LA TRIBUNA
FEDERICO
SORIGUER. MÉDICO Y MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
6 junio 201609:23
http://www.diariosur.es/opinion/201606/06/medicinas-alternativas-20160606011842-v.html
Leemos hoy en SUR que la Universidad de Málaga ha
cancelado un curso de verano en Marbella sobre medicinas alternativas,
titulado: La enfermedad: ¿enemiga o aliada?'. El curso estaba dirigido por dos
prestigiosos profesores de biología celular y genética de la UMA y en él se
iban a impartir conferencia sobre homeopatía y otras aproximaciones que se
engloban generalmente dentro de lo que se suele llamar medicina natural, alternativa
o tradicional. Lo primero que conviene decir es que la verdadera medicina
tradicional es la medicina actual llamada científica, heredera de un enorme
legado que, al menos en Occidente, procede directamente de la medicina
hipocrática, hace más de 2500 años. Muchas de estas medicinas que ahora se
llaman a sí mismas alternativas han pertenecido a este tronco común. De hecho
la medicina tradicional es 'científica' desde hace bien poco. Primero a partir
del siglo XVIII y XIX con la incorporación de la anatomía celular y la
microbiología, luego con todo el arsenal procedente de la química que más tarde
se llamaría bioquímica y finalmente también de la física que ha aportado la
gran revolución tecnológica que identifica a la medicina actual. Pero la medicina
clínica no ha incorporado propiamente la lógica científica hasta mediados del
pasado siglo con la introducción de las matemáticas de la probabilidad,
rompiendo así con la tradición patognomónica (la tentación del saber cierto),
transformándose en una medicina de lo probable.
En el comienzo de la 'Sociedad Abierta y
sus enemigos', Karl Popper cita a Oscar Wilde cuando dice que: «experiencia es
el nombre que damos a nuestros errores». A lo largo del siglo XX la medicina
clínica dejó de basarse, como hasta entonces, en la experiencia acumulada
(generalmente transmitida a través de los maestros) para fundamentarse en la
experimentación. Por primera vez y de una manera sistemática los médicos podían
medir el error (que no es otra cosa la medicina científica). Las consecuencias
fueron extraordinarias pues en menos de medio siglo la clínica puso en cuestión
todo su saber, de manera que se hizo realidad el viejo dicho que tanto le
gustaba recordar al profesor Segovia de Arana de que «si tiráramos al mar todas
las medicinas menos la digital y la quinina sería bueno para las personas y
malo para los peces». Los médicos hemos tenido siempre un poder taumatúrgico
invaluable. La medida del efecto placebo fue una de las primeras cosas que le
permitió a la medicina esta nueva manera de revisar las viejas preguntas. La
otra consecuencia fue la capacidad de generalización de las observaciones, pues
las conclusiones ya no eran, solo, el resultado de la experiencia acumulada
caso tras caso, sino de la evaluación controlada de amplias series de pacientes
y de sus variaciones (estocásticas). De alguna manera la nueva medicina surgida
a lo largo del siglo XX lo que ha intentado es evaluar el papel de la
subjetividad (del médico y del paciente) y, por tanto, también, de controlarla.
Solo desde estas premisas la medicina podía dar el salto de ser una medicina
personalista (basada en la autoridad del médico),personalizada (en un caso
concreto de un paciente) e insolidaria (pues no era generalizable) a ser una
medicina pública y universalizable, como corresponde a todo conocimiento
científico. Como no podía ser de otra forme el precio ha sido alto pues en el
empeño racionalizador se ha perdido parte del componente taumatúrgico de la
medicina misma. Esto es bien conocido por la propia medicina actual y desde
dentro surgen voces críticas reclamando una recuperación del sujeto (tanto del
sujeto como clínico como del sujeto como paciente). Al fin y al cabo, como
decía Bergamín «si fuera un objeto sería objetivo pero como soy un sujeto soy subjetivo».
Es en este vacío que deja el sujeto en la medicina tradicional (científica)
desde donde resurgen las llamadas medicinas alternativas (a la medicina
tradicional). Son medicinas por lo general de base patognomónica, es decir
presumen de poseer con certeza ciertas respuestas a los problemas que la
medicina tradicional no es capaz de solucionar (que por otro lado son casi
infinitos), de hacerlo de manera muy personalizada y basándose en la
experiencia del terapeuta, con medidas simples para problemas muy complejos y
utilizando para ello la capacidad del sujeto (su subjetividad) para asumir su
propia curación. Los procedimientos de contrastación de sus verdades pertenecen
a otro orden muy distinto a los de la lógica científica. En ocasiones el lenguaje
es hermenéutico y espiritualista y casi siempre la 'vix medicatrix' tiene un
gran poso taumatúrgico. Este mundo de las medicinas alternativas es
proteiforme, muchas de ellas utilizan una pátina histórica aunque sean unas
advenedizas a la medicina. Otras, por el contrario, son depositarias de una
larga tradición que compartieron durante siglos con la medicina tradicional
(científica). Por otro lado, la práctica de todas estas medicinas está en manos
muy variadas, desde personas serias y responsables hasta charlatanes que
explotan la necesidad que muchas personas tienen de respuestas ciertas ante las
situaciones de incertidumbre. Como se ve, el lenguaje y los objetivos son muy
distintos entre ambas 'medicinas'.
En cierto modo son como los tradicionales
encuentros entre 'ciencia y religión'. Son estas, dos categorías que obedecen a
lógicas muy distintas, por lo que no es extraño que estos encuentros se
celebren siempre en el Vaticano pero no en la Universidad. La ciencia, como
diría Popper es una disciplina bien modesta que solo se ocupa de aquellos
problemas que pueden ser resueltos científicamente. Y es este, precisamente, el
gran error de la medicina tradicional (ahora científica). Muchos problemas
médicos no se pueden resolver. Eso es todo. Ni con ciencia ni sin ella. Pero
donde no llega la ciencia llega la palabra.
Recuperar el papel sanador de la palabra
es la asignatura pendiente de la medicina actual. Es también el agujero negro
por donde se cuelan todas las medicinas alternativas del mundo a las que solo
habría que pedirles, como en el viejo aforismo hipocrático que, al menos no
hagan daño.
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