La primera pregunta que me surge es si los
anfitriones de este acto esperan de mí, como médico y representante del mundo de la
ciencia, que hable del cuerpo por dentro y a mi contertulio como representante
del mundo del arte le piden que lo haga del cuerpo por fuera, haciendo honor el título del ciclo.
No lo sé, pero es en esta “conversación” donde radica, en mi opinión, uno de los aciertos del ciclo (más allá de la
elección del ponente) pues de alguna manera se recupera con la disculpa del
cuerpo, aquí, ahora, en el Pompidou, el viejo debate que fue muy bien identificado en el año 1959 por C.P.
Snow
en su famosa conferencia sobre "las dos culturas" (cultura de
ciencias frente a humanidades),
en la que denunciaba a aquellos
científicos que vivían de espaldas a las humanidades, pero sobre todo a aquellos humanistas “incapaces de decir nada sobre la segunda ley”.
En todo caso sí que
creo que es un acierto el que hayan pensado en un médico para hablar del cuerpo
humano y no es por presunción personal o profesional, sino por lo que supone de
reconocimiento del poder que los médicos hemos tenido (y quizás aun tengamos)
sobre el cuerpo humano. Quizás sea el cuadro
de Simonet (“Y tenía corazón”) un buen ejemplo. Ese viejo médico que tiene el
corazón de una joven mujer en la mano, es una muestra de cómo los médicos y la
medicina hemos ejercido en régimen de privilegio el poder de hurgar en el interior del cuerpo humano.
Pero
también, porque la sociedad actual sigue identificando a la medicina y a los
médicos como los depositarios del conocimiento del cuerpo, un cuerpo más medicalizado que nunca y por tanto más
dependiente del establecimiento médico que en ninguna otra época. De hecho en
el prestigioso Huffington Post a la
pregunta en los comienzos de 2016 de ¿que
hemos aprendido sobre el cuerpo humano en 2015?, todas las respuestas son
biomédicas:
Un dominio del cuerpo del que, por
otro lado, los artistas nunca abdicaron,
como es el caso paradigmático de Leonardo
da Vinci, que estuvo obsesionado por el estudio del cuerpo humano. De hecho
en una época en la que la disección no estaba bien vista Leonardo disecó numerosos cadáveres sobre los
que llevó a cabo más de 200 dibujos en los que muestra un extraordinario
conocimiento de la anatomía humana.
Aunque no es el único artista que se
ha interesado por pintar el interior del
cuerpo, sin embargo lo habitual ha sido que los artistas intenten expresar el
interior (“la identidad” desde una determinada interpretación del exterior, como imagen y representación de su interior.
Adelantando
las conclusiones:
El organizador de este acto nos ha
pedido que seamos breves y que dejemos tiempo para el debate. Es, naturalmente
una buena idea, pero ante la dificultad de exponer en tan poco tiempo una
opinión razonada sobre el tema que nos convoca he decidido resumir aquí, en el
comienzo de esta presentación, la tesis que sostendremos en la conversación y
dejar por escrito para quien quiera consultarlo en la realidad virtual, de
manera más detallada los argumentos que la sustentan.
Y
la tesis no es otra que la que parte de la idea de que solo somos cuerpo
(humano). Un cuerpo compuesto de materia animada. Somos en última instancia polvo
cósmico, pues estamos hechos de la misma materia que las estrellas. Un polvo
que a lo largo de miles de millones de años en un lugar llamado Tierra, una
minúscula parte del infinito Universo terminó produciendo lo que solo puede ser calificado como un
milagro, tal es su escasa probabilidad de que ocurriera. Y lo que ocurrió es
que ese polvo cósmico, primero se organizó adquiriendo la capacidad de auto-reproducirse
y más adelante evolucionó hacia formas crecientemente complejas entre ellas el
cuerpo humano. Una evolución que en el último segundo del tiempo evolutivo
infunde a ese cuerpo la capacidad de verse a sí mismo desde fuera, que no es
otra cosa la conciencia, y con ella la capacidad de buscar explicaciones, como
esta, a su propia naturaleza. Una naturaleza cuya composición básica está hecha
de las mismas partículas elementales que constituyen el polvo estelar
(protones, electrones, neutrones, quarks, leptones, bosones,..), insuficientes en todo
caso para explicar el misterio que supone la vida y muy en particular la vida
humana. Un mundo de partículas cada vez más pequeñas, cada vez más inmedibles
hasta llegar, al fin, hoy a la última
partícula, el bits, pues comenzamos a saber que al final de toda estructura
física, química o biológica lo que hay es “información”. Así que la unidad mínima, la
partícula más pequeña concebible es la
unidad de información (bit). Lo
sorprendente es que esta última partícula sí que estamos seguros que es inmaterial.
Es un sí o un no, un positivo o un negativo, un abrir o un cerrar de ojos. Un
suspiro. La última partícula indivisible
sinemateria. Desde esta perspectiva parece como si hubiéramos llegado al
fondo de las cosas. Todo es información. Solo la nada es concebible en un mundo
sin información. Si el último argumento, la información, es inmaterial, de alguna manera la vieja
dicotomía entre el cuerpo material y el espíritu inmaterial, comienza a desaparecer. ¿Hasta dónde nos
pueden llevar estas conclusiones? Ni idea,
pero convendrán conmigo que como divertimento no deja de ser apasionante
el que en el fondo de la materia, la
ciencia haya postulado que todo es un abrir y cerrar de ojos, un sí o un no. Un
soplo, en fin, un suspiro, que es una de las metáforas con la que los humanos hemos
intentado representar al espíritu. Ese último soplo que nos abandona cuando se
nos va la vida. Ese momento en el que el cuerpo vuelve al comienzo y donde las
dudas, por fin desaparecen, pues de nuevo, para los que resisten, no hay ninguna respuesta sino solo preguntas.
Como siempre.
El cuerpo humano como enemigo del alma
A
lo largo de toda la historia el cuerpo humano no ha podido ser entendido sin la
ayuda de la teología. Desde esta perspectiva el cuerpo ha sido considerado como
hecho a imagen y semejanza de Dios,
sagrario o la cárcel del alma. No era sorprendente que desde esta
perspectiva el cuerpo, como la “Carne” fuese considerado junto al “Mundo” y el “Demonio” como uno de
los tres grandes enemigos del alma. La “Carne” no vendría a ser más que la
tentación que viene de nuestro cuerpo animal. De todas las tentaciones de la
carne la primera la “original” fue sin duda la tentación de Eva por la
serpiente, representada en este cuadro de Tiziano.
El
Demonio en forma de serpiente le ofrece a Eva comer de la fruta del Árbol de la
Ciencia. El pecado original no fue el de la carne sino el de la curiosidad, el
del afán de conocimiento. Es por esto
que los escolásticos toleraban el asombro pero censuraban la curiosidad, esa que llevó a Eva a
ceder a la tentación de la fruta del árbol prohibido. Y no es casualidad que
fuese Eva la que cayera en la tentación pues la tentación han tenido siempre
forma de mujer. Es esta una de las razones por las que ocultar el cuerpo de la
mujer forme parte de los comportamientos de muchas religiones, especialmente de las religiones monoteístas o
religiones del libro y que, por el contrario, el desnudo, especialmente el desnudo femenino,
haya sido considerado como una forma de liberación, artística o social.
Una mirada desde la evolución
Pero hoy es imposible hablar del cuerpo humano, al menos desde el punto de
vista biológico pero también desde
cualquier punto de vista, sin tener en
cuenta la perspectiva evolutiva. Los
estudios sobre la evolución de nuestra corporalidad están obligándonos a una
nueva mirada sobre lo que somos. Y lo que hemos descubierto es que solo somos un cuerpo (humano) que se ha ido
construyendo a lo largo de millones de años.
Tal vez algunos consideran exagerado el decir que hemos aprendido más de lo que somos y de quienes somos con los nuevos descubrimientos de la
paleontología y de la genética que con toda la teosofía anterior. Y lo que
sabemos hoy y lo sabemos desde hace muy poco es que el hombre es el resultado
de un viaje extraordinario en el tiempo que comenzó hace muchos millones de
años, cuando el comienzo de la vida en la Tierra y que, desde entonces a través
de un proceso no teleológico, no finalista, movido por las fuerzas ciegas del
azar y de la necesidad (Monod) ha
ido evolucionando en un diálogo en
cierto modo trágico con el medio ambiente hasta modelar el cuerpo humano actual
que es también el mismo cuerpo que le ha permitido salir airoso de todas las
pruebas a que la evolución implacable del tiempo le ha ido sometiendo.
Porque de lo que estamos hablando
es, primero, del milagro de la vida y después,
muchos millones de años después (unos
cuatro mil millones de años), de la
aparición de la conciencia.
Una
conciencia (humana) que viene precedida por la larga marcha de la especiación,
proceso que comienza hace unos seis
millones de años durante los que se van produciendo adaptaciones cada vez más
rápidas y que en la aparición del hombre tiene su mejor representación en el
proceso creciente de encefalización. No es por tanto casualidad que desde que el hombre
adquiere conciencia de su corporalidad haya sido el cerebro el lugar principal,
aquel desde el que se controla el resto del cuerpo y, donde desde siempre todas
las religiones ubicaron el alma.
Tres grandes revoluciones
Para Harari en la historia de la humanización, ese largo camino hasta
que el antropoide se hace sapiens, ha habido tres grandes momentos
que él llama revoluciones. La revolución cognitiva, la agrícola y la
científica.
La
revolución cognitiva empezó, probablemente, hace 2 millones de años. Fue el
momento en el que comienza la bipedestación y la encefalización. Un largo
periodo en el que van apareciendo sucesivos ramas de antropoides que la ciencia ha llamado ya homos (homo erectus), homo neandertalensi (hombre del valle del
Neander), homo soloensis (el
hombre del valle del Solo adaptado a los trópicos), homo florensis (el pequeño hombre del
valle de las Flores en Indonesia), homo denisova (en Siberia), homo rudolfensis (hombre del lago Rodolfo), homo ergaster (hombre trabajador) y finalmente el homo sapiens, hace unos 70.000 años . En todos,
la característica común ha sido el gran desarrollo del cerebro. Aunque se
hayan hecho y se sigan haciendo muchas
conjeturas, las razones que impulsaron la evolución del enorme cerebro humano
durante estos dos millones de años en última instancia no lo sabemos. Como
tampoco sabemos las razones de que de todas las especies (como los Neardentales)
solo el homo sapiens haya
sobrevivido. Sea por la aparición de
mutaciones genéticas accidentales que cambiaron las conexiones internas del
cerebro o combinados con otros factores,
el hecho es que el final de esta historia fue que hace entre 70.000 y 30.000
años se produce en el homo sapiens una revolución cognitiva: una manera de
pensar y comunicarse que le convertiría en “la especie elegida”. Y con la revolución cognitiva aparece
algo inesperado: la capacidad de transmitir información acerca de cosas que no
existen en absoluto. Es decir de elaborar conceptos.
Aquellos humanos comenzaron a inventar cosas
que no existían en realidad. Leyendas, mitos, dioses, religiones aparecieron
por primera vez con la revolución
cognitiva y ya nunca nos han abandonado. Pero eran ficciones que podían ser compartidos por mucha gente. Algo
imposible antes de la revolución
cognitiva en la que solo la comunicación podía ser hecha a través de relaciones
de proximidad mediante la transmisión de información sensorial y de proximidad. Con la aparición de la ficción un gran número
de extraños podían cooperar con éxito si
creían en mitos comunes. Hace 2 millones de años probablemente, unas mutaciones genéticas dieron lugar a la
aparición de una nueva especie (ya humana),
el homo erectus. Su surgimiento se
acompaño del desarrollo de la tecnología
relacionada con los utensilios líticos que, de alguna manera, define a esta especie. Así se mantuvo durante dos
millones de años. Pero a partir de la revolución cognitiva, el homo sapiens
fue capaz de cambiar rápidamente su
comportamiento y de transmitir nuevas
habilidades a las generaciones futuras sin necesidad de que se hubiera
producido ningún cambio genético ni ambiental.
De alguna manera la historia se independiza de la biología (muchos años
después Ortega diría lapidariamente
que el hombre no tiene naturaleza solo tiene historia.
