemente han comenzado a reconocer el error, aunque fuimos muchos los que lo advertimos, pero ya se ha perdido más de un cuarto de siglo y, a estas alturas, por otro lado, será difícil recomponer el modelo productivo biomédico de las instituciones públicas. Porque es, precisamente, en el modelo productivo donde está la clave.
Desde luego el modelo productivo no es otro que el modelo capitalista. No hay otro. Pero dentro de él hay muy diferentes interpretaciones. Una de ellas es la que desarrollaron Daron Acemoglu y James Robinson en su libro: 'Por qué fracasan los países', en donde identifican a aquellos países que han progresado por tener sociedades y élites incluyentes, frente a aquellos otros con élites excluyentes o extractivas, que han llevado a sus sociedades a la ruina. Es también la tesis que sostiene el profesor Carlos Arenas en una excelente entrevista realizada por Lalia González en este mismo periódico el día 15 de febrero. «Al capitalista andaluz a lo largo de la historia no le ha 'traído cuenta' la industria. Era más 'rentable' adquirir inmuebles y ponerlos en renta, dedicarse a la intermediación comercial o al sector servicios, explotar mano de obra abundante antes jornalera, hoy precaria, mediante un 30% o más de paro programado». La política andaluza de los últimos años lo único que habría hecho, dice el profesor Arenas, es reforzar este pacato modelo productivo. No hay sitio para más en los límites de las 900 palabras de esta tribuna. Santiago Ramón y Cajal decía que «las ideas no duran mucho, hay que hacer algo con ellas». Yo, por lo pronto, ya le he encargado a Prometeo el libro del profesor Arenas: 'Poder, economía y sociedad en el sur: historia e instituciones del capitalismo andaluz'. Al menos, con su compra y con su lectura contribuiré a mejorar el capital cultural andaluz, de cuyo déficit es en última instancia de lo que hemos estado hablando en esta tribuna.


lunes, 21 de marzo de 2016

El cuerpo por dentro y por fuera Conferencia coloquio. Museo Pompidou, Málaga 17,03,2016

El cuerpo por dentro y por fuera        
Conferencia coloquio. Museo Pompidou, Málaga 17,03,2016

Agradecimientos:
            Quiero agradecer  a D.  Ignacio Jáuregui  Real su amable invitación a participar en este  “ciclo de conversaciones a dos voces”  titulado Bifurcaciones, organizado por el Centre Pompidou de Málaga con motivo de la exposición permanente que bajo el comisariado de Brigitte Leal, se mueve en torno a las representaciones del cuerpo tras el estallido picassiano y hasta hoy, según nos recuerda Jáuregui en su carta de invitación.  El objetivo del seminario es según sus organizadores  contraponer la mirada de un médico desde el conocimiento íntimo del cuerpo humano con la mirada estética o artística que estaría representada por D. Juan Martínez Moro que se ha ocupado del tema en su Arqueología del arte moderno[1].
            El título provisional de la conversación es El cuerpo por dentro y por fuera         
   La  primera pregunta que me surge es si los anfitriones de este acto esperan de mí,  como médico y representante del mundo de la ciencia, que hable del cuerpo por dentro y a mi contertulio como representante del mundo del arte le piden que lo haga del cuerpo  por fuera, haciendo honor el título del ciclo. No lo sé, pero es en esta “conversación” donde radica, en mi opinión,  uno de los aciertos del ciclo (más allá de la elección del ponente) pues de alguna manera se recupera con la disculpa del cuerpo, aquí, ahora, en el Pompidou, el viejo debate que  fue muy bien identificado en el año 1959 por C.P. Snow  en su famosa conferencia sobre   "las dos culturas" (cultura de ciencias frente a humanidades[2]), en la que denunciaba a aquellos científicos que vivían de espaldas a las humanidades, pero sobre todo  a aquellos humanistas “incapaces de decir nada sobre la segunda ley”.
                                                                 
          En todo caso sí que creo que es un acierto el que hayan pensado en un médico para hablar del cuerpo humano y no es por presunción personal o profesional, sino por lo que supone de reconocimiento del poder que los médicos hemos tenido (y quizás aun tengamos) sobre el cuerpo humano.  Quizás sea el cuadro de Simonet (“Y tenía corazón”) un buen ejemplo. Ese viejo médico que tiene el corazón de una joven mujer en la mano,  es una muestra de cómo los médicos y la medicina hemos ejercido en régimen de privilegio el poder de  hurgar en el interior del cuerpo humano[3].   

            Pero también, porque la sociedad actual sigue identificando a la medicina y a los médicos como los depositarios del conocimiento del cuerpo, un cuerpo  más medicalizado que nunca y por tanto más dependiente del establecimiento médico que en ninguna otra época. De hecho en el prestigioso Huffington Post a la pregunta en los comienzos de 2016 de ¿que hemos aprendido sobre el cuerpo humano en 2015?, todas las respuestas son biomédicas:





            Un dominio del cuerpo del que, por otro lado,  los artistas nunca abdicaron, como es el caso paradigmático de Leonardo da Vinci, que estuvo obsesionado por el estudio del cuerpo humano. De hecho en una época en la que la disección no estaba bien vista  Leonardo disecó numerosos cadáveres sobre los que llevó a cabo más de 200 dibujos en los que muestra un extraordinario conocimiento de la anatomía humana.


            Aunque no es el único artista que se ha interesado por pintar  el interior del cuerpo, sin embargo lo habitual ha sido que los artistas intenten expresar el interior (“la identidad” desde una determinada interpretación del exterior,  como imagen y representación de su interior.


Adelantando las conclusiones:
            El organizador de este acto nos ha pedido que seamos breves y que dejemos tiempo para el debate. Es, naturalmente una buena idea, pero ante la dificultad de exponer en tan poco tiempo una opinión razonada sobre el tema que nos convoca he decidido resumir aquí, en el comienzo de esta presentación, la tesis que sostendremos en la conversación y dejar por escrito para quien quiera consultarlo en la realidad virtual, de manera más detallada los argumentos que la sustentan.  
            Y la tesis no es otra que la que parte de la idea de que solo somos cuerpo (humano). Un cuerpo compuesto de materia animada. Somos en última instancia polvo cósmico, pues estamos hechos de la misma materia que las estrellas. Un polvo que a lo largo de miles de millones de años en un lugar llamado Tierra, una minúscula parte del infinito Universo terminó produciendo  lo que solo puede ser calificado como un milagro, tal es su escasa probabilidad de que ocurriera. Y lo que ocurrió es que  ese polvo cósmico, primero  se organizó adquiriendo la capacidad de auto-reproducirse y más adelante evolucionó hacia formas crecientemente complejas entre ellas el cuerpo humano. Una evolución que en el último segundo del tiempo evolutivo infunde a ese cuerpo la capacidad de verse a sí mismo desde fuera, que no es otra cosa la conciencia, y con ella la capacidad de buscar explicaciones, como esta, a su propia naturaleza. Una naturaleza cuya composición básica está hecha de  las mismas partículas  elementales que constituyen el polvo estelar (protones, electrones,  neutrones, quarks,  leptones, bosones,..), insuficientes en todo caso para explicar el misterio que supone la vida y muy en particular la vida humana. Un mundo de partículas cada vez más pequeñas, cada vez más inmedibles hasta llegar, al fin,  hoy a la última partícula, el bits, pues comenzamos a saber que al final de toda estructura física, química o biológica lo que hay es “información”. Así que la unidad mínima, la partícula más pequeña concebible es  la unidad de información (bit).   Lo sorprendente es que esta última partícula sí que estamos seguros que es inmaterial. Es un sí o un no, un positivo o un negativo, un abrir o un cerrar de ojos. Un suspiro.  La última partícula indivisible sinemateria. Desde esta perspectiva parece como si hubiéramos llegado al fondo de las cosas. Todo es información. Solo la nada es concebible en un mundo sin información. Si el último argumento, la información,  es inmaterial, de alguna manera la vieja dicotomía entre el cuerpo material y el espíritu inmaterial,   comienza a desaparecer. ¿Hasta dónde nos pueden llevar estas conclusiones?[4]  Ni idea,  pero convendrán conmigo que como divertimento no deja de ser apasionante el que en el fondo de la materia,  la ciencia haya postulado que todo es un abrir y cerrar de ojos, un sí o un no. Un soplo, en fin,  un suspiro,  que es una de las  metáforas con la que los humanos hemos intentado representar al espíritu. Ese último soplo que nos abandona cuando se nos va la vida. Ese momento en el que el cuerpo vuelve al comienzo y donde las dudas, por fin desaparecen, pues de nuevo, para los que resisten,  no hay ninguna respuesta sino solo preguntas. Como siempre[5].   

