LA TRIBUNA
FEDERICO SORIGUER MÉDICO.
MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
28 septiembre 201610:27
El pasado día 14 de septiembre, Salvador
Moreno Peralta, escribía un artículo en estas páginas, 'Tópicos urbanísticos'
en el que reflexionaba sobre la distancia que hay en urbanismo entre el deseo y
la realidad y donde advertía sobre la conveniencia de abandonar los tópicos a
la hora de tomar las grandes decisiones que cambian el paisaje urbano. Y es de
esto del paisaje de lo que queremos hoy hablar, siguiendo la reflexión de SMP.
El paisaje es, junto con el aire que respiramos, la última propiedad
verdaderamente comunal. El paisaje que no es, en fin, sino aquello que se
alcanza con nuestra mirada, es tan nuestro como nuestra más íntima biografía,
porque nuestra biografía está hecha dentro de un paisaje que, de alguna manera,
nos determina.
Nací en Cabra de Córdoba al pie de las
estribaciones de las sierras de la Subbética que proyectan sobre la ciudad el
hermoso paisaje de mi infancia. Siempre hubo canteras de mármol en aquella
sierra, pero en los años de desmadre del ladrillo la explotación se hizo tan
intensa que obligó a intervenir a la Consejería de Medio Ambiente de Córdoba.
Después de años de litigio una decisión judicial obligó a cerrar aquellas
canteras, pero la extracción de mármol (altamente demandado entre otras cosas,
para las construcciones suntuarias de Oriente Medio) siguió ilegalmente por la
noche y durante años. Una noche, en fin, los GEOS, según me han contado, en una
operación nocturna, descendieron desde helicópteros y cerraron las canteras.
Hay aún otras de arenisca abiertas y cualquiera que vaya por allí verá que
entre Cabra y Lucena hay una gran loma que presenta un gigantesco bocado como
si un atlante se la hubiera desayunado. En unos pocos años algo que estaba allí
desde siempre ha desaparecido, también para siempre. Simplemente se lo han
llevado. Pero no estamos aquí sacralizando el paisaje, al menos no es nuestra intención.
El paisaje cambia. Lo hace la propia naturaleza sin más ayuda y hoy lo hace con
la inestimable ayuda del hombre. A veces incluso para bien. Esto es
especialmente válido para el paisaje urbano, que es sin reservas un paisaje
humano. Pero el paisaje, ya sea montaraz o urbano no nos pertenece del todo a
una sola generación. Nos antecede y nos trasciende. De aquí la enorme
responsabilidad cuando intervenimos sobre él. Seguro que la mayoría de los
lectores han estado en Sevilla en los últimos años. ¿Les gusta la famosa Torre
Pelli? No le gusta a muchos sevillanos, menos a un malagueño de adopción que se
acerca todavía acomplejado a la serena belleza de la ciudad de la bética. En
Sevilla con la disculpa de hacer algo singular han conseguido romper la singularidad
de la ciudad, representada por esa armonía plana de sus edificios carentes de
tejas que cobijan a tantos monumentos que han merecido su inclusión como
Patrimonio de la Humanidad (ahora en peligro, precisamente, como consecuencia
de la construcción de la torre). Ese extraordinario paisaje urbano que nos
llevaba con mis amigos estudiantes de arquitectura a contemplar los amaneceres
sobre la ciudad desde los hermosos jardines del Colegio Mayor Santa María del
Buen Aire en las alturas de Castilleja de Guzmán. ¿Necesitaba Sevilla esa
torre? ¿Ha aportado algo a la ciudad? La respuesta es no. De esas torres las
hay en cualquier lugar, estéticamente es vulgar y según me dicen lo único que
ha conseguido es enredar el tráfico de la zona. Pero lo que sí es seguro es que
ha roto la singularidad de aquel paisaje que tanto entusiasmaba a aquellos
jóvenes estudiantes de los años sesenta. No es conservadurismo. En la misma
Sevilla nos parece un acierto la transformación de la muy céntrica y antigua
plaza de la Encarnación con esa extravagante y modernista construcción que es
el Metropol-Parasol, popularmente llamado 'Las Setas'. La cuestión es
pertinente ahora que se ha propuesto en Málaga la construcción de una gran
torre-hotel en el dique de levante. Málaga ha conseguido la urbanización del
Puerto con éxito. Las decisiones han sido difíciles pero en general acertadas.
De entre todos, el mayor acierto es haber contribuido a que Málaga pueda
mirarse a sí misma desde el mar. Y lo que ha visto, le gusta. Ahora imagínense
a la Torre Pelli en la bocana del Puerto. Una torre, más alta para que los
políticos (los políticos son los que en última instancia toman las decisiones),
puedan presumir de tener la torre más grande, pues si imaginamos una
interpretación psicoanalítica de la arquitectura institucional toda nueva torre
podría ser considerada como una representación (fálica) del tamaño del poder.
¿De verdad Málaga necesita para
identificarla en el imaginario universal un hotel en la bocana del puerto que
llegue al cielo? Hay derechos humanos de primera, de segunda y de tercera
generación. Pero también hay derechos de cuarta generación que son los derechos
de especie (de la especie humana). Incluyen la atención a aquellas medidas que
garanticen el futuro. Que garanticen no solo la continuidad de la especie sino
también su calidad de vida. Uno de ellos no suficientemente desarrollado es el
derecho al paisaje. De Sevilla deberíamos aprender muchas cosas. Sobre todo de
sus errores. Ni la más que dudosa singularidad ni la rentabilidad, son razones
suficientes para un empeño que cambiará el paisaje de la ciudad para siempre.
Además, ¡no es de construir la Ópera de la Bahía de Sidney de lo que estamos
hablando, que si así fuera habría que pensarlo! No, es de un hotel más, por muy
grande y suntuoso que sea y por muy afamado que sea su arquitecto. La desmesura
es casi siempre una ordinariez, algo que es la norma en muchos de los proyectos
financiados con petrodólares.
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