viernes, 27 de enero de 2017

UN NUEVO CARLOS HAYA

diario sur. LA TRIBUNA
FEDERICO SORIGUER/ILDEFONSO FERNÁNDEZ-BACA. EXJEFES DE SERVICIO DE ENDOCRINOLOGÍA Y NUTRICIÓN Y DE OFTALMOLOGÍA DEL HOSPITAL REGIONAL UNIVERSITARIO CARLOS HAYA
27 enero 201711:01
http://www.diariosur.es/opinion/201701/27/nuevo-carlos-haya-20170127005158-v.html

Que las nuevas generaciones de responsables médicos del viejo Hospital Carlos Haya apuesten por un nuevo Hospital Carlos Haya y no por un tercer hospital (SUR del 25 de enero) solo puede ser considerada como una gran noticia. Al parecer, el señor consejero no ha sido indiferente a la propuesta de construcción de un nuevo hospital en las zonas de aparcamiento del Hospital Civil.
Aunque el Hospital Carlos Haya «ya tiene quien le escriba», quizás sea el momento oportuno en los límites de esta columna de hacer un poco de memoria. El Hospital Carlos Haya está a punto de cumplir en mayo 61 años. Ya en el año 69 del pasado siglo, el periódico SUR daba cuenta de que había pacientes en los pasillos. La ampliación del pabellón B en el año 1972, del Materno en 1981 y la recuperación del Civil en 1989 como pabellón C de Carlos Haya apenas si aliviaron la situación. Estábamos ya en otro mundo y la demanda sanitaria no cesaba de aumentar. La construcción del Hospital Clínico en 1989 fue sin duda una gran inversión, pero apenas aumentó las camas hospitalarias ni la plantilla de la ciudad, pues sustituyó al viejo Hospital Civil cuando la Diputación lo cerró. Desde entonces el Hospital Carlos Haya ha tenido un crecimiento desordenado y no es casualidad que en uno u otro momento de los últimos cuarenta años hayan sido pabellones del Hospital Carlos Haya el Hospital Civil, el Marítimo de Torremolinos, el Noble, el 18 de Julio, el de Campanillas y el de la Cruz Roja, todos ellos excepto el Civil y el Marítimo (ahora muy deteriorado) o no existen ya o no son centros sanitarios.
Ya en el año 1984 el entonces consejero de Salud, Pablo Recio, en visita a Málaga reconoció que la situación disfuncional del Hospital Carlos Haya no tenía arreglo. Después, durante años, en las épocas de las vacas gordas, cuando se pudo haber arreglado, los responsables sanitarios negaron la evidencia y nos hicieron creer que en la época de las comunicaciones virtuales un centro sanitario no tenía por qué tener una anatomía funcional. Lo funcional era lo virtual. En los comienzos del siglo XXI la situación comenzó a ser insostenible y hubo voces que reclamaron la construcción de un tercer hospital. Algunos de nosotros advertimos ya entonces en público (prensa) y en privado (en las instituciones) de que un tercer hospital no era la solución. Había que refundar Carlos Haya. Aprovechando la creación del Instituto de Investigación Biomédica (Ibima) la consejera de Salud, María Jesús Montero, ofreció en 2007 la ampliación de 110 camas en el Hospital Civil y poco después, tras comprobar que aquella iniciativa nadie se la había tomado en serio, propuso formalmente el 12 de septiembre de 2008 la construcción de un «nuevo Carlos Haya» de 1.500 camas que la prensa llamó «macrohospital».
El hospital se haría en Los Asperones y el laboratorio del Ibima sería la primera piedra. Muchos recibimos la noticia alborozados. Por fin Málaga iba a tener el hospital que se merecía. '¡El mejor Hospital del SUR de Europa!' según la hagiografía institucional. Pero las uvas estaban verdes. La gresca entre la Junta y el Ayuntamiento ya ha sido contada en demasiadas ocasiones. Pasaron los años y no fueron podencos, sino galgos en forma de crisis y todo quedó detenido.
El solar de aparcamientos del Civil ha sido siempre un plato muy codiciado. A principios de este siglo, por razones que no vienen al caso, una modificación del Plan General de Urbanismo autorizó la construcción dentro de las zonas ajardinadas del Hospital Civil. Los dos firmantes de esta tribuna, muy preocupados por esta noticia, le pedimos cita al alcalde y al presidente de la Diputación. El alcalde nos recibió muy amablemente, le explicamos la conveniencia de que los jardines del Hospital Civil deberían tener solo uso hospitalario y con los planos en la mano nos tranquilizó. También nos recibió la vicepresidenta de la Diputación, a quien le propusimos que una solución al problema de Carlos Haya y del Civil podría ser la cesión de todo el espacio del Civil para ser gestionado por el SAS. La construcción de nuevos pabellones en la zona de aparcamientos, el soterramiento del Camino de los Ángeles, el ajardinamiento del espacio entre el Civil y el Materno para uso hospitalario y público, la intercomunicación entre ambos centros, así como la recuperación del abandonado convento de la Trinidad que podría, al otro lado de la calle Velarde, ser integrado en el nuevo recinto hospitalario. También CC OO había hecho propuestas en este sentido. Era aquella una época en la que había recursos, pero lo que no hubo fue la inteligencia política al servicio de los ciudadanos. La prepotencia de unos, por un lado, y la incapacidad de unos y otros para llegar a acuerdos, por otro, lo impidieron.
El entusiasmo unánime que generó la propuesta del nuevo hospital fue recogido en la prensa del momento y está registrado en la 'Historia del Hospital Carlos Haya y sus pabellones'. Ni se hizo el hospital en Los Asperones ni se hizo la ampliación en el Civil, y como suele ocurrir cuando las cosas se dejan, empeoran. ¿Cuántos años se han perdido? ¿Será posible ahora lo que no se ha conseguido en los últimos 25 años? ¿Hasta cuándo hay que seguir esperando? Por cierto, el nuevo hospital debería tener un nombre. Desde hace años y en numerosas ocasiones hemos propuesto el de Gómez Ocaña, médico malagueño, coetáneo de Cajal, maestro de Marañón y verdadero predecesor de la medicina experimental y de la fisiología española. ¿Que no lo conoce nadie? Bueno, algunos sí, pero basta con que lo busquen en Internet para que empiecen a conocerlo. Tampoco los gerundenses conocían al Dr. Trueta hasta que le pusieron su nombre a su hospital y ahora se sienten muy orgullosos de él. Hay otros muchos ejemplos. Desde luego mejor que nada, como ahora.