La segunda gran revolución fue la revolución
agrícola que ocurrió hace unos diez o doce mil años. Hace unos 18.000 años la última época glacial
dio paso a un calentamiento global y a
un aumento de las precipitaciones que favorecieron la aparición paulatina de la
revolución agrícola. Para algunos esto
fue un cambio extraordinario en la historia del hombre. Garantizó su
subsistencia, le liberó de los peligros de las sociedades cazadoras
recolectoras, creó las bases de la
civilización al permitir la creciente urbanización y las
bases de la sociedad que nos ha traído hasta aquí. Otros, por el contrario solo estarían de
acuerdo en esto último pero consideran a la revolución agrícola como uno de los
grandes errores del homo sapiens. Es cierto que el desarrollo de la agricultura
ha permitido un crecimiento extraordinario de la población de homo sapiens, lo que desde la
perspectiva evolutiva debería ser considerado un éxito, pero la perspectiva
evolutiva sería una medida incompleta del éxito, pues los criterios de
supervivencia y reproducción no son
suficientes, hay que considerar,
además, el sufrimiento y la felicidad de
los individuos. Y sobre esta cuestión
sería dudoso que la revolución agrícola haya sido un éxito pues para quienes
así opinan se ha menospreciado la calidad de vida de los individuos de las
sociedades cazadoras- recolectoras. Además, nuestra naturaleza (ahora entendida
literalmente) construida a lo largo de
más de dos millones de años de vivir en estas sociedades pre-agrícolas, no
habría tenido tiempo de adaptarse a una revolución que se ha
producido en un periodo muy corto. Entre otras cosas, - y esto explicaría buena parte de las cuestiones inexplicables como
por ejemplo las guerras, - los pocos milenios que separan la revolución
agrícola de la aparición de ciudades, reinos e imperios no fueron suficientes
para permitir la evolución de un
instinto de cooperación en masa. Similar explicación se
da hoy a la aparición de las grandes pandemias como la obesidad, la
hipertensión, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares.
La tercera revolución ha sido la científica. Estamos ahora en ella. Con la revolución científica los hombres
consolidan una determinada manera de enfrentarse a las grandes preguntas, implementando
un método que ya venía intuyéndose desde
los comienzos, pero que solo
ahora, en el último medio milenio, comienza a aplicarse sistemáticamente. Un
método que tiene como empeño, nada más y nada menos que alcanzar la objetividad.
Lo objetivo es el anverso de lo subjetivo. Frente a lo subjetivo, que es algo
que existe en función de la conciencia y de las creencias de un solo individuo
y que desaparece cuando este individuo concreto desaparece o cambia sus
creencias, lo objetivo existe con independencia de la conciencia y de las
creencias humanas. Un empeño, este de la objetividad tan necesario como
imposible, pues como decía José Bergamín, “si
fuera un objetivo sería objetivo pero como soy un sujeto soy subjetivo”.
En fin, si algo hemos
podido aprender con esta mirada
panorámica sobre el homo sapiens, es
que la historia cada vez discurre más deprisa. La revolución cognitiva apenas
modificó nada sustancial de su entorno durante más de cien mil año. La revolución agrícola cambió en pocos
milenos la manera de vivir de los humanos y su entorno y, finalmente, la
revolución científica ha cambiado el mundo con tal velocidad e intensidad que junto a los grandes
progresos ha generado tales problemas que amenazan hoy a la propia vida de la
especie sobre la tierra. El cambio climático, la obesidad y la contaminación son algunos
de ellos pero no los únicos. De seguir
así y sin abandonar el terreno de la clínica, no es difícil imaginar, como ha
hecho Stella González Romero en el dibujo adjunto, un mundo de personas obesas navegando por un
espacio repleto de basura.
.
La prueba del espejo
Sea como fuere hubo un momento en el que el hombre tuvo conciencia de sí
mismo. Debió de haber un primer momento en el que un
humano se miró en la laguna de aguas tranquilas y se vio, con estupor, en ella reflejada. Se ha dicho durante mucho tiempo que el
hombre es el único animal capaz de
reconocerse ante el espejo. Una afirmación que hoy ya sabe que es exagerada
pues hay otras especies de animales que sí lo hacen también. Incluso asumiendo
que fuera cierta esta especificidad, el reconocimiento exige un aprendizaje y una cierta maduración.
Por un lado, es solo a partir de una determina edad cuando el niño consigue reconocerse. Por
otro lado, el niño tiene que saber qué
es lo que tiene que reconocer pues un niño que nunca hubiera visto a otro ser
humano (generalmente es la madre la primera que el niño ve y reconoce) tampoco reconocería ante el espejo a su propia
imagen). Nos reconocemos a nosotros
mismos en el espejo de aguas tranquilas
cuando nuestro cerebro está lo suficiente maduro lo que suele ocurrir entre los seis y los
dieciocho meses y nos reconocemos ante
la mirada de los otros que son el espejo que nos devuelve, ahora ya
“reconocible en los otros”, nuestra propia imagen. Ya dejó dicho Unamuno
en alguno de sus textos que soy el que yo creo que soy, el que los demás creen
que soy y el que de verdad soy. Pero Unamuno aquí se refería a la identidad que
es algo que anida en el interior de cada ser humano, pero ¿y el exterior? El
exterior, lo que podíamos llamar el esquema
corporal debería ser más fácil de reconocer y de ser reconocido que el
interior unamuniano. Y sin embargo no es
así o, por lo menos, no es tan fácil como
parece. Esta historia del espejo
fue estudiada con anterioridad, pero es Lacan quien, hacia 1936 la desarrolla
en su ensayo “El estadio del espejo como formador de la función del yo”,
como una parte importante de su proyecto psicoanálitico. Para Lacan esta
alegría del niño ante el descubrimiento de su imagen es la alegría del
descubrimiento de su corporalidad como un todo y no como un conjunto
fragmentado de alguna de sus partes, como probablemente le había ocurrido en
los meses anteriores.
Pero, dice Lacan, esta alegría es
efímera pues pronto descubre que aquello que ve en el espejo no es él mismo
sino su imagen, la misma que los demás tienen de él y sin los cuales no se
hubiera podido reconocer. Lo que quiere decir Lacan, probablemente, es que el
mismo tiempo que el niño “se descubre”, se “localiza”, también se “desconoce” y
se “deslocaliza”. Un extrañamiento, un conflicto con su corporalidad, que sea o
no cierta la teoría del espejo lacaniana, ya no le abandonará nunca. De hecho esta experiencia, a veces dolorosa,
del reconocimiento del propio esquema corporal es más frecuente de lo que se
cree. Juan Cruz en su reciente libro dedicado a su nieto, dirigiéndose a
su hija Eva y al recordar las cartas que le enviaba cuando ella era una joven estudiante
en Exeter dice que el ejercicio de mirarlas, de releerlas, “se parece
demasiado al ejercicio de mirarse al espejo y ya sabes que no me miro en los
espejos: están hechos de naturaleza y de tiempo, te atacan directamente, te
ponen de manifiesto, te rompen…”.
