FEDERICO
SORIGUER MEDICO. MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
15 febrero 201513:15
http://www.diariosur.es/opinion/201502/15/cuerpo-humano-20150215011034-v.html
Hace muchos años publiqué un cuento en el que para
conseguir salvar a un hombre afectado por una extraña enfermedad hubo que ir
amputándole primero un dedo, luego el pié y así hasta terminar quitándole todo
el cuerpo, excepto la cabeza. A medida que la enfermedad avanzaba también lo
hacía la tecnología que iba permitiendo la sustitución funcional de la parte
amputada. El final de la historia eta la de una cabeza enchufada a una maquina
que la mantiene viva. Una cabeza parlante y pensante encima de una especie de
cómoda como las que sostienen las pantallas de la televisión. Ya de alta, en su
casa, la cabeza (¿era aquella cabeza una persona?), era cuidada por una
enfermera que en la historia termina enamorándose de la palabra que era lo
único que había quedado de aquel cuerpo.
Esta mala y nada original historia era en
aquel momento en cierto modo concebible. Hoy, a pesar de toda la literatura
moderna sobre la transhumanidad y los cyborg, ya no lo es. Y no lo es porque la
biología ha avanzado en el conocimiento de las relaciones entre el cerebro y el
resto del cuerpo. Durante mucho tiempo se ha pensado que el cerebro era el
órgano rector del cuerpo, el lugar en donde reside la mente que es, en la
visión cartesiana, también, el lugar donde se ubica provisionalmente el
espíritu. Durante mucho tiempo el cuerpo ha sido la cárcel del espíritu.
Incluso el maltrato del cuerpo ha sido una forma de rendir tributo a la mente y
al espíritu. Pero hoy comenzamos a saber que la mente sin el cuerpo no es nada
y que es la mente la que está al servicio del cuerpo y no al revéz. De hecho
hay muchos más seres vivos sin cerebro. La mente ha sido una adquisición
relativamente reciente en la evolución de los seres vivos. Desde una
perspectiva racional tenemos la obligación de ir cambiando nuestra interpretación
sobre la naturaleza humana a medida que el conocimiento sobre el hombre cambia.
Pero esta aproximación nos lleva a una conclusión que para algunos puede
parecer decepcionante. Solo somos cuerpo humano. ¿Decepcionante? ¿Por qué?.
Recuerdo ahora dos libros de los que he hablado aquí en otros momentos. Uno de
Laín Entralgo ('El cuerpo humano') y otro de Eugenio Trías ('La experiencia
religiosa'). Ambos en las primeras dos terceras partes de sus obras hacen una
aproximación materialista y científica del hombre, el primero sobre el cuerpo
humano desde su condición de médico y de historiador de la medicina y el
segundo sobre el ser humano desde su concepto filosófico del 'límite'. Pero
también los dos, en los momentos finales de sus respectivas obras, quizás
sobrecogidos por los extremos a los que habían llegado, se refugian en un
espiritualismo, casi de sacristía Laín y Trías en lo que en Andalucía
llamaríamos espiritualismo de capilla, pues dice encontrar ciertas respuestas,
nada más y nada menos, que en la Semana Santa de Sevilla. Sin embargo esta
reconciliación entre la mente y el cuerpo, entre el espíritu y la materia lejos
de ser dramática está llena de sentido trascendente pues obliga a los humanos a
reconocernos como lo que somos, a un ejercicio de modestia y de resignación
cósmica que lejos de desmoralizarnos nos hace enfrentarnos en soledad a nuestro
destino de seres desvalidos con conciencia de serlo. Con conciencia de que, hoy
ya lo sabemos, el final entrópico es ineluctable, pero también y mientras
tanto, que el bienestar de hoy y el bienestar e incluso la supervivencia de
nuestros hijos y de nuestros descendientes, depende solo y exclusivamente de
los aciertos y de los errores que cometamos. Solo los humanos tenemos
conciencia de la muerte y porque tenemos conciencia de la muerte tenemos
conciencia de la vida. Las religiones, todas las religiones lo único que han
hecho ha sido instrumentalizar estas dos conciencias, la de la vida y la de la
muerte. Hace falta una enorme entereza moral para hacer el camino en solitario.
Sin las muletas o muletillas de la religión. No se puede pensar ni vivir la
vida sin pensar de alguna manera la muerte. La propia y la de los otros. La
muerte no se puede ignorar. Los antiguos resolvieron el problema con la invención
de la inmortalidad. Los modernos con la fantasía del transhumanismo. Aún así
vivimos de espalda a la muerte pues como decía Savater no se puede estar todo
el día con la 'meditatio mortis'.
El profesor Antonio Diéguez Lucena
escribió recientemente una deliciosa tribuna (SUR 7-5-14: La manía de morir).
Savater solo encuentra una vacuna frente a la 'meditatio mortis', la alegría.
El profesor Diéguez en su tribuna, se enfrenta a la 'manía de morir' con humor.
Humor y alegría he aquí dos estrategias complementarias a la religión. Dos
productos, dos secreciones de la mente, capaces de hacer milagros. Dos ejemplos
de las estrechas relaciones entre el cerebro y el cuerpo y de estos con el
mundo pues no es posible estar alegre mientras las personas cercanas, al menos
las personas cercanas, sufren y no es posible tener buen humor mientras alguien
te está pisando un juanete. Pero la alegría y el humor son contagiosos, virus
replicantes que se transmiten de individuo a individuo hasta infectar a toda
una comunidad. La moral mínima es la moral del Alcoyano. El humor y la alegría
son las condiciones mínimas de la moralidad. Una sociedad capaz de enfrentarse
con humor a la adversidad y con alegría a los retos, es una sociedad moralmente
fuerte. Por eso hoy algunos creemos que la mejor definición de salud pública es
la que incluye el estado moral de una sociedad, cuyas medidas son el humor y la
alegría. Nada que ver por otro lado con la felicidad, que es una estupidez que
algunos se empeñan en medir, como en el Reino de Butan o más recientemente en
UK que es un país admirable capaz de hacer las mayores tonterías.
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