martes, 24 de enero de 2017

La salud pública de los últimos 20 años

La salud pública de los últimos 20 años (20 años del MUNDO ANDALUCÍA))
·         FEDERICO SORIGUER
25/11/2016 18:03
Hasta la Ley General de Sanidad de 1986, el sistema sanitario español se caracterizaba por estar constituido por un gran número de redes asistenciales que en muchas ocasiones tenían funciones superpuestas, con la consiguiente ineficacia, desorganización y despilfarro de recursos. Con la LGS España homologa su sistema sanitario público al de la mayoría de los países europeos, escogiendo, no sin grandes tensiones políticas, el modelo Beveridge, de Gran Bretaña frente al Modelo Bismarck de otros países europeos. No obstante el mejor ejemplo de que el sistema sanitario español ha sido siempre un tema complicado de gestionar para el Estado es que a sólo una década de su creación se constituye la llamada "Comisión Abril", documento que es entregado en 1991 y en el que se consideraba que existía "un cierto agotamiento del sistema sanitario público español". El impacto del informe Abril sobre los trust tecno gerenciales fue enorme. En el año 1992, en la antesala de la Expo, siendo consejero de Salud José Luis Arboleya tuvo lugar un magno encuentro de varios centenares de gestores, técnicos y políticos sanitarios. La guinda de la reunión la puso la conferencia del profesor Carlos Castilla del Pino. Recuerdo algunas de sus frases: "Los pacientes de nuestro tiempo no pueden aspirar a que los quieran, solo a que los curen"... "En la medicina moderna los médicos y los pacientes compiten hoy por la tecnología". No vieron los asistentes la amarga ironía de sus palabras y la conclusión que sacaron de ellas y de la propia reunión fue que la medicina ya no era ni un arte ni una ciencia sino una técnica que como tal puede ser evaluada por los productos que fabrica. Y a ello se dedicaron con ahínco las mejores cabezas de la gestión sanitaria. En toda España y muy en particular en Andalucía, asentado ya el sistema sanitario público y consolidado el SAS, los sistemas de gestión cambiaron radicalmente. En realidad ya habían comenzado en los finales de los ochenta cuando los hospitales y los distritos sanitarios dejan de tener directores médicos y en su lugar se colocan a gestores. Pero bajo la disculpa de un debate técnico, lo que en realidad estaba ocurriendo era una lucha de poder entre el viejo establecimiento médico y las nuevas clases tecno-gerenciales y políticas. Desde luego había sobradas razones para cambiar el viejo modelo médico, pero en el maremágnum se pasaron de frenada. Comienza lo que en otro lugar hemos llamado "gerencialismo". Fue la manera que tuvo la socialdemocracia de hacer frente a las propuestas neoliberales que a partir de los años setenta se fueron extendiendo por toda Europa. En realidad la versión española de lo que Anthony Giddens llamó tercera vía y que tanto éxito político le dio a Tony Blair, pero que terminó casi desmantelando el NHS, del que nuestro modelo sanitario ha sido deudor. Durante la época de crecimiento y estabilización de los últimos años del pasado siglo y los comienzos de este, uno de los objetivos nunca reconocidos del sistema "gerencialista" fue neutralizar el protagonismo profesional. Esto fue especialmente cierto en Andalucía convertida, gracias a las políticas privatizadoras de los gobiernos conservadores de Madrid en el gran bastión del Sistema Público de Salud. Las leyes más progresistas y los modelos de gestión más duros se ponían a prueba en Andalucía, leyes y modelos que después eran copiados incluso por las autonomías con gobiernos conservadores. Durante años gobernaron con esa manera autoritaria que da el saberse con poder. La disolución de las comisiones (investigación, mortalidad, historias clínicas, etc.) de los grandes hospitales, lugares en donde el protagonismo profesional era muy importante y su sustitución por otras que no eran más que sucursales de las gerencias, la transformación de los viejos servicios médicos y quirúrgicos, en las Unidades de Gestión Clínica (UGC), entre