miércoles, 28 de septiembre de 2016

LA EXPROPIACIÓN DEL PAISAJE

LA TRIBUNA
FEDERICO SORIGUER MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
28 septiembre 201610:27
http://www.diariosur.es/opinion/201609/28/expropiacion-paisaje-20160928005639-v.html

El pasado día 14 de septiembre, Salvador Moreno Peralta, escribía un artículo en estas páginas, 'Tópicos urbanísticos' en el que reflexionaba sobre la distancia que hay en urbanismo entre el deseo y la realidad y donde advertía sobre la conveniencia de abandonar los tópicos a la hora de tomar las grandes decisiones que cambian el paisaje urbano. Y es de esto del paisaje de lo que queremos hoy hablar, siguiendo la reflexión de SMP. El paisaje es, junto con el aire que respiramos, la última propiedad verdaderamente comunal. El paisaje que no es, en fin, sino aquello que se alcanza con nuestra mirada, es tan nuestro como nuestra más íntima biografía, porque nuestra biografía está hecha dentro de un paisaje que, de alguna manera, nos determina.
Nací en Cabra de Córdoba al pie de las estribaciones de las sierras de la Subbética que proyectan sobre la ciudad el hermoso paisaje de mi infancia. Siempre hubo canteras de mármol en aquella sierra, pero en los años de desmadre del ladrillo la explotación se hizo tan intensa que obligó a intervenir a la Consejería de Medio Ambiente de Córdoba. Después de años de litigio una decisión judicial obligó a cerrar aquellas canteras, pero la extracción de mármol (altamente demandado entre otras cosas, para las construcciones suntuarias de Oriente Medio) siguió ilegalmente por la noche y durante años. Una noche, en fin, los GEOS, según me han contado, en una operación nocturna, descendieron desde helicópteros y cerraron las canteras. Hay aún otras de arenisca abiertas y cualquiera que vaya por allí verá que entre Cabra y Lucena hay una gran loma que presenta un gigantesco bocado como si un atlante se la hubiera desayunado. En unos pocos años algo que estaba allí desde siempre ha desaparecido, también para siempre. Simplemente se lo han llevado. Pero no estamos aquí sacralizando el paisaje, al menos no es nuestra intención. El paisaje cambia. Lo hace la propia naturaleza sin más ayuda y hoy lo hace con la inestimable ayuda del hombre. A veces incluso para bien. Esto es especialmente válido para el paisaje urbano, que es sin reservas un paisaje humano. Pero el paisaje, ya sea montaraz o urbano no nos pertenece del todo a una sola generación. Nos antecede y nos trasciende. De aquí la enorme responsabilidad cuando intervenimos sobre él. Seguro que la mayoría de los lectores han estado en Sevilla en los últimos años. ¿Les gusta la famosa Torre Pelli? No le gusta a muchos sevillanos, menos a un malagueño de adopción que se acerca todavía acomplejado a la serena belleza de la ciudad de la bética. En Sevilla con la disculpa de hacer algo singular han conseguido romper la singularidad de la ciudad, representada por esa armonía plana de sus edificios carentes de tejas que cobijan a tantos monumentos que han merecido su inclusión como Patrimonio de la Humanidad (ahora en peligro, precisamente, como consecuencia de la construcción de la torre). Ese extraordinario paisaje urbano que nos llevaba con mis amigos estudiantes de arquitectura a contemplar los amaneceres sobre la ciudad desde los hermosos jardines del Colegio Mayor Santa María del Buen Aire en las alturas de Castilleja de Guzmán. ¿Necesitaba Sevilla esa torre? ¿Ha aportado algo a la ciudad? La respuesta es no. De esas torres las hay en cualquier lugar, estéticamente es vulgar y según me dicen lo único que ha conseguido es enredar el tráfico de la zona. Pero lo que sí es seguro es que ha roto la singularidad de aquel paisaje que tanto entusiasmaba a aquellos jóvenes estudiantes de los años sesenta. No es conservadurismo. En la misma Sevilla nos parece un acierto la transformación de la muy céntrica y antigua plaza de la Encarnación con esa extravagante y modernista construcción que es el Metropol-Parasol, popularmente llamado 'Las Setas'. La cuestión es pertinente ahora que se ha propuesto en Málaga la construcción de una gran torre-hotel en el dique de levante. Málaga ha conseguido la urbanización del Puerto con éxito. Las decisiones han sido difíciles pero en general acertadas. De entre todos, el mayor acierto es haber contribuido a que Málaga pueda mirarse a sí misma desde el mar. Y lo que ha visto, le gusta. Ahora imagínense a la Torre Pelli en la bocana del Puerto. Una torre, más alta para que los políticos (los políticos son los que en última instancia toman las decisiones), puedan presumir de tener la torre más grande, pues si imaginamos una interpretación psicoanalítica de la arquitectura institucional toda nueva torre podría ser considerada como una representación (fálica) del tamaño del poder.

¿De verdad Málaga necesita para identificarla en el imaginario universal un hotel en la bocana del puerto que llegue al cielo? Hay derechos humanos de primera, de segunda y de tercera generación. Pero también hay derechos de cuarta generación que son los derechos de especie (de la especie humana). Incluyen la atención a aquellas medidas que garanticen el futuro. Que garanticen no solo la continuidad de la especie sino también su calidad de vida. Uno de ellos no suficientemente desarrollado es el derecho al paisaje. De Sevilla deberíamos aprender muchas cosas. Sobre todo de sus errores. Ni la más que dudosa singularidad ni la rentabilidad, son razones suficientes para un empeño que cambiará el paisaje de la ciudad para siempre. Además, ¡no es de construir la Ópera de la Bahía de Sidney de lo que estamos hablando, que si así fuera habría que pensarlo! No, es de un hotel más, por muy grande y suntuoso que sea y por muy afamado que sea su arquitecto. La desmesura es casi siempre una ordinariez, algo que es la norma en muchos de los proyectos financiados con petrodólares.

martes, 20 de septiembre de 2016

EL AGUAFIESTAS

LA TRIBUNA
FEDERICO SORIGUER
http://www.diariosur.es/opinion/201609/09/aguafiestas-20160909105629.html
9 septiembre 201610:56
¿Qué es España?, se preguntaron una y otra vez Costa, Unamuno, Ortega, Américo Castro, Sánchez de Albornoz. Una nación festiva, esa es mi conclusión. Un país de fiesta y de fiestas. Nacionales, autonómicas, locales, regionales, municipales o de barrio, privadas o públicas, muy antiguas y muy nuevas, tradicionales y no tanto, de invierno, de otoño, de primavera y de verano, sobre todo de verano. Religiosas y laicas. Y así podríamos seguir con esta taxonomía nacional festera que nos une a todos, rojos y azules, gordos y flacos, nacionalistas de aquí y de allí, feos y guapos, hombres y mujeres, ateos y creyentes. Las fiestas como cemento identitario más allá de la política y del destino manifiesto. Un país festivo hasta la extenuación pues para la fiesta el único límite es el del agotamiento. El mundo se puede parar pero la fiesta, la gran fiesta nacional continua, como si fuera posible vivir eternamente fuera de sí. Da igual el motivo. La fiesta, el jolgorio,  la gente en la calle, el ruido, las pasiones del alma  desatadas, las risas, más risas, el alcohol, las drogas, la música, el desenfreno, el ruido, más ruido. La fiesta sin más, único fin en si mismo, el único lugar común donde se sientan en la misma mesa la izquierda y la derecha, los pobres y los ricos, las fulanas y los fulanos. Y sobre todo el ruido, el ruido y la furia de los vándalos, cada vez más presentes.
Da igual que se tire una cabra por el campanario, que se corran hasta la extenuación unos toros, que se bañen en tomate, que se lleve a la imagen sagrada para arriba y para abajo, que se beba y se baile sin freno hasta que el cuerpo aguante. Que se tomen las ciudades durante los días de fiesta, porque la fiesta es de todos dicen, porque la fiesta es sagrada dicen, porque la fiesta pertenece al pueblo, dicen, porque la fiesta es la tradición dicen, porque quienes levantan la ceja con la fiesta, son unos aguafiestas, dicen. Que los que miran con desdén nuestras fiestas, se vayan, dicen, que