El cuerpo humano como enemigo del alma

            A lo largo de toda la historia el cuerpo humano no ha podido ser entendido sin la ayuda de la teología. Desde esta perspectiva el cuerpo ha sido considerado como hecho a imagen y semejanza de Dios,   sagrario o la cárcel del alma. No era sorprendente que desde esta perspectiva el cuerpo, como la “Carne” fuese considerado  junto al “Mundo” y el “Demonio” como uno de los tres grandes enemigos del alma. La “Carne” no vendría a ser más que la tentación que viene de nuestro cuerpo animal. De todas las tentaciones de la carne la primera la “original” fue sin duda la tentación de Eva por la serpiente, representada en este cuadro de Tiziano.
            El Demonio en forma de serpiente le ofrece a Eva comer de la fruta del Árbol de la Ciencia. El pecado original no fue el de la carne sino el de la curiosidad, el del afán de conocimiento.  Es por esto que los escolásticos toleraban el asombro pero censuraban la curiosidad[6], esa que llevó a Eva a ceder a la tentación de la fruta del árbol prohibido. Y no es casualidad que fuese Eva la que cayera en la tentación pues la tentación han tenido siempre forma de mujer. Es esta una de las razones por las que ocultar el cuerpo de la mujer forme parte de los comportamientos de muchas religiones,  especialmente de las religiones monoteístas o religiones del libro y que, por el contrario,  el desnudo, especialmente el desnudo femenino, haya sido considerado como una forma de liberación, artística o social. 

    Una mirada desde la evolución
            Pero hoy es imposible hablar del cuerpo humano, al menos desde el punto de vista biológico pero también  desde cualquier punto de vista,  sin tener en cuenta la perspectiva evolutiva.  Los estudios sobre la evolución de nuestra corporalidad están obligándonos a una nueva mirada sobre lo que somos. Y lo que hemos descubierto es que solo  somos un cuerpo (humano) que se ha ido construyendo a lo largo de millones de años.  Tal vez algunos consideran exagerado el  decir que hemos aprendido más de  lo que somos y de quienes somos   con los nuevos descubrimientos de la paleontología y de la genética que con toda la teosofía anterior. Y lo que sabemos hoy y lo sabemos desde hace muy poco es que el hombre es el resultado de un viaje extraordinario en el tiempo que comenzó hace muchos millones de años, cuando el comienzo de la vida en la Tierra y que, desde entonces a través de un proceso no teleológico, no finalista, movido por las fuerzas ciegas del azar y de la necesidad (Monod)  ha ido  evolucionando en un diálogo en cierto modo trágico con el medio ambiente hasta modelar el cuerpo humano actual que es también el mismo cuerpo que le ha permitido salir airoso de todas las pruebas a que la evolución implacable del tiempo le ha ido sometiendo. 
            Porque de lo que estamos hablando es, primero,  del milagro de la vida y después, muchos millones de años después  (unos cuatro mil millones de años),  de la aparición de la conciencia.



           