otras medidas, cambiaban las reglas del juego en el interior de las instituciones sanitarias, pues si hasta entonces los líderes profesionales eran los representantes de los profesionales y de los pacientes ante la dirección de los centros, ahora en las nuevas UGC los nuevos líderes, crecientemente cargos de confianza, eran los representantes de las gerencias antes los profesionales y los pacientes. La repercusión que ha tenido esta inversión de la flecha en el protagonismo profesional y en el sentido de pertenencia de los trabajadores hacia las instituciones ha sido enorme. Mientras hubo recursos la cosa funcionó, aunque ya algunos advertíamos de los riesgos de aquel modelo crecientemente autoritario, pero cuando llegó la crisis este modelo se ha mostrado claramente insuficiente.
Es entonces cuando los responsables políticos se acuerdan de la importancia de los profesionales. Cuando les bajan el sueldo, cuando precarizan su trabajo, cuando a los jóvenes profesionales sanitarios les contratan en condiciones indignas, aquellos mismos que habían desdeñado el protagonismo profesional, les demandan adhesión en nombre de los valores tradicionales de la medicina.
La última medida ha sido la fusión de los hospitales dentro de cada provincia y de otros centros sanitarios. Ha sido una huida hacia adelante que como era fácil de predecir no ha llevado a ninguna parte y hace solo unos días que más de 40.000 personas en Granada salían a la calle denunciando la situación a la que las fusiones han llevado a la sanidad granadina (en otras ciudades los ejemplos se multiplican). Aún así Andalucía tiene un razonable sistema sanitario y los responsables políticos, ¡qué ironía! pueden presumir de que sea uno de los más rentables. Y lo es, porque hasta ahora, aunque cada vez con mayor precariedad, el sistema está dando respuesta a la demanda asistencial con menos recursos que otras comunidades (por ejemplo, el país Vasco recibe unos 1.500 euros/persona y año para sanidad, mientras que un andaluz recibe alrededor de 1.000 euros).
¿Saben ustedes la cantidad de dinero que esto supone? Si la mayor parte del gasto del sistema es el de sus trabajadores (más de 90.000) no es difícil de imaginar cómo se ha conseguido cuadrar este círculo. Pero si en algo está fracasando el sistema sanitario andaluz es en la prevención. No es un asunto exclusivamente andaluz y puede ser aplicado a todo el territorio español, pero los marcadores de salud pública de Andalucía (prevalencia de obesidad, de diabetes mellitus tipo 2, hipertensión arterial, sedentarismo, mortalidad por diabetes o por enfermedad coronaria, entre otros), son de los peores de España. No es sorprendente que sea así si miramos el perfil de competencia profesional y técnico de muchos de los directores generales responsables de la salud pública en Andalucía a lo largo de estos años, pero sobre todo si tenemos en cuenta que la salud pública depende mucho más de los marcadores socioeconómicos que de los sanitarios. Y, lamentablemente el PIB o la educación, por citar dos de los más significativos no han convergido con las comunidades más prosperas de España, siguiendo en muchas de ellas Andalucía a la cola de España. Hemos llegado al límite de espacio que se nos permite en esta colaboración y no quiero dejar de comentar que uno de los grandes esfuerzos que ha hecho, y con cierto éxito, las sucesivas consejerías de Salud de la Junta de Andalucía han sido en Investigación Biomédica. Antes de la crisis se incrementaron progresivamente los recursos dedicados a la investigación y se mejoraron notablemente los sistemas de gestión de ciencia. Hubo en nuestra opinión, no obstante, errores importantes en el establecimiento de las prioridades, que desde hace unos años gracias a la creación por el ISCIII de los institutos de Investigación Biomédica (En Andalucía hay ya cuatro acreditados o en vías de acreditación) se estaba comenzando a solucionar. Un empeño que con la crisis, como ha ocurrido en el resto del país con las inversiones de ciencia, corre el riesgo de no haber servido para mucho.

El mejor médico
Si estuviéramos en la primera mitad del siglo XX y me preguntaran por el mejor médico de España yo no tendría dificultad en contestar que Marañón y/o Jiménez Díaz. Pero la cuestión es: ¿tiene sentido hoy esta pregunta? No, para la medicina de hoy es esta una pregunta retórica. Y lo es, porque la mayoría de los médicos españoles son "el mejor médico", una competencia que ha estado avalada por su excelente formación por el sistema MIR y por su dedicación a un sistema sanitario público que les permitía desarrollar una biografía profesional independiente y digna. No, el "mejor médico" estaba representado por el prestigio y el reconocimiento del SSP español. Por eso en este recuadro quisiera hacer un elogio a la medicina pública y al sistema sanitario público español, uno de los éxitos de los que este país tan flagelado por unos y por otros, puede sentirse orgulloso. En muy poco tiempo se homologó con aquellos países que habían iniciado su estado de bienestar muchos antes. Aunque el impulso inicial (La Ley General de Sanidad) se deba al primer gobierno socialista todo esto ha sido posible porque ha habido un cierto consenso político y, desde luego, por el enorme apoyo ciudadano que el sistema ha tenido y aun tiene en nuestro país. Un apoyo que en la práctica se ha construido día a día por varias generaciones de trabajadores sanitarios.

lunes, 16 de enero de 2017

EL CUERPO HUMANO

FEDERICO SORIGUER MEDICO. MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS 
15 febrero 201513:15
http://www.diariosur.es/opinion/201502/15/cuerpo-humano-20150215011034-v.html

Hace muchos años publiqué un cuento en el que para conseguir salvar a un hombre afectado por una extraña enfermedad hubo que ir amputándole primero un dedo, luego el pié y así hasta terminar quitándole todo el cuerpo, excepto la cabeza. A medida que la enfermedad avanzaba también lo hacía la tecnología que iba permitiendo la sustitución funcional de la parte amputada. El final de la historia eta la de una cabeza enchufada a una maquina que la mantiene viva. Una cabeza parlante y pensante encima de una especie de cómoda como las que sostienen las pantallas de la televisión. Ya de alta, en su casa, la cabeza (¿era aquella cabeza una persona?), era cuidada por una enfermera que en la historia termina enamorándose de la palabra que era lo único que había quedado de aquel cuerpo.
Esta mala y nada original historia era en aquel momento en cierto modo concebible. Hoy, a pesar de toda la literatura moderna sobre la transhumanidad y los cyborg, ya no lo es. Y no lo es porque la biología ha avanzado en el conocimiento de las relaciones entre el cerebro y el resto del cuerpo. Durante mucho tiempo se ha pensado que el cerebro era el órgano rector del cuerpo, el lugar en donde reside la mente que es, en la visión cartesiana, también, el lugar donde se ubica provisionalmente el espíritu. Durante mucho tiempo el cuerpo ha sido la cárcel del espíritu. Incluso el maltrato del cuerpo ha sido una forma de rendir tributo a la mente y al espíritu. Pero hoy comenzamos a saber que la mente sin el cuerpo no es nada y que es la mente la que está al servicio del cuerpo y no al revéz. De hecho hay muchos más seres vivos sin cerebro. La mente ha sido una adquisición relativamente reciente en la evolución de los seres vivos. Desde una perspectiva racional tenemos la obligación de ir cambiando nuestra interpretación sobre la naturaleza humana a medida que el conocimiento sobre el hombre cambia. Pero esta aproximación nos lleva a una conclusión que para algunos puede parecer decepcionante. Solo somos cuerpo humano. ¿Decepcionante? ¿Por qué?. Recuerdo ahora dos libros de los que he hablado aquí en otros momentos. Uno de Laín Entralgo ('El cuerpo humano') y otro de Eugenio Trías ('La experiencia religiosa'). Ambos en las primeras dos terceras partes de sus obras hacen una aproximación materialista y científica del hombre, el primero sobre el cuerpo humano desde su condición de médico y de historiador de la medicina y el segundo sobre el ser humano desde su concepto filosófico del 'límite'. Pero también los dos, en los momentos finales de sus respectivas obras, quizás sobrecogidos por los extremos a los que habían llegado, se refugian en un espiritualismo, casi de sacristía Laín y Trías en lo que en Andalucía llamaríamos espiritualismo de capilla, pues dice encontrar ciertas respuestas, nada más y nada menos, que en la Semana Santa de Sevilla. Sin embargo esta reconciliación entre la mente y el cuerpo, entre el espíritu y la materia lejos de ser dramática está llena de sentido trascendente pues obliga a los humanos a reconocernos como lo que somos, a un ejercicio de modestia y de resignación cósmica que lejos de desmoralizarnos nos hace enfrentarnos en soledad a nuestro destino de seres desvalidos con conciencia de serlo. Con conciencia de que, hoy ya lo sabemos, el final entrópico es ineluctable, pero también y mientras tanto, que el bienestar de hoy y el bienestar e incluso la supervivencia de nuestros hijos y de nuestros descendientes, depende solo y exclusivamente de los aciertos y de los errores que cometamos. Solo los humanos tenemos conciencia de la muerte y porque tenemos conciencia de la muerte tenemos conciencia de la vida. Las religiones, todas las religiones lo único que han hecho ha sido instrumentalizar estas dos conciencias, la de la vida y la de la muerte. Hace falta una enorme entereza moral para hacer el camino en solitario. Sin las muletas o muletillas de la religión. No se puede pensar ni vivir la vida sin pensar de alguna manera la muerte. La propia y la de los otros. La muerte no se puede ignorar. Los antiguos resolvieron el problema con la invención de la inmortalidad. Los modernos con la fantasía del transhumanismo. Aún así vivimos de espalda a la muerte pues como decía Savater no se puede estar todo el día con la 'meditatio mortis'.