Pero este
reconocimiento de nuestro yo por nuestro
propio yo, es un reconocimiento que
hacemos al mismo tiempo que reconocemos a los otros, que nos reconocemos en los
otros, lo que nos da la medida para reconocernos a nosotros mismos como si
fuéramos otro. Un ejercicio de extrañamiento, en cierto modo de
enajenación, que ya no nos abandonará
nunca.
La gran pregunta
Llegados a este punto nos encontramos con que la gran pregunta, la que nos
hacemos como sujetos históricos, es precisamente, ¿desde cuándo el hombre tiene esa conciencia que le lleva a hacerse la
pregunta misma sobre el origen de la conciencia?
Y
honestamente, hoy por hoy, seguimos sin tener la respuesta aunque las
respuestas ya no pueden ser las mismas
que se han venido dando a lo largo de la historia, sobre todo porque en los
últimos decenios los avances sobre la biogenética, la paleontología, la
neurobiología han sido de tal envergadura que nos está haciendo concebir la esperanza de que más
pronto que tarde sí que podremos responderla Desde siempre la repuesta a esta cuestión ha estado en la
aceptación del carácter dualista de lo humano. Un humano portador de un alma en
cualquiera de sus variantes históricas (el espíritu) que anidaba en el interior del cuerpo (la
parte material) bien de manera
independiente a él (dualismo psico-físico) bien como parte constituyente de él
(monismos y sus variantes).
Las localizaciones del
alma en el interior del cuerpo han sido muchas. La glándula pineal es la más
conocida, pues fue la apuesta de Descartes, pero también la hipófisis o el
corazón mismo.
Wirchow
el gran patólogo alemán del siglo XIX, decía a sus alumnos que en las disecciones
no había encontrado
nunca el alma en la punta de su escalpelo.
El alma no, tal vez, pero sí el espíritu. No es exactamente lo mismo el
alma que el espíritu. El alma es una
superestructura hecha a imagen y semejanza del cuerpo, como si de su
clon inmaterial se tratara. El espíritu, ese conjunto de emociones, pasiones,
virtudes, defectos, en cambio, puede ser
considerado como una secreción corporal,
como un producto específico del cuerpo humano. Ni Descartes ni, todavía mucho
más tarde Laín p.e.
, se atrevieron a
cuestionar aquel viejo dualismo, pero la moderna
neurología nos ha dado muchas pistas de
cómo la anatomía condiciona al espíritu. Podemos cambiar el espíritu de una
persona tocándole el cerebro o, incluso algunas otras partes de su cuerpo, pero
no su alma inmortal de la que nada sabemos.
Antonio Damasio, el gran
neurólogo, comienza su libro, “El error
de Descartes” analizando
el caso de Phineas Gage (1848), un
trabajador de la construcción de una línea férrea en Vermont, Estados Unidos.
Tras una explosión, una barra de hierro penetra por la mejilla izquierda de
Gage, perforando la base del cráneo y atravesando la parte frontal del mismo.
Gage no llegó a perder el conocimiento y, en dos meses, se recuperó
completamente, al menos en apariencia. No tenía dificultades para hablar o para
moverse, sin embargo, la persona responsable de antaño se fue convirtiendo en
un ser inestable, incapaz de tomar decisiones adecuadas. Su comportamiento
revelaba una conexión entre la racionalidad deteriorada y una lesión concreta.
Hurgar en el interior de la materia para encontrar una
explicación al espíritu humano es un empeño fáustico que comienza ya en el
Génesis cuando Eva se atreve a comer de la fruta prohibida del árbol de la
ciencia. La cólera de Dios fue terrible y aun hoy, sus hijos, pagamos el precio de tanto atrevimiento. En el fondo siempre supimos que las cosas
estaban ahí dentro. Ya cinco siglos antes de Cristo Leucipo y Demócrito
pensaron que solo una partícula a la que llamaron átomo (á-tomo, que significa «no
divisible»), material pero indivisible,
indestructible y desprovistas de cualidades, que se mueve con un orden
determinado en el vacío interior de la materia, podría explicar, por ejemplo,
las diferencias entre las cosas. Veinticinco siglos después la física teórica y
la mecánica cuántica han dado carta de naturaleza a la teoría atomista. Durante mucho tiempo y aun hoy, el cuerpo y el alma representan el dualismo en
el que todos los seres humanos, antes o después, creyentes o no creyentes, navegamos y naufragamos. Para algunos somos
cuerpo y alma inmortal. Nadie lo ha demostrado pero mucha gente lo cree
firmemente. Para otros solo somos cuerpo humano.
Un cuerpo que hace preguntas para las que no
tenemos respuestas. ¡Vivir sin respuestas¡ ¿Es posible vivir sin respuestas?
Algunos no pueden y a este agujero negro
del cuerpo, a esta falta de repuestas,
es a lo que algunos llaman alma. Muchos
son los que han intentado una teoría unificada del alma y del cuerpo y no es
este el lugar para su revisión y no es, desde luego, algo nuevo. De hecho en el
año 1901 el Dr. Duncan MacDougall llevó a
cabo un detenido experimento con el objetivo de estudiar cuánto pesa el alma
humana.
Los resultados los publicó en 1907 y su reseña se pudo leer en el New York Time del 11 de Marzo. El Dr,
MacDougall estudio el peso de 6 personas inmediatamente antes y después de
fallecer. Simultáneamente hizo lo mismo con seis perros. Los perros no variaron
de peso pero el peso medio perdido por los humanos fue de 21 gramos que fue, en
sus conclusiones, el peso que debía tener el alma. El experimento no solo
confirmaba la existencia de un alma humana (que fuese material era lo de menos)
sino también de la inexistencia de alma
en los animales). Las conclusiones se las dejo para el lector interesado,
,
En todo caso la teoría de
la evolución fue un duro golpe para el dualismo psicofísico y aunque la Iglesia
Católica tras unos iníciales momentos de confusión (recordamos aquí el famoso
debate celebrado en 1860 entre Thomas
Henry Huxley y el Obispo de Oxford, Samuel Wilberforce) ha hecho grandes esfuerzos por intentar adaptaciones compatibles con la
doctrina de la Iglesia, como han sido los casos de Teilhard de Chardin, Karl Rahner
o Laín
Entralgo.