            Una conciencia (humana) que viene precedida por la larga marcha de la especiación, proceso  que comienza hace unos seis millones de años durante los que se van produciendo adaptaciones cada vez más rápidas y que en la aparición del hombre tiene su mejor representación en el proceso creciente de encefalización. No es por tanto casualidad que desde que el hombre adquiere conciencia de su corporalidad haya sido el cerebro el lugar principal, aquel desde el que se controla el resto del cuerpo y, donde desde siempre todas las religiones ubicaron el alma.
Tres grandes revoluciones  
            Para Harari en la historia de la humanización, ese largo camino hasta que el antropoide  se hace sapiens, ha habido tres grandes momentos que él llama revoluciones. La revolución cognitiva, la agrícola y la científica.
            La revolución cognitiva empezó, probablemente, hace 2 millones de años. Fue el momento en el que comienza la bipedestación y la encefalización. Un largo periodo en el que van apareciendo sucesivos ramas de antropoides  que la ciencia ha llamado ya homos (homo erectus), homo neandertalensi (hombre del valle del Neander), homo soloensis (el hombre del valle del Solo adaptado a los trópicos), homo florensis (el pequeño hombre del valle de las Flores en Indonesia), homo denisova (en Siberia), homo rudolfensis (hombre del lago Rodolfo), homo ergaster (hombre trabajador) y finalmente el homo sapiens, hace unos 70.000 años .  En todos,   la característica común ha sido el gran desarrollo del cerebro. Aunque se hayan hecho  y se sigan haciendo muchas conjeturas, las razones que impulsaron la evolución del enorme cerebro humano durante estos dos millones de años en última instancia no lo sabemos. Como tampoco sabemos las razones de que de todas las especies (como los Neardentales) solo  el homo sapiens haya sobrevivido.  Sea por la aparición de mutaciones genéticas accidentales que cambiaron las conexiones internas del cerebro  o combinados con otros factores, el hecho es que el final de esta historia fue que hace entre 70.000 y 30.000 años se produce en el homo sapiens una revolución cognitiva: una manera de pensar y comunicarse que le convertiría en “la especie elegida”.    Y con la revolución cognitiva aparece algo inesperado: la capacidad de transmitir información acerca de cosas que no existen en absoluto. Es decir de elaborar conceptos.
             Aquellos humanos comenzaron a inventar cosas que no existían en realidad. Leyendas, mitos, dioses, religiones aparecieron por primera vez con la            revolución cognitiva y ya nunca nos han abandonado. Pero eran ficciones que  podían ser compartidos por mucha gente. Algo imposible antes de la         revolución cognitiva en la que solo la comunicación podía ser hecha a través de relaciones de proximidad mediante la transmisión de información sensorial y de proximidad[7].  Con la aparición de la ficción un gran número de extraños podían  cooperar con éxito si creían en mitos comunes. Hace 2 millones de años       probablemente, unas mutaciones genéticas dieron lugar a la aparición de una     nueva especie (ya humana), el homo erectus. Su surgimiento se acompaño del  desarrollo de la tecnología relacionada con los utensilios líticos que, de alguna     manera, define a esta especie. Así se mantuvo durante dos millones de años. Pero a partir de la revolución cognitiva, el homo sapiens fue  capaz de cambiar rápidamente su comportamiento  y de transmitir nuevas habilidades a las generaciones futuras sin necesidad de que se hubiera producido ningún cambio genético ni ambiental.  De alguna manera la historia se independiza de la biología (muchos años después Ortega diría lapidariamente que el hombre no tiene naturaleza solo tiene historia[8]
            La segunda gran revolución fue la revolución agrícola que ocurrió hace unos diez o doce mil años.  Hace unos 18.000 años la última época glacial dio paso a un calentamiento global  y a un aumento de las precipitaciones que favorecieron la aparición paulatina de la revolución agrícola.   Para algunos esto fue un cambio extraordinario en la historia del hombre. Garantizó su subsistencia, le liberó de los peligros de las sociedades cazadoras recolectoras,  creó las bases de la civilización al permitir la creciente urbanización  y  las bases de la sociedad que nos ha traído hasta aquí.  Otros, por el contrario solo estarían de acuerdo en esto último pero consideran a la revolución agrícola como uno de los grandes errores del homo sapiens.  Es cierto que el desarrollo de la agricultura ha permitido un crecimiento extraordinario de la población de homo sapiens, lo que desde la perspectiva evolutiva debería ser considerado un éxito, pero la perspectiva evolutiva sería una medida incompleta del éxito, pues los criterios de supervivencia y reproducción  no son suficientes,  hay que considerar, además,  el sufrimiento y la felicidad de los individuos.  Y sobre esta cuestión sería dudoso que la revolución agrícola haya sido un éxito pues para quienes así opinan se ha menospreciado la calidad de vida de los individuos de las sociedades cazadoras- recolectoras. Además,   nuestra naturaleza (ahora entendida literalmente)  construida a lo largo de más de dos millones de años de vivir en estas sociedades pre-agrícolas, no habría  tenido tiempo de  adaptarse a una revolución que se ha producido en un periodo muy corto. Entre otras cosas, - y esto explicaría buena parte de las cuestiones inexplicables como por ejemplo las guerras, - los pocos milenios que separan la revolución agrícola de la aparición de ciudades, reinos e imperios no fueron suficientes para permitir  la evolución de un instinto de cooperación en masa[9].  Similar explicación se da hoy a la aparición de las grandes pandemias como la obesidad, la hipertensión, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares[10].
            La tercera revolución ha sido la científica. Estamos ahora en ella.  Con la revolución científica los hombres consolidan una determinada manera de enfrentarse a las grandes preguntas, implementando un método que ya venía intuyéndose desde  los comienzos,  pero que solo ahora,  en el último medio milenio,  comienza a aplicarse sistemáticamente. Un método que tiene como empeño,  nada  más y nada menos que alcanzar la objetividad. Lo objetivo es el anverso de lo subjetivo. Frente a lo subjetivo, que es algo que existe en función de la conciencia y de las creencias de un solo individuo y que desaparece cuando este individuo concreto desaparece o cambia sus creencias, lo objetivo existe con independencia de la conciencia y de las creencias humanas. Un empeño, este de la objetividad tan necesario como imposible, pues como decía José Bergamín, “si fuera un objetivo sería objetivo pero como soy un sujeto soy subjetivo”.



           En fin, si algo hemos podido aprender con  esta mirada panorámica sobre el homo sapiens, es que la historia cada vez discurre más deprisa. La revolución cognitiva apenas modificó nada sustancial de su entorno durante más de cien mil año.  La revolución agrícola cambió en pocos milenos la manera de vivir de los humanos y su entorno y, finalmente, la revolución científica ha cambiado el mundo con tal velocidad  e intensidad que junto a los grandes progresos ha generado tales problemas que amenazan hoy a la propia vida de la especie sobre la tierra[11]. El cambio climático, la obesidad y la contaminación son algunos de ellos pero no los únicos.  De seguir así y sin abandonar el terreno de la clínica, no es difícil imaginar, como ha hecho Stella González Romero en el dibujo adjunto,  un mundo de personas obesas navegando por un espacio repleto de basura.
 .

La prueba del espejo
            Sea como fuere hubo un momento en el que el hombre tuvo conciencia de sí mismo. Debió de haber un primer momento en el que un humano se miró en la laguna de aguas tranquilas y se vio, con estupor,  en ella reflejada.  Se ha dicho durante mucho tiempo que el hombre es el único animal  capaz de reconocerse ante el espejo. Una afirmación que hoy ya sabe que es exagerada pues hay otras especies de animales que sí lo hacen también. Incluso asumiendo que fuera cierta esta especificidad, el reconocimiento  exige un aprendizaje y una cierta maduración. Por un lado,  es solo a partir  de una determina  edad cuando el niño consigue reconocerse. Por otro lado,  el niño tiene que saber qué es lo que tiene que reconocer pues un niño que nunca hubiera visto a otro ser humano (generalmente es la madre la primera que el niño ve y reconoce) tampoco  reconocería ante el espejo a su propia imagen).  Nos reconocemos a nosotros mismos en  el espejo de aguas tranquilas cuando nuestro cerebro está lo suficiente maduro  lo que suele ocurrir entre los seis y los dieciocho  meses y nos reconocemos ante la mirada de los otros que son el espejo que nos devuelve, ahora ya “reconocible en los otros”, nuestra propia imagen. Ya dejó dicho Unamuno en alguno de sus textos que soy el que yo creo que soy, el que los demás creen que soy y el que de verdad soy. Pero Unamuno aquí se refería a la identidad que es algo que anida en el interior de cada ser humano, pero ¿y el exterior? El exterior, lo que podíamos llamar el esquema corporal debería ser más fácil de reconocer y de ser reconocido que el interior unamuniano.  Y sin embargo no es así o, por lo menos,  no es tan fácil como parece. Esta  historia del espejo fue  estudiada con anterioridad, pero es Lacan quien, hacia 1936 la desarrolla en su ensayo “El estadio del espejo como formador de la función del yo”, como una parte importante de su proyecto psicoanálitico. Para Lacan esta alegría del niño ante el descubrimiento de su imagen es la alegría del descubrimiento de su corporalidad como un todo y no como un conjunto fragmentado de alguna de sus partes, como probablemente le había ocurrido en los meses anteriores.
            Pero, dice Lacan, esta alegría es efímera pues pronto descubre que aquello que ve en el espejo no es él mismo sino su imagen, la misma que los demás tienen de él y sin los cuales no se hubiera podido reconocer. Lo que quiere decir Lacan, probablemente, es que el mismo tiempo que el niño “se descubre”, se “localiza”, también se “desconoce” y se “deslocaliza”.  Un extrañamiento, un conflicto con su corporalidad, que sea o no cierta la teoría del espejo lacaniana, ya no le abandonará nunca.  De hecho esta experiencia, a veces dolorosa, del reconocimiento del propio esquema corporal es más frecuente de lo que se cree. Juan Cruz en su reciente libro dedicado a su nieto, dirigiéndose a su hija Eva y al recordar las cartas que le enviaba cuando ella era una joven estudiante en Exeter dice que el ejercicio de mirarlas, de releerlas, “se parece demasiado al ejercicio de mirarse al espejo y ya sabes que no me miro en los espejos: están hechos de naturaleza y de tiempo, te atacan directamente, te ponen de manifiesto, te rompen…”[12]
            Pero este reconocimiento de nuestro yo por nuestro propio yo,  es un reconocimiento que hacemos al mismo tiempo que reconocemos a los otros, que nos reconocemos en los otros, lo que nos da la medida para reconocernos a nosotros mismos como si fuéramos otro. Un ejercicio de extrañamiento, en cierto modo de enajenación,  que ya no nos abandonará nunca.
La gran pregunta
            Llegados a este punto nos encontramos con que la gran pregunta, la que nos hacemos como sujetos históricos, es precisamente, ¿desde cuándo el hombre tiene esa conciencia que le lleva a hacerse la pregunta misma sobre el origen de la conciencia?
            Y honestamente, hoy por hoy, seguimos sin tener la respuesta aunque las respuestas ya no pueden ser  las mismas que se han venido dando a lo largo de la historia, sobre todo porque en los últimos decenios los avances sobre la biogenética, la paleontología, la neurobiología han sido de tal envergadura que nos está  haciendo concebir la esperanza de que más pronto que tarde sí que podremos responderla[13]       Desde siempre la repuesta a esta cuestión ha estado en la aceptación del carácter dualista de lo humano. Un humano portador de un alma en cualquiera de sus variantes históricas (el espíritu)  que anidaba en el interior del cuerpo (la parte material)  bien de manera independiente a él (dualismo psico-físico) bien como parte constituyente de él (monismos y sus variantes).
             Las localizaciones del alma en el interior del cuerpo han sido muchas. La glándula pineal es la más conocida, pues fue la apuesta de Descartes, pero también la hipófisis o el corazón mismo.
Wirchow el gran patólogo alemán del siglo XIX, decía a sus alumnos que en las  disecciones  no había encontrado nunca el alma en la punta de su escalpelo.  El alma no, tal vez, pero sí el espíritu. No es exactamente lo mismo el alma que el espíritu. El alma es una  superestructura hecha a imagen y semejanza del cuerpo, como si de su clon inmaterial se tratara. El espíritu, ese conjunto de emociones, pasiones, virtudes, defectos, en cambio,  puede ser considerado como una  secreción corporal, como un producto específico del cuerpo humano. Ni Descartes ni, todavía mucho más tarde Laín p.e.[14] , se atrevieron a 

 cuestionar aquel viejo dualismo, pero la moderna neurología  nos ha dado muchas pistas de cómo la anatomía condiciona al espíritu. Podemos cambiar el espíritu de una persona tocándole el cerebro o, incluso algunas otras partes de su cuerpo, pero no su alma inmortal de la que nada sabemos.  Antonio Damasio, el gran neurólogo, comienza su libro, “El error de Descartes[15] analizando el caso de Phineas Gage (1848), un trabajador de la construcción de una línea férrea en Vermont, Estados Unidos. Tras una explosión, una barra de hierro penetra por la mejilla izquierda de Gage, perforando la base del cráneo y atravesando la parte frontal del mismo. Gage no llegó a perder el conocimiento y, en dos meses, se recuperó completamente, al menos en apariencia. No tenía dificultades para hablar o para moverse, sin embargo, la persona responsable de antaño se fue convirtiendo en un ser inestable, incapaz de tomar decisiones adecuadas. Su comportamiento revelaba una conexión entre la racionalidad deteriorada y una lesión concreta.

            Hurgar en el interior de la materia para encontrar una explicación al espíritu humano es un empeño fáustico que comienza ya en el Génesis cuando Eva se atreve a comer de la fruta prohibida del árbol de la ciencia. La cólera de Dios fue terrible y aun hoy, sus hijos,  pagamos el precio de tanto atrevimiento.  En el fondo siempre supimos que las cosas estaban ahí dentro. Ya cinco siglos antes de Cristo Leucipo y Demócrito pensaron que solo una partícula a la que llamaron átomo (á-tomo, que significa «no divisible»),  material pero indivisible, indestructible y desprovistas de cualidades, que se mueve con un orden determinado en el vacío interior de la materia, podría explicar, por ejemplo, las diferencias entre las cosas. Veinticinco siglos después la física teórica y la mecánica cuántica han dado carta de naturaleza a la teoría atomista.  Durante mucho tiempo y aun hoy, el  cuerpo y el alma representan el dualismo en el que todos los seres humanos, antes o después, creyentes o no creyentes,  navegamos y naufragamos. Para algunos somos cuerpo y alma inmortal. Nadie lo ha demostrado pero mucha gente lo cree firmemente.  Para otros  solo somos cuerpo humano. 

Un  cuerpo que hace preguntas para las que no tenemos respuestas. ¡Vivir sin respuestas¡ ¿Es posible vivir sin respuestas? Algunos no pueden y a este agujero  negro del cuerpo, a esta falta de repuestas,  es a lo que algunos llaman alma.  Muchos son los que han intentado una teoría unificada del alma y del cuerpo y no es este el lugar para su revisión y no es, desde luego, algo nuevo. De hecho en el año  1901 el Dr. Duncan MacDougall llevó  a cabo un detenido experimento con el objetivo de estudiar cuánto pesa el alma humana.

            Los resultados los publicó en  1907 y su reseña se pudo leer en  el New York Time del 11 de Marzo. El Dr, MacDougall estudio el peso de 6 personas inmediatamente antes y después de fallecer. Simultáneamente hizo lo mismo con seis perros. Los perros no variaron de peso pero el peso medio perdido por los humanos fue de 21 gramos que fue, en sus conclusiones, el peso que debía tener el alma. El experimento no solo confirmaba la existencia de un alma humana (que fuese material era lo de menos) sino también  de la inexistencia de alma en los animales). Las conclusiones se las dejo para el lector interesado[16], [17],[18]

            En todo caso la teoría de la evolución fue un duro golpe para el dualismo psicofísico y aunque la Iglesia Católica tras unos iníciales momentos de confusión (recordamos aquí el famoso debate celebrado en 1860 entre Thomas Henry Huxley y el Obispo de Oxford, Samuel Wilberforce) ha hecho grandes esfuerzos por intentar adaptaciones compatibles con la doctrina de la Iglesia, como han sido los casos de Teilhard de Chardin, Karl Rahner o  Laín Entralgo.

            Pero no quisiéramos elevarnos en esta conferencia por encima de nuestras posibilidades y es por esto que me limitaré a dejar constancia de uno de los  más divertidos (en mi opinión) empeños de  conciliación entre el Génesis y la evolución, tesis que le oí personalmente a su autor D. Enrique López

Guerrero
,  párroco de Mairena de Alcor quien las iba  explicando por los Colegios Mayores de Sevilla[19] en los años ochenta del pasado siglo  Según el párroco tras la muerte y resurrección de Cristo nos ha sido condonado el pecado original, aquel que cometieron Adan y Eva, lo que lleva consigo la recuperación de los perdidos dones preternaturales, como la  levitación, la adivinación y todas esas propiedades paranormales que personas como él y algunos otros elegidos son ya, al parecer, capaces de detectar. Una recuperación que, como no podía ser de otra manera, seguía las leyes de la evolución, que eran también leyes divinas, razón por la que solo ahora después de 20 siglos estábamos comenzando a notar en forma de percepciones extrasensoriales,. Sorprendentemente estas propuestas  del párroco de Mairena comienzan ahora a tener cierto soporte formal de la mano de teorías como la de la mente extendida  y que tiene aproximaciones más radicales como las sostenidas por  Rupert Sheldrake un bioquímico británico de la universidad de Cambridge, conocido principalmente por su promoción de lo que llama "resonancia mórfica", una variante de la antigua hipótesis de la memoria colectiva.  Sheldrake sostiene que  fenómenos como la telepatía o la premonición tienen una explicación biológica y son “partes normales del comportamiento animal que han evolucionado durante millones de años porque desempeñan un papel importante en la supervivencia"[20]. A pesar de su éxito popular las tesis de Sheldarake son ampliamente cuestionadas por la comunidad científica.  
            Pero no quisiéramos apartarnos del objetivo de esta conferencia, que no es otro que el cuerpo humano.  Y uno de las grandes apuestas de la ciencia más recientes es, precisamente la recuperación,  si no de la prioridad si al menos de la equiparación,  del cuerpo (del resto del cuerpo) con el cerebro o la mente. De alguna manera lo que podemos decir es que no existe mente sin cuerpo. La mente piensa desde el cuerpo y todo su privilegiado y complejo sistema estaría al servicio de gestionar eficientemente las demandas del cuerpo. No es tampoco nada nuevo.
Adela Cortina  cita en uno de sus últimos libros[21]  la adivinanza de John Loke del príncipe y el zapatero. Si el día de la  resurrección el alma de un príncipe tomara el cuerpo de un zapatero, ¿Sería un príncipe para todos, o sus acciones sería propias de un príncipe y él se sabría tal, pero para el común de la gente seguiría siendo un zapatero?  Si consiguiéramos trasplantar el cerebro de un príncipe a un zapatero y el de un zapatero a un príncipe, ¿quién sería ahora el príncipe y quien el zapatero? Desde el punto de vista teórico es posible imaginar que la tecnología pueda mantener viva una cabeza con un cerebro en su interior.  A través de los vasos del cuello se podrían introducir los nutrientes necesarios y a través de la tráquea insuflar el aire necesario para la vocalización. Pero el cerebro se alimenta no solo de nutrientes sino también de la información que le llega del cuerpo. Es esta también la historia de un cuento que escribí hace años[22]. Los médicos hemos llamado economía corporal a la visión conjunta del cuerpo humano.  Si consideramos al cerebro el lugar donde reside  la oferta y en el cuerpo la demanda, la desaparición de la demanda (el cuerpo) haría inútil la oferta (el cerebro) con lo que sistema (la economía) se hundiría. Una cuestión de enorme interés a la hora de abordar la cuestión de las personas tetrapléjicas.

El triunfo de la biología. “Una religión de la humanidad”.
            Desde luego pocos dudan hoy de que buena parte de los comportamientos   humanos tienen una base biológica que se ha ido construyendo a lo largo de miles, probablemente de millones de años, en virtud de mecanismos adaptativos y de supervivencia en el contexto de la evolución. Esto explicaría, por ejemplo, la existencia de comportamientos comunes en todos los humanos cualquiera que sea la circunstancia en la que se han desarrollado o de las preferencias por los familiares y los próximos. Esta “religión de la humanidad” o “universalismo ético” ha llevado a algunos sociobiólogos darvinistas como Wilson a afirmar que “ha llegado el tiempo de liberar a la ética de las manos de los filósofos y biologizarla”[23].  Como dice Adela Cortina: “al parecer en nuestro siglo XXI el nuevo salvador será neurocientífico”. Adela Cortina cita a Francisco Mora[24] cuando dice que: Nos encontramos en la neurociencia cognitiva  a la espera de la llegada de un verdadero Mesías, un genio que como Copérnico o Darwin, Einstein ,Watson y Crick nos señale de nuevo el camino a seguir. Este será quizás el más grande desafío del siglo XXI”. Desde esta perspectiva la moral no sería sino un mecanismo adaptativo, un conjunto de normas, virtudes o valores que nos sirven para adaptarnos y sobrevivir. Nuestra especie según Gazzaniga[25]  (seguimos citando a Adela Cortina) “necesita creer en algo, en algún orden natural y, uno de los cometidos de la ciencia moderna es contribuir a la descripción de este orden

Pero, como dice Adela Cortina, las neurociencias lo único que han hecho, y no es poco, es reverdecer el viejo debate sobre la naturaleza humana. Un debate que es un verdadero avispero con una larga historia a través de la cual se ha entendido de formas muy diversas.
La cuestión es peliaguda, desde luego, porque si la mente y con ella la moral y la libertad solo fueran mecanismos adaptativos para la supervivencia de la especie, los biologicistas radicales deberían también explicar por qué el fin último de los seres humanos no es sobrevivir sino, como dice Ortega,  supervivir, vivir bien y estar bien. El bienestar. A esto se refiera Ortega cuando llama al hombre desde su condición de hacedor de tecnologías centauro ontológico[26].

Y para esto no hay que recurrir a instancias sobrenaturales, tan personales y tan discutibles, ni tampoco al anuncio de  una era posthumana o posthumanismo a la manera que Slotercisk[27] lo ha definido,  de convivencia de los humanos con las cosas a través de la tecnología ni a un futurista, o no tanto,  transhumanismo, ese movimiento internacional que trabaja y reflexiona sobre el empleo de las nuevas ciencias y tecnologías para mejorar las capacidades  mentales y físicas con el objeto de corregir lo que considera aspectos indeseables e innecesarios de la condición humana, como el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento o incluso en última instancia la mortalidad.
Detrás de todo este debate está el conflicto entre innatistas y quienes consideran al cerebro una tabla rasa. Para los innatistas los seres humanos tienen en la mente unas ideas innatas de los moralmente bueno o malo, como tienen, siguiendo a Noam Chomsky[28] una gramática universal innata  que convierten al lenguaje en una rasgo universal de la especie humana. Para los segundo, como es el caso de la "ingeniería cultural" de B.F.Skinner[29], por el contrario, nada hay escrito y todo lo aprendemos socialmente.
La invención de la cultura
Pero sí la separación entre cuerpo y cerebro o entre este y el alma es cada vez más difícil de justificar salvo que apelemos a argumentos fideistas, lo es también la consideración del cuerpo como un ente completamente aislado. Ya hemos visto como el cuerpo humano se ha construido a través del largo proceso de adaptación y supervivencia competitiva o colaborativa con otras especies,  en un medio que no le dio facilidades. Solo cuando el homo se hace sapiens en vez de ajustarse al medio, como hacen el resto de los animales, comienza a ajustar al medio a sus propias necesidades. Comienza así una larga marcha que, muy lentamente al principio el hombre va inventando, construyendo y utilizando tecnologías para transformar el medio. Una larga marcha que ha adquirido en el momento actual un carácter preocupante con las profundas  transformaciones antrópicas que están en el origen del cambio climático actual.  En todo caso aún hoy el cuerpo humano se desenvuelve en un espacio que llamamos medio ambiente pero que de manera más general podemos identificarlo con la cultura.  El gran salto de la humanización se produce cuando los homínidos son capaces de construir imágenes de inventar conceptos y símbolos que  están en la base de eso que mucho después se llamaría cultura. Unos símbolos, unos conceptos  que al poder ser compartidos por muchas personas a la vez, permitirán a los humanos dar un salto de gigantes. Es por esto que no es posible concebir a los individuos de manera aislada. Los humanos somos animales sociales, simbólicos y culturales. Y es por esta razón por lo que los humanos somos además trascendentes.
A los  biogénicos y sociogénicos radicales,  les une el determinismo. Un determinismo de diferente cuño, biológico[30]  el primero y social en  los segundos, pero deterministas al fín. En todo caso para unos y otros quedan escaso margen para las viejas nociones de libertad o autodeterminación moral. Pero hay una tercera vía que sin negar la existencia de estos determinismos considera al ser humano como un espacio de posibilidades.  Ni lo biológico, ni lo cultural, ni lo ambiental, tampoco el subconsciente,  conforman un destino ineluctable al que las personas no pudieran, de alguna manera, total o parcialmente, soslayar, bien en solitario, bien con la ayuda de otras personas. El antropólogo mexicano Roger Bartra, publicó en 2006  una  hipótesis sobre el “exocerebro”. En el libro Bartra,  tras un extenso viaje crítico sobre los  hallazgos recientes de las neurociencias y sobre las diferentes corrientes, históricas y coetáneas,  que intentan explicar la cuestión de la conciencia, propone la hipótesis de la existencia de un “exocerebro”, como una prótesis cultural.  Un conglomerado de redes extracerebrales que formarían un conjunto simbólico de sustitución de los límites de las redes neuronales intracerebrales,  que a lo largo de la evolución habrían llegado a tomar “conciencia” de sus propios límites y reservar  espacios vacios capaces de ser rellenados por este conjunto de redes simbólicas cultuales (el exocerebro),  que sustituirían las limitaciones de la propia red neuronal intracerebral. Solo así sería  posible explicar el  gigantesco salto adelante que los humanos han llevado a  cabo, salto imposible solo con las capacidades limitadas de las redes neuronales.  Desde esta perspectiva la conciencia no radicaría en la capacidad del cerebro de percatarse de que hay un mundo exterior sino, precisamente, de que una  porción del entorno funciona como si fuese una extensión de los circuitos neuronales.
            De alguna manera los circuitos neuronales  serian  sensibles al hecho de que el cerebro es incompleto y de que necesita de un suplemento externo. Una hipótesis de cerebro externo o exocerebro que, según  Bartra ya fue esbozada por Ramón y Cajal quien al comprobar la extraordinaria y precisa selectividad de las redes neuronales en la retina consideró a estas como un segmento periférico del cerebro.  La hipótesis del exocerebro  tiene, también,  sus antecedentes y algunas coincidencias  con la consideración de los humanos como  “centauros ontológicos” por Ortega,  con  la hipótesis de la cultura como el conjunto memético por Mosterin,  o con la del  genotipo cazador de Neel, arriba comentadas o, probablemente tambiéncon la  hipótesis del Mundo 3 de Popper. Todas  ellas empeños por incorporar el hecho cultural en el espacio de la conciencia o de la corporalidad. Bartra con su “exocerebro”  da un paso más en el intento de conciliar el dualismo mente-cerebro , cuerpo-cultura,  identificando   la autonomía de la cultura dentro de la construcción de la propia conciencia y de paso también de la corporalidad[31].
            No quisiera terminar sin hacer tres comentarios más. Los dos primeros relacionados con el cuerpo como representación y un último sobre el futuro del cuerpo humano.
Ya hemos comentado como nos hacemos humanos cuando somos capaces de salirnos de nosotros mismos de enajenarnos y de reconocernos en los otros. El cuerpo es el lugar desde donde se envían y se reciben los mensajes. Esto es común con el resto de los animales, aunque el hombre tiene una capacidad, el lenguaje,  de la que carecen los demás. Pero no solo el lenguaje (instrumento humano por antonomasia de comunicación y del que no voy hablar)  sino  el cuerpo mismo y el ropaje, que es parte misma de nuestro cuerpo.  La capacidad de gesticulación y de mímica es mucho mayor en los humanos que en otra especies, pero también la moda en el vestir que identifica a épocas y a personas. Los psicólogos conocen muy bien lo que ellos llaman la comunicación no verbal.  La comunicación gestual es tan importante como la verbal. Si alguien tiene dudas no tiene más que seguir el espectáculo que estos días se está produciendo en la formación del nuevo congreso de los Diputados y ver las imágenes y los mensajes ideológicos que se están enviando unos a otros a través de la representación y de la escenografía  corporal y como muestra la contraposición entre Celia Vilallobos y el joven rasta de Podemos.      No es nada nuevo y se suele poner como ejemplo de comunicación no verbal la historia del caballo de Hams. A finales de 1800, un profesor de escuela alemán retirado llamado Wilhelm von Osten había enseñado a su caballo Hams a hacer péquelas operaciones de suma y resta, cuyos resultados iba contando dando pequeños golpes con el caso. El caso despertó el interés de algunos estudiosos y después de diferentes evaluaciones pudieron comprobar que el caballo solo acertaba si tenía el público antes sus ojos pero no si le separaban del público con una mampara. Lo que el caballo había sido capaz de aprender era los “invisibles” gestos de la audiencia que iban contando “gestualmente” al mismo tiempo que el caballo iba “contando” con los golpes de pezuña, que interrumpía cuando el público dejaba también de contar.