El profesor Antonio Diéguez Lucena escribió recientemente una deliciosa tribuna (SUR 7-5-14: La manía de morir). Savater solo encuentra una vacuna frente a la 'meditatio mortis', la alegría. El profesor Diéguez en su tribuna, se enfrenta a la 'manía de morir' con humor. Humor y alegría he aquí dos estrategias complementarias a la religión. Dos productos, dos secreciones de la mente, capaces de hacer milagros. Dos ejemplos de las estrechas relaciones entre el cerebro y el cuerpo y de estos con el mundo pues no es posible estar alegre mientras las personas cercanas, al menos las personas cercanas, sufren y no es posible tener buen humor mientras alguien te está pisando un juanete. Pero la alegría y el humor son contagiosos, virus replicantes que se transmiten de individuo a individuo hasta infectar a toda una comunidad. La moral mínima es la moral del Alcoyano. El humor y la alegría son las condiciones mínimas de la moralidad. Una sociedad capaz de enfrentarse con humor a la adversidad y con alegría a los retos, es una sociedad moralmente fuerte. Por eso hoy algunos creemos que la mejor definición de salud pública es la que incluye el estado moral de una sociedad, cuyas medidas son el humor y la alegría. Nada que ver por otro lado con la felicidad, que es una estupidez que algunos se empeñan en medir, como en el Reino de Butan o más recientemente en UK que es un país admirable capaz de hacer las mayores tonterías.