Pero
no quisiéramos elevarnos en esta conferencia por encima de nuestras
posibilidades y es por esto que me limitaré a dejar constancia de uno de los más divertidos (en mi opinión) empeños de conciliación entre el Génesis y la evolución,
tesis que le oí personalmente a su autor D.
Enrique López
Guerrero, párroco de Mairena de Alcor quien las iba explicando por los Colegios Mayores de Sevilla en los años ochenta del pasado siglo Según el párroco tras la muerte y resurrección
de Cristo nos ha sido condonado el pecado original, aquel que cometieron Adan y
Eva, lo que lleva consigo la recuperación de los perdidos dones preternaturales,
como la levitación, la adivinación y
todas esas propiedades paranormales que personas como él y algunos otros
elegidos son ya, al parecer, capaces de detectar. Una recuperación que, como no
podía ser de otra manera, seguía las leyes de la evolución, que eran también
leyes divinas, razón por la que solo ahora después de 20 siglos estábamos
comenzando a notar en forma de percepciones extrasensoriales,.
Sorprendentemente estas propuestas del
párroco de Mairena comienzan ahora a tener cierto soporte formal de la mano de
teorías como la de la mente extendida y que tiene aproximaciones más radicales como
las sostenidas por Rupert Sheldrake
un bioquímico británico de la universidad de Cambridge, conocido principalmente
por su promoción de lo que llama "resonancia mórfica",
una variante de la antigua hipótesis de la memoria colectiva.
Sheldrake sostiene que fenómenos
como la telepatía o la premonición tienen una explicación biológica y son
“partes normales del comportamiento animal que han evolucionado durante
millones de años porque desempeñan un papel importante en la
supervivencia".
A pesar de su éxito popular las tesis de Sheldarake son ampliamente
cuestionadas por la comunidad científica.
Pero no quisiéramos
apartarnos del objetivo de esta conferencia, que no es otro que el cuerpo
humano. Y uno de las grandes apuestas de
la ciencia más recientes es, precisamente la recuperación, si no de la prioridad si al menos de la
equiparación, del cuerpo (del resto del
cuerpo) con el cerebro o la mente. De alguna manera lo que podemos decir es que
no existe mente sin cuerpo. La mente piensa desde el cuerpo y todo su
privilegiado y complejo sistema estaría al servicio de gestionar eficientemente
las demandas del cuerpo. No es tampoco nada nuevo.
Adela
Cortina cita en uno
de sus últimos libros la adivinanza de John Loke del
príncipe y el zapatero. Si el día de la
resurrección el alma de un príncipe tomara el cuerpo de un zapatero,
¿Sería un príncipe para todos, o sus acciones sería propias de un príncipe y él
se sabría tal, pero para el común de la gente seguiría siendo un zapatero? Si consiguiéramos trasplantar el cerebro de
un príncipe a un zapatero y el de un zapatero a un príncipe, ¿quién sería ahora
el príncipe y quien el zapatero? Desde el punto de vista teórico es posible
imaginar que la tecnología pueda mantener viva una cabeza con un cerebro en su
interior. A través de
los vasos del cuello se podrían introducir los nutrientes necesarios y a través
de la tráquea insuflar el aire necesario para la vocalización. Pero el cerebro
se alimenta no solo de nutrientes sino también de la información que le llega
del cuerpo. Es esta también la historia de un cuento que escribí hace años.
Los médicos hemos llamado economía corporal a la visión conjunta del cuerpo
humano. Si consideramos al cerebro el
lugar donde reside la oferta y en el
cuerpo la demanda, la desaparición de la demanda (el cuerpo) haría inútil la
oferta (el cerebro) con lo que sistema (la economía) se hundiría. Una cuestión
de enorme interés a la hora de abordar la cuestión de las personas
tetrapléjicas.
El triunfo de
la biología. “Una religión de la humanidad”.
Desde
luego pocos dudan hoy de que buena parte de los comportamientos humanos tienen una base biológica que se ha
ido construyendo a lo largo de miles, probablemente de millones de años, en
virtud de mecanismos adaptativos y de supervivencia en el contexto de la
evolución. Esto explicaría, por ejemplo, la existencia de comportamientos
comunes en todos los humanos cualquiera que sea la circunstancia en la que se
han desarrollado o de las preferencias por los familiares y los próximos. Esta
“religión de la humanidad” o “universalismo ético” ha llevado a algunos
sociobiólogos darvinistas como Wilson a afirmar que “
ha llegado el tiempo de
liberar a la ética de las manos de los filósofos y biologizarla”. Como dice Adela Cortina: “
al parecer en
nuestro siglo XXI el nuevo salvador será neurocientífico”. Adela Cortina
cita a Francisco Mora
cuando dice que:
Nos encontramos en la neurociencia cognitiva a la espera de la llegada de un verdadero
Mesías, un genio que como Copérnico o Darwin, Einstein ,Watson y Crick nos
señale de nuevo el camino a seguir. Este será quizás el más grande desafío del
siglo XXI”. Desde esta perspectiva la moral no sería sino un mecanismo
adaptativo, un conjunto de normas, virtudes o valores que nos sirven para
adaptarnos y sobrevivir. Nuestra especie según Gazzaniga
(seguimos citando a Adela Cortina) “
necesita
creer en algo, en algún orden natural y, uno de los cometidos de la ciencia
moderna es contribuir a la descripción de este orden”
Pero, como
dice Adela Cortina, las neurociencias lo único que han hecho, y no es poco, es
reverdecer el viejo debate sobre la naturaleza humana. Un debate que es un
verdadero avispero con una larga historia a través de la cual se ha entendido
de formas muy diversas.
La cuestión es
peliaguda, desde luego, porque si la mente y con ella la moral y la libertad
solo fueran mecanismos adaptativos para la supervivencia de la especie, los
biologicistas radicales deberían también explicar por qué el fin último de los
seres humanos no es sobrevivir sino, como dice Ortega, supervivir, vivir bien y estar bien. El
bienestar. A esto se refiera Ortega cuando llama al hombre desde su condición
de hacedor de tecnologías
centauro ontológico.
