DIARIO SUR. 23 de noviembre, 2019
Opinión
FEDERICO SORIGUER. Médico. Miembro de la
Academia Malagueña de Ciencias.
En estas misma páginas de SUR, el pasado día 20 de Noviembre el filosofo
Daniel Inneratiy, incluía a España en la categoría de las democracias “iliberales”,
por su incapacidad para resolver el conflicto de Cataluña. Una cuestión para cuya
solución recomendaba “dialogo”. Menos mal, pues a casi nadie se le había
ocurrido antes esta genial solución.
Es este un momento crítico de la
política nacional en el que la formación de gobierno va a necesitar mucho
dialogo. Como Innerarity no nos dice
nada cómo y de que hay que hablar, me he permito aquí resumir en forma de
decálogo algunas premisas que me
parecen imprescindibles para que el dialogo sea fructífero.
Primero: Para hablar hacen falta “interlocutores válidos”. Debo el concepto” a Adela Cortina quien en su
libro “Ética
de la razón cordial”, lo desarrolla como una condición necesaria
para el diálogo. Dialogar exige la aceptación de unas reglas mínimas, las del
interlocutor válido, sobre las que se
pueda ir construyendo una conversación.
Segundo: Quienes hablan en nombre del pueblo tienen primero
que demostrar que tal cosa existe. La
palabra “pueblo” aplicada a una comunidad, es la sustitución moderna del
concepto de “raza” y tan prepolítica y anticuada como esta. No existe tal cosa
como un pueblo (catalán, vasco, o español) solo existe una comunidad de
ciudadanos, (un demos), sujetos de derechos y por tanto sometidos al imperio de
la ley. Lo demás es barbarie. E igual
ocurre con la idea de nación, esa construcción idealizada, que hunde sus raíces
en un pasado heroico, en donde habita un
pueblo portador de una cultura y unos
valores comunes y por tanto políticamente homogéneos. Es por esto que el debate
sobre la naturaleza de cada uno de los territorios de España es irracional, pre político e intelectualmente prescindible.
Tercero: No existe tal cosa
como los derechos históricos. Eso es tan predemocrático o más que la idea de
“pueblo”. No hay pueblo sin historia. La historia tal vez explique, pero no
justifica, los desvaríos del presente.
Eso se llama determinismo histórico, cuyos excesos han llevado a la
desolación y a la muerte a los países que han caído en el historicismo (Popper
dixit).
Cuarto: La identidad
nacional es una falacia, como lo es la
reclamación de determinados derechos en nombre de las “diferencias”. El
identitarismo esconde un supremacismo en el que hoy, a “las mosquitas muertas” postmodernas, les resulta insoportable reconocerse. Pero no otra cosa parecen los
argumentos de los soberanistas.
Quinto: El derecho de
autoderminación es una fantasía postcolonial. Hay que demostrar previamente que
se es un pueblo “diferente” y que se es un
pueblo oprimido. La autodeterminación de Cataluña es un sarcasmo. La autodeterminación
hoy no es sino “la secesión de los ricos”
(Ariño&Romero) (Piketty), los únicos que de verdad la están consiguiendo. Algo que al parecer le es indiferente a tanto revolucionario postmoderno e ilustrado. Qué ironía.
Sexto: La democracia plebiscitaria
es la enfermedad infantil de la democracia representativa. Solo una comunidad
infantilizada puede creer que decisiones tan complejas como la independencia de
un trozo de un país democrático se puede resolver con una pregunta binaria e
irreversible. En España desde hace 40 años el demos viene bien definido por la
Constitución y ese demos se ha autoderminado más de 50 veces en estos
años. Ahora lo quieren resolver con un
SI o un NO. ¿De verdad nos creen tan
estúpidos?
Séptimo: La calificación de
España como estado fascista es un insulto repetido y gritado por los
violentos y por todas las angélicas almas
independentistas. Refutar la falsedad
del insulto no exige mayores esfuerzos y descalifica moral e intelectualmente a
quienes desde las instituciones y las calles de Cataluña lo proclaman.
Octavo: Agotados los
insultos, rebatidos los argumentos que
justifican el victivismo nacionalista, el
argumentario independentista se ha refugiado en las emociones y los
sentimientos. “Tú no lo puedes entender
porque no eres catalán” excluyendo así de un plumazo a la mitad mas uno
de los ciudadanos de Cataluña, a todos
los oriundos como el que esto escribe y, por supuesto, al resto del mundo. A esto, popularmente, antes se le llamaba “ombliguismo”. Hoy se llama
“emotivismo”. La falacia de la
democracia sentimental la ha analizado magistralmente un malagueño, Manuel
Arias Maldonado y al libro con el mismo título me remito.
Noveno: La vociferación de conceptos como “democracia de las masas y de la calle” o “desobediencia
civil”, es una artimaña para revestir de
pontifical el incumplimiento de la ley. Cuando en una democracia alguien se
salta la ley, el tercer poder del Estado, los jueces, persiguen de oficio a los delincuentes. La
democracia no está por encima de la ley. ¡Eso sí que es fascismo¡
Décimo: Llamar “tsunami
democrático” a lo que está ocurriendo en Cataluña no es ni una paradoja ni un
sarcasmo. Es un oxímoron. Esa figura retórica de pensamiento que consiste en
complementar una palabra con otra que tiene un significado opuesto. Otros, más sofisticados, le llaman pensamiento débil.
Epílogo. ¿Alguien cree que el Sr. Torra está dispuesto a negociar a partir de estos puntos? Frente al emotivismo de las masas, frente al
apoyo de estos demócratas pusilánimes y circunstanciales que se tornan independentistas cuando, como adolescentes malcriados, “algo no les gusta”, frente a la cursilería de una izquierda
infantilizada que se ha convertido en la mejor aliada del capitalismo de
casino, apoyando a las revoluciones
intimistas e identitarias de los ricos, los constitucionalista tienen la
obligación de unir sus voces y resistir. Para controlar los desordenes de orden público el estado democrático tienen el monopolio de
la fuerza. Frente a la deriva ideológica de quienes desprecian, insultan e intentan
destruir el orden constitucional los ciudadanos
tenemos la obligación de utilizar hasta
el agotamiento la legitimidad moral y argumental que da el pertenecer a un país
democrático, pues no se le puede dejar a los enemigos de la democracia el
monopolio de eso que ahora se llama el relato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario