Federico
Soriguer
Médico
y Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Un dilema es una situación
comprometida en la que hay varias posibilidades de actuación, todas ellas igualmente buenas o malas.
Ante un dilema los argumentos
estrictamente racionales no son suficientes pues, entonces, no sería un dilema. Son necesarias, además,
habilidades de otra naturaleza adquiridas mediante el largo entrenamiento de la
vida. Y es aquí donde la cultura, entendida como esa memoria que queda después de haber olvidado todo lo
demás, es importante. Una memoria que suele ser el resultado de la experiencia,
pues no se puede tener este tipo de memoria si no se ha vivido. Y lo que ocurre con estas inmediatas elecciones
es que ya las hemos vivido. Maldita
memoria.
En la teoría de los juegos el dilema del prisionero
es un supuesto teórico en el que dos personas
que han cometido conjuntamente un delito son detenidas e interrogadas por separado. Las
pruebas son circunstanciales y ambas son conminadas a denunciarse mutuamente.. Si ninguno denuncia al otro los dos saldrán
libres pues no habrá pruebas, si los dos se denuncian los dos pasaran a la
cárcel y si uno lo hace y el otro no, solo uno irá a la cárcel.
Seguramente para muchos, entre los que me encuentro,
la decisión de votar el próximo día 26,
es una típica decisión dilemática. Al fin y al cabo: ¿ha cambiado algo que me
anime a modificar el sentido de mi voto anterior? Los mismos candidatos, los
mismos programas, los mismos partidos, los mismos electores. Lo único nuevo es no votar, pero como en el dilema
del prisionero no votar es favorecer a
la opción a la que nunca hubiera escogido.
El otro día Vicente Romero, el gran periodista,
entrevistado en TV1, recordaba que Charles Taylor el sanguinario presidente de
Liberia se presentó a las elecciones con el eslogan de: “Maté a tu padre, maté
a tu madre y ahora tu me vas a votar a mí”. Vicente Romero sin citar a ningún partido, hace una
traducción blanda de aquel eslogan poniéndolo
en boca de algunos candidatos: “Yo te metí en la crisis, yo no te he sacado de
la crisis, y tu ahora, además, me vas a
votar”. El argumento es sólido y dejaría fuera del dilema,
a los dos partidos que más responsabilidad han tenido en gestionar la crisis. También quedarían fuera los partido
independentistas, porque se están aprovechando de la crisis y contribuyendo con
su desvarío a su consolidación. Nos
quedan IU, UPyD y los dos partidos
emergentes.. IU tiene un secretario
general tan bien valorado como incapaz
de romper con su legado comunista. El
comunismo es una teoría económica útil aún y una ideología política que ha
fracasado allí donde se ha implantado. Aún así los comunistas de hoy aspiran
conseguir sus objetivos dentro de las democracias parlamentarias. Una verdadera
ucrania. Aún así perseveran en el empeño, obstaculizando a otros partidos de la
izquierda socialdemócrata que hace ya mucho rompieron con la vieja utopía y que
se han conformado con metas más modestas pero realizables. Así que queda
Podemos , UPyD ahora ya fuera del parlamento y Ciudadanos. Podemos se presenta
como un partido nuevo y distinto, aunque no le importe ahora acoger en su seno a
algunos tan viejos como IU ni tan dañinos como los independentistas. Tienen el encanto de lo virginal, pero es esa
también una de las principales razones para no fiarse de ellos. El país exige
cambios importantes, pero no experimentos. No se pueden cometer errores que nos hagan retroceder años. En este descarte nos queda Ciudadanos y UPyD,
que son partidos que tienen las manos limpias en lo económico y que han
mostrado gran energía moral ante el turbio asunto independentista sin caer en el
patrioterismo casposo al que otros partidos conservadores nos tienen
acostumbrados. Tienen además a su favor
que hay personas muy ilustres, que representan a lo mejor de la inteligencia de
este país y que han mostrado su apoyo a estos dos partidos incluso con su
generosa militancia. Pero aún así todo esto no parece suficiente para tomar una
decisión. Ni siquiera la radical tesis de Vicente Romero, es suficiente para descartar a los dos
partidos mayoritarios pues podríamos ser injustos y poco pragmáticos pues es
posible, al menos en teoría que, al menos uno de ellos, hubiera aprendido la lección. Así que habrá
que volver a pensar con nuevos argumentos. Al fin y al cabo el voto necesita de una
cierta contaminación ideológica. El pragmatismo es una virtud fría. Por eso las
categorías izquierda y derecha, como ya lo vio con claridad el viejo Bobio, mal
que les pese a algunos, sigue funcionando.
Pero también hoy ya sabemos que salvo para los fanáticos y para los políticos en tiempo
de elecciones, nadie es completamente de derechas, ni completamente de
izquierdas, como tampoco es nadie completamente de centro. Lo que hay en las
sociedades abiertas son espacios culturales que proceden de un tronco
ideológico común, que se han ido ampliando a medida que los sistemas
democráticos han ido madurando y es en este espacio donde los electores encuentran
en cada momento el partido político que mejor pueda representarlos. Esto se ve
mejor cuando te encuentras con partidos que aunque adornados con una nueva
imagen, entroncan con orígenes, tradiciones e ideologías peligrosas y
antidemocráticas que por sí solas deberían ser excluidos de las preferencias de
los electores. Y es con estas pocas mimbres con las que el próximo día 26 tenemos que resolver el dilema de a quién
votar. Al menos para los que aún creemos que es mejor ir a votar aunque nos equivoquemos.
gicas
y políticas imprescindibles para entender el lugar en el que cada uno
está en el espectro político, pero, hoy ya lo sabemos, no son categorías
morales. Ni tampoco son categorías mutuamente excluyentes. Sí algo sabemos hoy
es que la complejidad del mundo no cabe en este binarismo (y mucho menos en el
de la más que estúpida alternativa de arriba
y abajo que ciertos líderes de la izquierda radical española proponen ahora
como alternativa a la izquierda y a la derecha). Pero no es de ideas de lo que hablan los
políticos y menos en la campaña electoral.
La democracia es una forma de gestionar las relaciones de
poder. La democracia es el territorio
donde se rinde culto a las mayorías. La
diversidad se casa mal con la democracia.
La diversidad exige pacto, negociación, renuncia, pragmatismo. El parlamentarismo es eso, sino es como diría
Maturana lenguajeo. En España es
urgente una manera no nueva pero si distinta de entender la democracia. Si no
es así corremos el riesgo de estar votando eternamente.