viernes, 6 de enero de 2017

UNA HISTORIA NAVIDEÑA

LA TRIBUNA
FEDERICO SORIGUER MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
29 diciembre 201609:56
Me acuerdo hoy, días navideños, de aquellos artículos en SUR en los que don Luis Ramírez Benéytez intentaba explicarnos el funcionamiento del libre mercado, certificando siempre al final sus argumentos con una obligada referencia bíblica. D. Luis, desde luego era un hombre de fe. También lo son muchos de los colaboradores que escriben en SUR sus artículos y opiniones. ¿Pero, son hombres de fe solo los que la ejercen desde una determinada posición eclesial? Muchas personas así lo creen. Y es aquí donde comienzan ciertas dudas. ¿Solo se es 'creyente' si se cree en Dios? ¿Solo se puede ser religioso si se cree en la dogmática de una religión? Ni la fe ni la religión vienen de ayer. La fe, la religiosidad son necesidades humanas muy anteriores a la identificación de ambas con Dios o con una determinada Iglesia. La fe y la religión pueden ser consideradas como adaptaciones evolutivas a lo largo del azaroso camino de la construcción de la identidad humana. La capacidad de imaginar, de conceptualizar, de inventar símbolos y mitos le dieron a los humanos la posibilidad de salirse de sí. De vivir fuera de sí. También de compartir con miles de personas el mismo sueño. Surgen poco a poco las creencias, construcciones artificiales como todo lo que los humanos hacen a partir de un momento de su evolución. Las creencias eran la manera de dar respuesta a un mundo desconocido, de dar satisfacción a esa inquietud primordial de reconocerse a sí mismo reflejado en el espejo de aguas tranquilas e inmediatamente en la mirada de los otros.
Este mundo simbólico permitió a los humanos primordiales soñar. Inventar el futuro. Hay que tener mucha fe para creer en el futuro. Entonces y ahora. De todos los sueños, el mayor, el más desproporcionado, el más ilusorio es el de la inmortalidad. Un sueño que no comenzó con el de Gilgameshg hace probablemente tres mil años, sino mucho cientos de miles de años antes. Pero los sueños de los humanos son siempre sueños compartidos. La especie humana es una especie gregaria. Compartir esos sueños, religarse entre sí es, ya desde la propia etimología de la palabra, el fundamento de cualquier religión. Desde esta perspectiva evolutiva, tener fe, ser una persona religiosa, no tiene demasiado mérito, como no lo tiene el respirar. No podemos no ser creyentes como no podemos no ser religiosos. Todo lo que vino después del nacimiento del hombre tras un largo parto que ha durado varios millones de años, ha sido una maduración cultural de las creencias y de la necesidad de religación. La humanidad sigue siendo politeísta, como siempre, pues hay dioses a la medida de todos los humanos, como también religiones. Chesterton decía que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa. Estamos condenados a creer tal como Sartre decía de la libertad. Las religiones son refugios confortables donde la liturgia te libera de la angustia de las grandes preguntas sin respuesta. También fortalezas a veces inexpugnables, ante la duda y la soledad. Los humanos tenemos necesidad de respuestas que nos den seguridad y de liturgias que nos faciliten la convivencia con los otros. También la manía de preguntar y de dudar. Hoy, aun, muchos encuentran estas respuestas y esta seguridad en las religiones convencionales y otros intentan construirse una religión al gusto o personalizada. Una religión más o menos laica. No es fácil inventar una liturgia vinculada a lo trascendente sin caer en el ridículo. De aquí la supervivencia de las religiones avaladas por las costumbres. Es el caso de estas fiestas de Navidad en las que se conmemora nada más y nada menos que el último y más atrevido de los sueños del hombre. El del nacimiento un día, hace unos dos mil años, de Dios encarnado como humano y su resucitación, treinta y tres años después, de entre los muertos. Desde el comienzo existió esta necesidad trascendente. Una premonición que adquiere una categoría especial cuando se convierte a lo largo del tiempo en profecías que terminan germinando en el misterio que una parte de la humanidad hoy conmemora. Una historia tan hermosa como imaginaria. Como casi todas las historias hermosas e increíbles.

Decía D. Santiago Ramón y Cajal hablando de la ciencia que si por ventura un buen día se te ocurre una buena hipótesis ten al menos la prudencia de no creer demasiado en ella. Así también con las creencias. Pero mientras tanto este año como todos los años no encuentro mejor manera de explicarle a mi nieto la vocación trascendente de los humanos que poniendo en mi casa un pequeño Nacimiento en el que se representa esta antigua historia del nacimiento del hijo de Dios y muy especialmente la de ese viaje alucinante de unos reyes magos que venidos de muy lejos, tal vez de aquel Finis Terre que coincidía con la Hispania, guiados por una estrella, cargados de regalos, caminan por valles y desiertos en busca de un sueño que en la tradición cristiana terminan encontrando en un establo en Belén. Unos reyes magos y sabios que llevan en sus morrales el saber de su tiempo, de todos los tiempos y que ha llegado hasta nuestros días como un regalo que llena de ilusión y de esperanza a todos los niños del mundo, al menos de nuestro mundo. Una historia que ningún adulto tiene derecho a desmontar sobre todo si carece de otras historias mejores, pues la ilusión es de todas las emociones humanas la más ingenua, quizás la más primaria y por eso la más necesaria de conservar en nuestros hijos, en nuestros nietos, en nosotros mismos. Sin ilusión no es posible la alegría, la mejor vacuna contra el miedo, incluido el miedo a la muerte. Es probable que Dios no exista, pero es seguro que todos los años los Reyes Magos vienen religiosamente cargados de ilusión y de esperanza. También de misterio. Feliz Navidad.