Y para esto no hay que recurrir a instancias sobrenaturales, tan personales y
tan discutibles, ni tampoco al anuncio de
una era posthumana o posthumanismo a la manera que
Slotercisk
lo ha definido, de convivencia de los
humanos con las cosas a través de la tecnología ni a un futurista, o no
tanto, transhumanismo, ese movimiento
internacional que trabaja y reflexiona sobre el empleo de las
nuevas ciencias y tecnologías para mejorar
las capacidades
mentales y
físicas con
el objeto de corregir lo que considera aspectos indeseables e innecesarios de
la
condición humana, como el
sufrimiento,
la
enfermedad,
el
envejecimiento o incluso en última
instancia la
mortalidad.
Detrás de
todo este debate está el conflicto entre innatistas y quienes consideran al
cerebro una tabla rasa. Para los innatistas los seres humanos tienen en la
mente unas ideas innatas de los moralmente bueno o malo, como tienen, siguiendo
a
Noam Chomsky
una gramática universal innata que
convierten al lenguaje en una rasgo universal de la especie humana. Para los
segundo, como es el caso de la "ingeniería cultural" de
B.F.Skinner,
por el contrario, nada hay escrito y todo lo aprendemos socialmente.
La invención de la cultura
Pero sí la separación entre cuerpo y cerebro o entre este
y el alma es cada vez más difícil de justificar salvo que apelemos a argumentos
fideistas, lo es también la consideración del cuerpo como un ente completamente
aislado. Ya hemos visto como el cuerpo humano se ha construido a través del
largo proceso de adaptación y supervivencia competitiva o colaborativa con
otras especies, en un medio que no le
dio facilidades. Solo cuando el homo
se hace sapiens en vez de ajustarse
al medio, como hacen el resto de los animales, comienza a ajustar al medio a
sus propias necesidades. Comienza así una larga marcha que, muy lentamente al
principio el hombre va inventando, construyendo y utilizando tecnologías para
transformar el medio. Una larga marcha que ha adquirido en el momento actual un
carácter preocupante con las profundas transformaciones
antrópicas que están en el origen del cambio climático actual. En todo caso aún hoy el cuerpo humano se
desenvuelve en un espacio que llamamos medio ambiente pero que de manera más
general podemos identificarlo con la cultura. El gran salto de la humanización se produce
cuando los homínidos son capaces de construir imágenes de inventar conceptos y
símbolos que están en la base de eso que
mucho después se llamaría cultura. Unos símbolos, unos conceptos que al poder ser compartidos por muchas
personas a la vez, permitirán a los humanos dar un salto de gigantes. Es por
esto que no es posible concebir a los individuos de manera aislada. Los humanos
somos animales sociales, simbólicos y culturales. Y es por esta razón por lo
que los humanos somos además trascendentes.
A los biogénicos y sociogénicos radicales, les une el determinismo. Un determinismo de
diferente cuño, biológico
el primero y social en los segundos, pero deterministas al fín. En
todo caso para unos y otros quedan escaso margen para las viejas nociones de
libertad o autodeterminación moral. Pero hay una tercera vía que sin negar la
existencia de estos determinismos considera al ser humano como un espacio de
posibilidades. Ni lo biológico, ni lo
cultural, ni lo ambiental, tampoco el subconsciente, conforman un destino ineluctable al que las
personas no pudieran, de alguna manera, total o parcialmente, soslayar, bien en
solitario, bien con la ayuda de otras personas. El antropólogo mexicano
Roger Bartra, publicó en 2006 una
hipótesis sobre el “
exocerebro”.
En el libro Bartra, tras un extenso
viaje crítico sobre los hallazgos
recientes de las neurociencias y sobre las diferentes corrientes, históricas y
coetáneas, que intentan explicar la
cuestión de la conciencia, propone la hipótesis de la existencia de un
“exocerebro”, como una prótesis cultural.
Un conglomerado de redes extracerebrales que formarían un conjunto
simbólico de sustitución de los límites de las redes neuronales
intracerebrales, que a lo largo de la
evolución habrían llegado a tomar “conciencia” de sus propios límites y
reservar espacios vacios capaces de ser
rellenados por este conjunto de redes simbólicas cultuales (el
exocerebro), que sustituirían las limitaciones
de la propia red neuronal intracerebral. Solo así sería posible explicar el gigantesco salto adelante que los humanos han
llevado a cabo, salto imposible solo con
las capacidades limitadas de las redes neuronales. Desde esta perspectiva la conciencia no
radicaría en la capacidad del cerebro de percatarse de que hay un mundo
exterior sino, precisamente, de que una
porción del entorno funciona como si fuese una extensión de los
circuitos neuronales.
De alguna manera los circuitos
neuronales serian sensibles al hecho de que el cerebro es
incompleto y de que necesita de un suplemento externo. Una hipótesis de cerebro
externo o
exocerebro que, según Bartra ya fue esbozada por
Ramón y Cajal quien al comprobar la
extraordinaria y precisa selectividad de las redes neuronales en la retina
consideró a estas como un segmento periférico del cerebro. La hipótesis del
exocerebro tiene, también, sus antecedentes y algunas coincidencias con la consideración de los humanos como “centauros ontológicos” por
Ortega,
con la hipótesis de la cultura
como el conjunto memético por
Mosterin, o con la del
genotipo cazador de
Neel, arriba
comentadas o, probablemente tambiéncon la hipótesis del Mundo 3 de
Popper. Todas ellas empeños
por incorporar el hecho cultural en el espacio de la conciencia o de la
corporalidad. Bartra con su “
exocerebro” da un paso más en el intento de conciliar el
dualismo mente-cerebro , cuerpo-cultura,
identificando la autonomía de la
cultura dentro de la construcción de la propia conciencia y de paso también de
la corporalidad
.
No
quisiera terminar sin hacer tres comentarios más. Los dos primeros relacionados
con el cuerpo como representación y un último sobre el futuro del cuerpo
humano.
Ya hemos comentado como nos hacemos humanos cuando somos
capaces de salirnos de nosotros mismos de enajenarnos y de reconocernos en los
otros. El cuerpo es el lugar desde donde se envían y se reciben los mensajes.
Esto es común con el resto de los animales, aunque el hombre tiene una
capacidad, el lenguaje, de la que
carecen los demás. Pero no solo el lenguaje (instrumento humano por antonomasia
de comunicación y del que no voy hablar)
sino el cuerpo mismo y el ropaje,
que es parte misma de nuestro cuerpo. La
capacidad de gesticulación y de mímica es mucho mayor en los humanos que en
otra especies, pero también la moda en el vestir que identifica a épocas y a
personas. Los
psicólogos conocen muy bien lo que ellos llaman la comunicación no verbal. La comunicación gestual es tan importante
como la verbal. Si alguien tiene dudas no tiene más que seguir el espectáculo
que estos días se está produciendo en la formación del nuevo congreso de los
Diputados y ver las imágenes y los mensajes ideológicos que se están enviando
unos a otros a través de la representación y de la escenografía corporal y como muestra la contraposición
entre Celia Vilallobos y el joven rasta de Podemos. No es nada nuevo y se suele poner como ejemplo de comunicación
no verbal la historia del caballo de Hams. A finales de 1800, un profesor de
escuela alemán retirado llamado Wilhelm von Osten había enseñado a su caballo
Hams a hacer péquelas operaciones de suma y resta, cuyos resultados iba
contando dando pequeños golpes con el caso. El caso despertó el interés de
algunos estudiosos y después de diferentes evaluaciones pudieron comprobar que
el caballo solo acertaba si tenía el público antes sus ojos pero no si le
separaban del público con una mampara. Lo que el caballo había sido capaz de
aprender era los “invisibles” gestos de la audiencia que iban contando
“gestualmente” al mismo tiempo que el caballo iba “contando” con los golpes de
pezuña, que interrumpía cuando el público dejaba también de contar.
El rubor es otro de los signos externos de comunicación no verbal. Los estudios
sobre los primates están siendo de gran importancia para esclarecer algunas de
las cuestiones sobre las relaciones entre biología
y cultura, sobre las bases biológicas de la moral y, también, sobre otros
aspectos relacionados con la medicina darwiniana o evolucionista. En este
sentido es muy representativo el reciente libro de Frans de Wall (El
Bonobo y los Diez mandamientos). De Walls es un conocido primatólogo que ha
estudiado a lo largo de toda su vida a los bonobos y a los chimpancés. El libro
está lleno de ejemplos, tanto observacionales como experimentales que muestran
como la ayuda mutua, la empatía, el altruismo, la angustia por la muerte, la
reciprocidad, en muchas especies, no
solo en los primates, no son la
excepción sino la regla. De alguna
manera en el libro se sustenta la tesis de la existencia de unas raíces
biológicas adaptativas de la moral humana proponiéndose que los imperativos
morales se consideren una parte de la historia natural de la especie humana y fruto de nuestras interacciones
sociales diarias. De entre todos los ejemplos señalo aquí el del rubor.
El rubor (junto a la palabra) es la única expresión distintivamente humana. No
parece que haya algo semejante en otros primates. Es un misterio evolutivo que
debe resultar paradójico, dice de Wall, para los que creen que explotar e
imponerse a los otros es lo único de lo que somos capaces (evolutiva o
naturalmente hablando, pues todo lo
demás, lo que se llamaría moralidad,
vendría impuesto por la cultura). “Si
así fuera ¿no nos iría mejor sin esa congestión incontrolada de nuestra
mejillas y cuello que nos delata?”.
No debe ser así cuando el rubor ha sobrevivido. De hecho el rubor incontrolado
promueve la confianza. Preferimos a la gente cuyas emociones pueden leerse en
su cara a la gente que no muestra ni el más mínimo asomo de vergüenza o de
culpa. “El rubor formaría parte del mismo
sistema evolutivo que nos dio la moralidad”, dice de Wall.
El tercer ejemplo que queremos poner es el
de la utilización del propio cuerpo como sujeto de transformación estética. Es
el caso de las rastas arriba comentado
pero es el caso de todos aquellos, -en
todas las culturas-, que deforman, perforan, modelan su cuerpo con finalidades
religiosas, estéticas, políticas etc. En
atención al lugar en el que estamos hablando y al motivo de esta conferencia
pondremos solo un ejemplo relacionado con la utilización del cuerpo como sujeto
de transformación artística.
Orlan es una artista multimediática nacida en Francia en 1947 y
ubicada en USA que desde 1965 viene realizando audaces performances, en las que
utiliza su propio cuerpo como el material de expresión estética a través de la
transformación mediante sucesivas intervenciones de cirugía plástica. De hecho
Orlan se jacta de ser la primera artista en utilizar la cirugía plástica para
hacer su propio autorretrato. Su carne abierta,- el cuerpo mismo,- es el
equivalente a la tela como soporte sobre la que se gesta la obra. Para Orlan el
cuerpo además de ser naturaleza es producto de una construcción sociocultural.
El cuerpo no sería un hecho objetivo e inmutable sino un valor producido tanto
por la historia individual del sujeto como por su presencia del mundo en que le
ha tocado vivir.
Pero
Orlan con sus intervenciones quirúrgicas intenta encubrir la furia narcisista
que le genera la realidad de la muerte, una muerte que se niega a aceptar, la
incompletitud, la castración simbólica que nos convierte a todos en sujetos de
la cultura, falibles, incompletos, carentes y mortales, dice de ella Corinne
Sacca-Abadi
de cuya entrevista a la artista extraemos esa conversación:
C.S.A. Si
pudieras renacer en el año 2000, comenzar de nuevo, ¿elegirías ser artista?
Orlan. No,
seguramente no, el medio del arte es horrible, patético, es una lucha muy
dura para mí. Hubiera elegido ser científica, médica, o bióloga.
C.S.A. ¿Por
qué? Cuál es el trabajo que te gustaría hacer
Orlan. Investigaría
el cuerpo, trabajaría para alargar la vida, en el futuro la tecnología logrará
todo lo que se proponga.
C.S.A. Se diría
que quisieras poner todas tus energías en evitar la muerte.
Orlan. Es
terrible tener que envejecer y morir. No lo acepto, no, nunca lo voy a aceptar.
La
inmortalidad. Nada nuevo bajo el sol
Y es precisamente de esta fe en las nuevas tecnologías, que
ya predicen que el siglo XXI será
post-corporal, de lo queremos hablar durante unos minutos para terminar esta
conferencia. Hoy sabemos que el hombre fue, probablemente, antes (homo) faber que (homo) sapiens. La técnica nos ha acompañado desde el principio.
Con ella hemos cambiado el medio que nos rodea y nos ha permitido no solo
sobrevivir sino vivir mejor (Ortega).
