Con el miedo en el cuerpo
Federico Soriguer. Médico
Desde hace muchos años sabemos lo que ocurre en
nuestros centros sanitarios gracias al
trabajo de Ángel Escalera. Siempre ha
informado con veracidad y constancia.
Cuando coge un tema lo sigue a lo largo del tiempo pues los buenos periodistas persiguen las noticias, siempre efímeras, hasta convertirlas en relatos. Bueno, pues los lectores de SUR tal vez hayan
apreciado cómo desde hace algún tiempo Ángel Escalera atribuye la información a “fuentes del
Hospital (o de otro centro sanitario) que han preferido permanecer en el
anonimato”. En el periodismo acudir a
este eufemismo es habitual, pero comienza a ser preocupante cuando se convierte
en la norma. Porque esto es lo que ha
ocurrido. Los nombres propios han
desaparecido de las informaciones procedentes del mundo sanitario. Las noticias
son ahora gestionadas por los gabinetes de prensa de los centros
sanitarios que relacionan la noticia con la dirección del centro, pero no con
los profesionales que la han generado. Por
otro lado los médicos y demás profesionales tienen miedo de que su nombre
aparezca involucrado en alguna noticia
crítica de la institución. Tienen miedo a las represalias que se puedan
producir. La tesis oficial es que si en una empresa privada a nadie se le pasa
por la cabeza poner en cuestión
públicamente las decisiones de la
empresa, ¿por qué hay que tolerarlo en la empresa pública? No
hablo por hablar. Les podría poner
numerosos ejemplos. Hace unos años Ángel
Escalera me dijo: “Federico has cambiado”. Sí, era cierto había cambiado. Era una cuestión de responsabilidad pero
también de prudencia. Poco a poco el SAS
y las instituciones sanitarias han ido
constituyendo un sistema de control del
personal que explica que los periodistas tengan dificultades para identificar con
sus nombres a los profesionales sanitarios involucrados en las noticias. No les resulta difícil a los gabinetes de
prensa anonimizar los éxitos, ahora atribuidos a “la institución”. Su trabajo
es, además, ahora utilizado, entre otras cosas, para cuantificar
las aportaciones de cada profesional a la imagen (positiva) de la institución,
contribución que es hoy una parte más
del complemento económico del sueldo de un médico. ¿Y quién decide qué y qué no
es una noticia positiva para la
institución? Pues sí, son exactamente quienes ustedes están pensando. Por
otro lado, los nuevos liderazgos profesionales están contaminados por la
exigencia de fidelidad empresarial, de manera que las personas críticas tienen
pocas posibilidades de llegar a directores de las UGC (Unidades de Gestión Clínica que es como ahora se
llaman los antiguos Servicios Médicos o Quirúrgicos). El caso más reciente el
de la jefatura clínica de la UGC de
Medicina Interna de Hospital Carlos Haya
en cuyo examen el presidente del
tribunal y gerente del hospital no tuvo ningún empacho en amonestar repetidamente
a uno de los candidatos por haber tenido
la audacia de liderar una asociación de profesionales criticas con la política
institucional. Naturalmente la plaza, sin quitarle méritos a quien la consiguió,
no se la dieron. Pero es, sobre todo,
la política de precarización en el empleo la que está haciendo más daño
a la autonomía profesional. Hoy buena
parte de la plantilla tiene contratos
discrecionales, que en cualquier momento pueden ser revocados. Criticar a la institución les puede costar,
sencillamente, el puesto de trabajo, incluso, como ha sido el caso de la UGC de
Medicina Interna, si la crítica se hace dentro de la legalidad de
una asociación profesional y por un reconocido médico del hospital.
La consecuencia está siendo la desmoralización, la
desmotivación, y, lenta pero crecientemente, una cierta desprofesionalización. La gente, especialmente la gente joven va a
trabajar, eso es todo. Y a un hospital los médicos (hablo ahora de ellos pues
no quisiera involucrar a nadie más) no pueden ir al hospital solo a
trabajar. La medicina o es dialéctica o
no es nada. Una profesión dialéctica es aquella que es capaz de poner en
cuestión todos sus conocimientos y obrar en consecuencia. Es aquella que no
renuncia a los valores que le son propios y que asume como parte de su trabajo el
inevitable conflicto entre los principios éticos de beneficencia, de justicia
y de autonomía. Cuando la solución de
este conflicto queda solo en manos de la administración, la medicina se
empobrece intelectual y moralmente. Esta pulsión dialéctica era precisamente el
gran capital que la empresa pública sanitaria tenía, capital que lo están
dilapidando por culpa de unos modelos gerencialistas que han perdido la
confianza en sus profesionales a los que han tratado (y en parte conseguido)
domeñar.
Un último ejemplo. Hace unos días Ángel Escalera ha
dado la noticia de que los médicos del
servicio de cirugía del Hospital Clínico piden desvincularse de la UGC creada
como consecuencia de la fusión de los servicios del Clínico y de Carlos
Haya. En ambos servicios hay médicos muy
prestigiosos, pero Ángel no da ningún nombre. ¿Se produce un enorme conflicto
interprofesional y no aparece nadie que sea responsable de la noticia? Es el último ejemplo de cómo los médicos del sistema sanitario público se
han quedado mudos. Pero en este caso,
además, es el último ejemplo del
fracaso, del enorme fracaso de la fusión
de los dos grandes hospitales de Málaga, una medida autoritaria, no
planificada, de cuya inconveniencia ya muchos advertimos. El nuevo Consejero de Salud está ya tardando
demasiado en cumplir su promesa de revocar la fusión. Cuanto más tiempo deje
pasar mayores serán los daños y los perjuicios.
Unos daños que serán difíciles de
cuantificar pero no son los menores la desafección al sistema de los
profesionales. ¿Qué puede esperar el SAS de unos médicos desafectos, temerosos
y desprofesionalizados? La innovación
que es la base de la supervivencia de una empresa, sea pública o privada, no es posible si los profesionales no
arriesgan, lo que exige compromiso,
dedicación y fidelidad crítica. Desgraciadamente los empresarios actuales del
sistema sanitario público solo exigen fidelidad. Y con
ella solo no se va a ninguna parte.
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