no nos calienten la cabeza con sus rollos sobre la barbarie y el silencio, que no nos amarguen la vida, pues la fiesta es la vida, que no nos pongan chinas en el zapato que ya tenemos bastante con la china que nos ha tocado. La calle es nuestra, deberían saberlo los aguafiestas. Desde siempre y porque sí. Por tradición, por la santa y bendita tradición, la tradición que sea, que más da si en estos días de fiesta la calle es nuestra, el mundo es nuestro, el país es nuestro. Que todos los días son ya nuestros porque todos los días son fiesta. Que hay penas, fiesta, que estoy alegre, fiesta, que soy pobre, fiesta, que soy rico, fiesta. Fiesta oficial la declaran los egregios políticos, los patricios del pueblo, los tribunos de la plebe. Que hay que disfrazarse, pues te disfrazas, que hay que beber pues se bebe, que hay que gritar, pues se grita, que hay decir tonterías y ordinarieces, pues se dicen. No hay mayor placer que sentirse rodeado de millones de personas que beben, gritan, y festejan juntos. Ni frío ni calor. Ni siento ni padezco, solo disfruto, libero mis energías más elementales, me río, me abrazo con este y con aquel,  con esta y con aquella. Ni me exijo ni me exigen nada salvo que guarde la tradición de la fiesta. La que sea. Perder la compostura manteniendo las posturas. He aquí el secreto de la fiesta.
Así es mi país, mi nación o mi reino. Un reino de este mundo, absolutamente. Si ningún género de duda. Un reino en el que los aguafiestas lo tienen crudo. A beber y a cantar, a vivir y a folgar. Un país que, mientras tanto y desde siempre, ha exilado a todos los aguafiestas que en España han sido, y que han sido muchos más de los que este país festero se merece. Y aquí estamos de resaca, con una monumental y maravillosa resaca, sí, ¡y qué¡ A  quién le importa, si esto es cuestión de un par de días y un alkaseltzer pues hay que reponerse para poder comenzar de nuevo con la garganta rota, con el bolsillo vacío, con la moral por los suelos, con el humor agriado, con la esperanza bajo mínimos, ¡sí, ya lo sé¡ ¡y qué¡, a quién le importa pues lo único que importa es que la fiesta continúe, pues sin fiesta no hay vida, ni cultura, pues  no hay más cultura que  esa cultura que llaman con desprecio, popular y que es festiva o no es popular ni es cultura.
Así que si usted es un aguafiestas, no me venga con monsergas, no me pida que me calle, que baje el volumen de mi voz, que silencie el ruido de los coches locos, porque mi voz, mi ruido, mi locura es la locura del pueblo, del único pueblo posible, aquel que solo tiene voz cuando grita, canta, baila, se emborracha y llora de alegría festiva. No me pida que me calle y váyase, como hicieron sus maestros, como han hecho antes todos los aguafiestas y déjenos aquí con nuestros bailes, con nuestra alegría, con  nuestro ruido, con nuestra furia, con nuestras fiestas y váyase antes de que cambie de opinión y en un momento de embriaguez, como si todos fuéramos una misma persona, una misma alma, un mismo país, pasemos por encima de su palabra, de sus derechos y si hace falta por encima del futuro y de la gloria, pues no hay más futuro que este que se encierra en estas palmas ni más gloria que la que alcanza el placer de la farándula