      El rubor es otro de los signos externos de comunicación no verbal. Los estudios sobre los primates están siendo de gran importancia para esclarecer algunas de las cuestiones sobre las relaciones entre biología y cultura, sobre las bases biológicas de la moral y, también, sobre otros aspectos relacionados con la medicina darwiniana o evolucionista. En este sentido es muy representativo el reciente libro de Frans de Wall  (El Bonobo y los Diez mandamientos)[32].   De Walls es un conocido primatólogo que ha estudiado a lo largo de toda su vida a los bonobos y a los chimpancés. El libro está lleno de ejemplos, tanto observacionales como experimentales que muestran como la ayuda mutua, la empatía, el altruismo, la angustia por la muerte, la reciprocidad,  en muchas especies, no solo en los primates,  no son la excepción sino la regla.  De alguna manera en el libro se sustenta la tesis de la existencia de unas raíces biológicas adaptativas de la moral humana proponiéndose que los imperativos morales se consideren una parte de la historia natural de la especie  humana y fruto de nuestras interacciones sociales diarias. De entre todos los ejemplos señalo aquí el del rubor. El rubor (junto a la palabra) es la única expresión distintivamente humana. No parece que haya algo semejante en otros primates. Es un misterio evolutivo que debe resultar paradójico, dice de Wall, para los que creen que explotar e imponerse a los otros es lo único de lo que somos capaces (evolutiva o naturalmente hablando, pues todo lo  demás, lo que se llamaría moralidad,  vendría impuesto por la cultura). “Si así fuera ¿no nos iría mejor sin esa congestión incontrolada de nuestra mejillas y cuello que nos delata?”[33]. No debe ser así cuando el rubor ha sobrevivido. De hecho el rubor incontrolado promueve la confianza. Preferimos a la gente cuyas emociones pueden leerse en su cara a la gente que no muestra ni el más mínimo asomo de vergüenza o de culpa. “El rubor formaría parte del mismo sistema evolutivo que nos dio la moralidad”, dice de Wall.
      El tercer ejemplo que queremos poner es el de la utilización del propio cuerpo como sujeto de transformación estética. Es el caso de las rastas arriba comentado  pero es el caso de todos aquellos, -en todas las culturas-, que deforman, perforan, modelan su cuerpo con finalidades religiosas, estéticas, políticas etc.  En atención al lugar en el que estamos hablando y al motivo de esta conferencia pondremos solo un ejemplo relacionado con la utilización del cuerpo como sujeto de transformación artística.
      Orlan es una artista multimediática nacida en Francia en 1947 y ubicada en USA que desde 1965 viene realizando audaces performances, en las que utiliza su propio cuerpo como el material de expresión estética a través de la transformación mediante sucesivas intervenciones de cirugía plástica. De hecho Orlan se jacta de ser la primera artista en utilizar la cirugía plástica para hacer su propio autorretrato. Su carne abierta,- el cuerpo mismo,- es el equivalente a la tela como soporte sobre la que se gesta la obra. Para Orlan el cuerpo además de ser naturaleza es producto de una construcción sociocultural. El cuerpo no sería un hecho objetivo e inmutable sino un valor producido tanto por la historia individual del sujeto como por su presencia del mundo en que le ha tocado vivir.

      Pero Orlan con sus intervenciones quirúrgicas intenta encubrir la furia narcisista que le genera la realidad de la muerte, una muerte que se niega a aceptar, la incompletitud, la castración simbólica que nos convierte a todos en sujetos de la cultura, falibles, incompletos, carentes y mortales, dice de ella Corinne Sacca-Abadi[34] de cuya entrevista a la artista extraemos esa conversación:

C.S.A.       Si pudieras renacer en el año 2000, comenzar de nuevo, ¿elegirías ser                              artista?
Orlan.       No, seguramente no, el medio del arte es horrible, patético, es una                                    lucha muy dura para mí. Hubiera elegido ser científica, médica, o                                    bióloga.
C.S.A.       ¿Por qué? Cuál es el trabajo que te gustaría hacer
Orlan.       Investigaría el cuerpo, trabajaría para alargar la vida, en el futuro la                               tecnología logrará todo lo que se proponga.
C.S.A.       Se diría que quisieras poner todas tus energías en evitar la muerte.
Orlan.       Es terrible tener que envejecer y morir. No lo acepto, no, nunca lo voy a              aceptar.

La inmortalidad. Nada nuevo bajo el sol
      Y es precisamente de esta fe en las nuevas tecnologías, que ya predicen  que el siglo XXI será post-corporal, de lo queremos hablar durante unos minutos para terminar esta conferencia. Hoy sabemos que el hombre fue, probablemente,  antes (homo)  faber que (homo) sapiens. La técnica nos ha acompañado desde el principio. Con ella hemos cambiado el medio que nos rodea y nos ha permitido no solo sobrevivir sino vivir mejor (Ortega). Lo que ha cambiado en nuestro tiempo  es la aceleración de aquel cambio de la mano del extraordinario avance  tecnológico y, sobre todo, la fe de los humanos modernos en la tecnología.   Una fe que le lleva a tener expectativas sobre su corporalidad como nunca antes había imaginado. Es lo que ocurre por ejemplo con la salud que es un concepto que hoy ocupa el espacio todo de la biomedicina pues las ciencias que antes se ocupaban de la enfermedad hoy se llaman todas ciencias de la salud.  La salud es un concepto histórico que ha ido cambiando con el paso de los tiempos y no es el momento de hablar aquí ahora de cómo ha cambiado el concepto de salud en nuestro tiempo pero baste decir que esa fe en la tecnología ha llevado a muchas personas, hoy,  a creer que es posible modificar el cuerpo a nuestro antojo y conveniencia.  No otra cosa es ese movimiento que se llama transhumanismo y ese sueño de un posthumanismo posible. 
      El transhumanismo es hoy en cierto modo una realidad. Los trasplantes de órganos, las prótesis,  las tecnologías de sustitución son la antesala de un transhumanismo ciborg que hoy ya comienza a adquirir carta de naturaleza. Peter Sloterdisck uno de los profetas del posthumanismo pone como ejemplo la mano gancho del corsario quien aún sabía  donde acababa su cuerpo y empezaba el gancho. “Pero con las nuevas prótesis esa distinción se complica y con el desarrollo bio-tecnológico dejará de tener sentido"[35]
      Pero, desde la perspectiva médica,  aunque hoy sea posible curar muchas enfermedades el hombre moderno tiene que enfrentarse la paradoja de que hoy hay más “enfermos”  y muchas más enfermedades que nunca. Y esto es así porque se olvida con frecuencia que la enfermedad  no es solo un constructo biológico sino también cultual y que los seres humanos “inventamos” enfermedades.  Todos los que hasta ahora soñaron con la erradicación  absoluta del mal volvieron aterrados al comprobar que el otro lugar, (aquella utopía de la salud), era un no lugar. No otra cosa es lo que le ocurrió al Dr. Alejandro Mirahonda, doctor en Medicina y Filosofía  por la Universidad de Leipzig,  el personaje de D Santiago Ramón y Cajal en “El fabricante de honradez[36], que acabó con las bajas pasiones de los habitantes del pueblo de Villabronca, mediante la vacunación masiva del suero antipasional por él descubierto (en realidad un experimento de hipnosis colectiva). Tras la aplicación de suero a todos los habitantes  cesó la criminalidad, reinó el orden y todo el pueblo se convirtió en una fuente de virtudes. Sin embargo pronto la vida comenzó a ser demasiado monótona y aburrida y tras unas primeras quejas al poco tiempo hubo una insubordinación general exigiendo al doctor que  deshiciera lo hecho, cosa que consiguió tras diseñar otro experimento con otra inventada antitoxina que no era más que agua del grifo al que él le había “otorgado” propiedades antitóxinicas.  De nuevo todo volvió a su orden natural y las pasiones, ahora incluso,  desatadas,  volvieron al pueblo. Al final del cuento, tras haber demostrado que la ciencia es capaz de acabar  con el mal y sorprendido por la reacción de la gente,    el Dr. Mirahonda se hace numerosas preguntas.
“¿Es conveniente hacerlo? ¿es esto lo que se llamaría progreso?, ¿estamos seguros que el fin de la raza humana consiste en vegetar indefinidamente entre el sosiego y al mediocridad?, ¿no acabaría por forjarse una humanidad estática y rutinaria, linfática y anodina, incapaz de todo punto para las vibrantes luchas de la civilización? La supresión del mal, ¿no implicaría, quizás, el mayor de los males?”.  ¿Por qué los humanos prefieren el mal, las pasiones, el desorden, el caos  a la felicidad programada ya sea por experimentos de sugestión clínicos,       sociales o políticos o por el desarrollo de las tecnociencias?

De hecho ya hay científicos absolutamente convencidos del futuro transhumano[37], filósofos que lo piensan[38], médicos con clínicas que apuestan por una supervivencia hasta el año 2030 (¡) fecha en la que cifran el advenimiento de las singularidades biotecnológicas que nos permitirán sobrevivirnos[39], manifiestos transhumanista en la red [40]  e incluso un ceiborg reconocido como tal en su carnet de identidad  por el gobierno británico[41].

Pero sobre todo hay personas que creen y trabajan con la convicción de que la que la tecnología podrá hacernos inmortales. Para quienes así creen las leyes de la selección natural estarían comenzando a ser sustituidas  por las leyes del diseño inteligente a la manera humana.  Siempre han existido mitos que han intentado apaciguar  la angustia  existencial ante la muerta. El más antiguo de ellos, probablemente el de Gilgamesh  quien  tras un largo viaje en busca de la inmortalidad,   descubrió  que cuando los dioses crearon a los hombres,  dispusieron que la muerte fuera su  destino inevitable  y que el hombre ha de aprender a vivir con ello. Y el más conocido por nosotros, el de la Resurrección de los muertos de la tradición judeocristiana.

En conclusión:
Convivir con el cuerpo, negociar con él, aceptarlo tal como es. He aquí un viaje que como el de Gilgamesh suele durar  a cada hombre toda una vida. Un viaje que a pesar de todos los sueños de inmortalidad es un viaje sin retorno. Quizás mejor así pues como reza un viejo chiste: El colmo de un inmortal es que lo condenen a cadena perpetua









[1] Juan Martínez Moro. Arqueología del arte moderno. Ediciones La Bahía, 2015
[2] C. P. Snow. Las dos culturas y un segundo enfoque, Alianza Editorial, Madrid, 1987, 
[3] Hoy no está de moda hablar de privilegios, pero convendría recordar que muchos privilegios, sobre todos aquellos asignados a profesiones,  son concesiones en régimen de monopolio a determinados grupos (p.e el monopolio de la violencia por las fuerzas del orden) como un mal menor. Unos privilegios que obligan a quienes lo ejercen a una serie de servidumbres que identifican y, generalmente, dignifican a esa profesión pues les exige un plus añadido de responsabilidad .

[4] James Gleick: La información. Historia y realidad. Editorial Planeta, 2012
[5] Soriguer F. Si Don Santiago levantara la cabeza (La lógica científica contada en 101 historia nada científicas). Editorial Incipit, 2016
[6] Alberto Manguel,  Una historia natural de la curiosidad. Alianza Editorial, 2015. 
[7] Yuval Noah Harari. Ibidem
[8] Jose´Ortega y Gasseet. Historia como sistema. Biblioteca nueva, 2001, y en :  Librodot.com. http://www.librodot.com 
[9] Yuval Noah Harari. Ibiden
    J. Hum. Genet. 14 (4): 353–62
[11] Margaret Chan. Directora General de la Organización Mundial de la Salud. Discurso de apertura de la Conferencia sobre salud y clima. Ginebra, Suiza . 27 de agosto de 2014. http://www.who.int/dg/speeches/2014/health-climate-conference/es/
[12] Juan Cruz. El niño descalzo.  P179. Penguin Randon-House, 2015
[13] Antonio Diéguez Lucena
[14] Laín entralgo P. El cuer0o humano…
[15] Antonio Damasio. El error de Descartes. Madrid, Crítica, 2006.

[16] http://expedienteoculto.blogspot.com.es/2012/05/experimentos-extranos-el-, le dijo, si llegas a mi edad. peso-del-alma.html
[17] http://www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/%C2%BFes-cierto-que-el-alma-humana-pesa-21-gramos/
[18] Manuel Vicente. “Alma”. El País, 14,e junio, 2105
[19] Enrique López Guerrero. El cura de los OVNI: http://www.ikerjimenez.com/noticias/fallece-Enrique-Lopez-Guerrero/index.html
[20] El País, 24 de julio de 2005.¿Tiene límites la mente?.  http://elpais.com/diario/2005/07/24/eps/1122186408_850215.html
[21] Adela Cortina. Neuroética y neuropolítica. Sugerencias para la educación moral. Editorial Tecnos, Madrid, 2012

[22] Soriguer F. El Sur como disculpa. Editorial Diaz de Santos. Madrid 1996
[23] Wilson E.O. (1975)Sociobiology: The new síntesis, Belknap Press of Harward University Press, Cambridge
[24] Mora F (2007). Neurocultura. Alianza. Madrid.
[25] Gazzaniga MS. (2006). El cerebro ético. Paidos, Barcelona
[26] Ortega y Gasset. Meditaciones sobre la técnica y otros ensayos sobre la ciencia y filosofía. Alianza editorial, 2004...
[27] Peter Slotercisk. Normas para el parque humano.  Ediciones Siruela, Madrid,2000
[28] Noam Chomsky . El conocimiento del lenguaje, su naturaleza, origen y uso, Madrid, Alianza, 1989
http://www.chomsky.info/articles/19711230.htm

[30]  El psicológico (p.e. el subconsciente freudiano) podría ser también considerado como ua forma de determinismo biológico
[31] Roger Bartra. Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrio. Editorial Pretextos, Valencia, 2014

[32] Frans de Wall. EL Bonomo y los Diez Mandamientos. TusQuet,  Barcelona, 2013
[33] Frans de Wall (Ibidem)
[34] Corinne Sacca-Abadi. Orlan, La caída de la metáfora: cuando lo real se adueña de la escena. http://antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=875
[35]Adolfo Vázquez Roca. “Peter Sloterdijk; El post-humanismo, sus fuentes teológicas y sus medios técnicos”. https://fbacon.wordpress.com/2007/04/13/sloterdijk-el-post-humanismo-sus-fuentes-teologicas-y-sus-medios-tecnicos/
[36] Santiago Ramón y Cajal. El fabricante de honradez. En: Cuentos de vacaciones. Espasa Calle, Madrid, 1941.
[37] Yuval Noah Harari, Ibidem. p. 297

[38] Adolfo Vázquez Rocca. Sloterdijk, Habermas y Heidegger; Humanismo, Posthumanismo y debate en torno al Parque Humano. https://fbacon.wordpress.com/2007/04/13/sloterdijk-el-post-humanismo-sus-fuentes-teologicas-y-sus-medios-tecnicos/.
[39] https://www.fightaging.org/archives/2013/11/ray-kurzweil-and-radical-life-extension.php
[40] Robert Pepperell. Manifiesto Posthumanista. http://cuadrivio.net/dossier/manifiesto-posthumanista/
[41] Juan José Millas. “El cíborg del tercer ojo”. El País 17 de enero de 2012. http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2012/01/17/actualidad/1326803391_782100.html