FEDERICO SORIGUERMÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA
DE CIENCIAS
DIARIO SUR Jueves, 27 julio 2017,
http://www.diariosur.es/opinion/recomendacion-verano-20170727000711-ntvo.html
Una buena
conversación. Esta es mi recomendación. Hay pocas cosas como una buena
conversación. Pero no todos los que hablan entre sí, conversan. Es el caso de
muchas de las tertulias actuales en los medios. Una buena conversación exige el
acomodo a unas reglas mínimas (como una y otra vez exigía el viejo Sócrates a
sus contertulios). Exige, en primer lugar, que el contertulio sea un
'interlocutor válido' (Adela Cortina). Se puede y se debe hablar con
cualquiera, pero no tener con cualquiera una buena conversación. La disposición
del interlocutor es tan importante como la propia. Una conversación con
personas que no participan de las reglas maestras de una buena conversación es
una oportunidad pérdida. Un soliloquio acompañado. Una segunda condición es la
adecuada gestión del tiempo. Una buena conversación exige ser generoso con el
tiempo. Los estresantes interrogatorios de las entrevistas de Ana Pastor son lo
contrario de una conversación. Discurrir exige tiempo. Una conversación
apresurada es la némesis de una buena conversación. No hay conversación sin
discurso. La impaciencia es incompatible con el escuchar, que es la otra cara
imprescindible de unas buena conversación. No hay una conversación sin atentos
silencios.
Cuenta Juan Cruz que Borges
fue a visitar en Guadalajara (México) a su colega Juan José Arreola famoso por
su prosodia. Era una visita de postín, así que fuera de la casa se situaron
algunos periodistas que, al término del literario encuentro, le preguntaron al
escritor argentino cómo había ido la ceremonia. Y Borges explicó, muy solícito,
como siempre: «Muy bien. He podido introducir unos sabios silencios». Desde
luego el tema no es indiferente pero para unos buenos conversadores cualquier
tema puede ser oportuno. Cajal decía que «en general no hay cuestiones agotadas
sino hombres agotados por las cuestiones». Aún así el buen conversador debe
poseer el don de la oportunidad. Sí, cualquier tema es bueno pero algunos según
el día, la hora y los contertulios son mejores que otros.
Una buena conversación
exige un cierto esfuerzo creativo. Algo de imaginación. El aburrimiento es la
muerte de la conversación. Cuando se habla con otro el pensamiento aflora como
en un parto. Es muy difícil, si no imposible decir con precisión lo que se
piensa. Pero es más importante aun pensar lo que se dice. No ofender es
imprescindible, pues con la ofensa la conversación termina. Entre
interlocutores válidos la ofensa es inadmisible. Pero no la ironía y el humor.
La mejor manera de no traspasar la fina barrera que hay a veces entre la ironía
y la ofensa es evitar los argumentos 'ad hominen'. En una buena conversación
los argumentos 'ad hominen' están prohibidos. Como deben de evitarse los
lugares comunes. El fútbol, por ejemplo, pero no, en contra de lo que
recomiendan los anglosajones, la política, la religión ni el sexo. Aunque esto
es opinable, pues los temas son inagotables y los gustos infinitos. Un buen
conversador no puede vetar ningún tema (me contradigo y rectifico: ¡ni siquiera
el del fútbol!).
Hay que evitar
utilizar las experiencias personales salvo que sirvan para la generalización.
Los excesos del mí y el tú son enemigos de una larga conversación. Cuantas
menos autorreferencias mejor. ¡Hay que dejar hablar! ¡Hay que saber escuchar¡
Pero sobre todo hace falta que los contertulios les guste jugar con las
palabras. Las palabras son como dardos, que ya lo dejó dicho Lázaro Carreter en
su famoso libro. Las palabras como representación, como símbolos de las ideas.
Una conversación es la manera de jugar con las ideas a través de las palabras.
Una buena conversación necesita, en fin, algo de riesgo. Arriesgar con una
idea, con la memoria de las cosas y de las palabras, con alguna palabra que nos
permita discurrir, pues sin discurso, ya lo hemos dicho, la conversación se
empantana y fenece por aburrimiento. Una buena conversación es lo contrario de
un debate y desde luego de una discusión que son variantes verbales de los
duelos en los que siempre hay vencedores y vencidos, como creían aquellos
sofistas que intentaban convencer a Sócrates sin demasiado éxito. Quienes
discuten no conversan. Para los sofistas la conversación era la continuación
del estado de naturaleza en la que solo cabía la victoria o la derrota.
Para Sócrates, por el
contrario, el arte de la conversación consistía no en vencer sino en convencer.
Pero si no logras convencer al contertulio mejor cambiar de conversación. Los
argumentos no son mejores porque se repitan. Se cuenta que cuando Sócrates fue
condenado su mujer le dijo: ¿es que no te importa morir sin defender tu
inocencia? A lo que Sócrates le respondió: ¡es que acaso preferirías que me
condenaran siendo culpable¡ Conversar es converger desde la diferencia. Si yo
te regalo una pluma y tú me regalas otra, los dos seguimos teniendo una sola
pluma. Pero si yo te doy una idea y tú me das otra ahora los dos tenemos dos
ideas. En fin, que bien mirado aquella asignatura que algunos llamaron
educación para la ciudadanía, tan necesaria y que entre todos la mataron,
podría ser renombrada como la del arte de conversar, que sería también su único
contenido, aunque es muy probable que los cancerberos de la instrucción pública
reglamentarían el cómo, el quién y el cuándo hacerlo, impidiendo así que se
lleve a la práctica uno de los más sabios consejos de Sócrates: «para que el
otro pueda aceptar (o rechazar) lo que yo digo primero es preciso que yo (que
soy quien puede explicárselo) lo entienda». Porque una cosa es conversar y otra
muy distinta hablar por hablar. ¿Se le ocurre una manera de mejor de emplear su
tiempo de vacaciones? Y además, gratis
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