Lo que ha cambiado en nuestro tiempo es
la aceleración de aquel cambio de la mano del extraordinario avance tecnológico y, sobre todo, la fe de los
humanos modernos en la tecnología. Una fe que le lleva a tener expectativas sobre
su corporalidad como nunca antes había imaginado. Es lo que ocurre por ejemplo
con la salud que es un concepto que hoy ocupa el espacio todo de la biomedicina
pues las ciencias que antes se ocupaban de la enfermedad hoy se llaman todas
ciencias de la salud. La salud es un
concepto histórico que ha ido cambiando con el paso de los tiempos y no es el
momento de hablar aquí ahora de cómo ha cambiado el concepto de salud en
nuestro tiempo pero baste decir que esa fe en la tecnología ha llevado a muchas
personas, hoy, a creer que es posible
modificar el cuerpo a nuestro antojo y conveniencia. No otra cosa es ese movimiento que se llama transhumanismo y ese sueño de un posthumanismo posible.
El transhumanismo es hoy en cierto modo
una realidad. Los trasplantes de órganos, las prótesis, las tecnologías de sustitución son la
antesala de un transhumanismo ciborg que hoy ya comienza a adquirir carta de
naturaleza. Peter Sloterdisck
uno de los profetas del posthumanismo pone como ejemplo la mano gancho del
corsario quien aún sabía donde acababa
su cuerpo y empezaba el gancho. “Pero con las nuevas prótesis esa distinción
se complica y con el desarrollo bio-tecnológico dejará de tener sentido".
Pero, desde la perspectiva médica, aunque hoy sea posible curar muchas
enfermedades el hombre moderno tiene que enfrentarse la paradoja de que hoy hay
más “enfermos” y muchas más enfermedades
que nunca. Y esto es así porque se olvida con frecuencia que la enfermedad no es solo un constructo biológico sino
también cultual y que los seres humanos “inventamos”
enfermedades. Todos los que hasta ahora
soñaron con la erradicación absoluta del
mal volvieron aterrados al comprobar que el otro lugar, (aquella utopía de la
salud), era un no lugar. No otra cosa es lo que le ocurrió al Dr.
Alejandro Mirahonda, doctor en Medicina y Filosofía por la Universidad de Leipzig, el personaje de D Santiago Ramón y Cajal
en “El fabricante de honradez”,
que acabó con las bajas pasiones de los habitantes del pueblo de Villabronca,
mediante la vacunación masiva del suero antipasional por él descubierto (en
realidad un experimento de hipnosis colectiva). Tras la
aplicación de suero a todos los habitantes
cesó la criminalidad, reinó el orden y todo el pueblo se convirtió en
una fuente de virtudes. Sin embargo pronto la vida comenzó a ser demasiado
monótona y aburrida y tras unas primeras quejas al poco tiempo hubo una
insubordinación general exigiendo al doctor que
deshiciera lo hecho, cosa que consiguió tras diseñar otro experimento
con otra inventada antitoxina que no era más que agua del grifo al que él le
había “otorgado” propiedades antitóxinicas.
De nuevo todo volvió a su orden natural y las pasiones, ahora
incluso, desatadas, volvieron al pueblo. Al final del cuento,
tras haber demostrado que la ciencia es capaz de acabar con el mal y sorprendido por la reacción de
la gente, el Dr. Mirahonda se hace
numerosas preguntas.
“¿Es conveniente hacerlo? ¿es esto lo
que se llamaría progreso?, ¿estamos seguros que el fin de la raza humana
consiste en vegetar indefinidamente entre el sosiego y al mediocridad?, ¿no
acabaría por forjarse una humanidad estática y rutinaria, linfática y anodina,
incapaz de todo punto para las vibrantes luchas de la civilización? La
supresión del mal, ¿no implicaría, quizás, el mayor de los males?”. ¿Por qué los humanos prefieren el mal, las
pasiones, el desorden, el caos a la felicidad programada ya sea por
experimentos de sugestión clínicos, sociales
o políticos o por el desarrollo de las tecnociencias?
De hecho ya hay científicos
absolutamente convencidos del futuro transhumano,
filósofos que lo piensan,
médicos con clínicas que apuestan por una supervivencia hasta el año 2030 (¡)
fecha en la que cifran el advenimiento de las singularidades biotecnológicas
que nos permitirán sobrevivirnos,
manifiestos transhumanista en la red e incluso un ceiborg reconocido como tal en
su carnet de identidad por el gobierno
británico.
Pero sobre todo hay personas que creen y
trabajan con la convicción de que la que la tecnología podrá hacernos
inmortales. Para quienes así creen las leyes de la selección
natural estarían comenzando a ser sustituidas
por las leyes del diseño inteligente a la manera humana. Siempre han existido mitos que han intentado
apaciguar la angustia existencial ante la muerta. El más antiguo de
ellos, probablemente el de Gilgamesh quien tras un largo viaje en busca de la
inmortalidad, descubrió que cuando los dioses crearon a los
hombres, dispusieron que la muerte fuera
su destino inevitable y que el hombre ha de aprender a vivir con
ello. Y el más conocido por nosotros, el de la Resurrección de los muertos de
la tradición judeocristiana.
En conclusión:
Convivir
con el cuerpo, negociar con él, aceptarlo tal como es. He aquí un viaje que
como el de Gilgamesh suele durar a cada
hombre toda una vida. Un viaje que a pesar de todos los sueños de inmortalidad
es un viaje sin retorno. Quizás mejor así pues como reza un viejo chiste: El
colmo de un inmortal es que lo condenen a cadena perpetua
Hoy no está de moda hablar de privilegios, pero convendría recordar que
muchos privilegios, sobre todos aquellos asignados a profesiones, son concesiones en régimen de monopolio a
determinados grupos (p.e el monopolio de la violencia por las fuerzas del
orden) como un mal menor. Unos privilegios que obligan a quienes lo ejercen a
una serie de servidumbres que identifican y, generalmente, dignifican a esa
profesión pues les exige un plus añadido de responsabilidad .
Roger
Bartra. Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrio. Editorial
Pretextos, Valencia, 2014
Adolfo Vázquez Rocca. Sloterdijk, Habermas y
Heidegger; Humanismo, Posthumanismo y debate en torno al Parque Humano. https://fbacon.wordpress.com/2007/04/13/sloterdijk-el-post-humanismo-sus-fuentes-teologicas-y-sus-medios-tecnicos/.