LA TRIBUNA
CUIDADO CON LA INDIGNACIÓN
FEDERICO SORIGUER MÉDICO.
MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
18 junio 201610:01
http://www.diariosur.es/opinion/201606/18/cuidado-indignacion-20160618005149-v.html
La indignación es una emoción humana
valiosa, siempre que sea breve. No se puede estar permanentemente indignado
pues cuando eso ocurre la indignación pierde su valor moral y pasa de ser un
estado de ánimo a formar parte del carácter. Es lo que ha pasado en España. De
la indignación y sus razones hablan todos y todos los días. Pero, ¿cómo
transformar la indignación en una acción que sea capaz de resolver los
problemas que nos indignan? ¿Cómo pasar de las palabras a los hechos? ¿Cómo
conseguir que la indignación no se transforme en exasperación?, esa agitación
parecida a la histeria y considerada por algunas corrientes de la psicología
como una forma de regresión primaria. Es este el reto que tienen planteadas
muchas de las sociedades actuales, que estarían volviendo a formas
pre-políticas más propias de sociedades menos desarrolladas económicamente y
menos evolucionadas democráticamente. ¿No es algo de esto lo que está
ocurriendo con los grandes y más que justificados movimientos de indignación en
tantos países incapaces de dar respuesta a los retos de nuestro tiempo? Porque
lo sorprendente es que siendo las causas las mismas (la corrupción, la
desigualdad, la precarización laboral, la globalización...), las repuestas en
diferentes países vayan en envoltorios muy distintos. Desde el Tea Party en USA
o la extrema derecha en Austria a los emergentes partidos del Sur de Europa que
en estos momentos preelectorales nadie sabe como catalogarlos, tal es su
capacidad de mímesis.
En todo caso vivir permanentemente indignado
es la mejor forma de eludir la responsabilidad a la que, en un momento u otro,
todo ciudadano, ya sea en solitario o de manera organizada, se tiene que
enfrentar. Porque de esto se trata. De asumir cada uno su responsabilidad. El
profesor Diego Gracias en la introducción de la segunda edición de sus
Fundamentos de Bioética, hace una excelente actualización del concepto de
responsabilidad. Tal vez a algunos les sorprenda saber que la palabra
responsabilidad es muy reciente en todas las lenguas, también en castellano.
Después con la reforma protestante aparece en Europa como un concepto teológico
relacionado con la culpa y el pecado para trasladarse inmediatamente al terreno
jurídico asimilando el concepto de responsabilidad al de imputabilidad (que, por
cierto, acaba de desaparecer de nuestro lenguaje procesal). No es hasta el
siglo XIX cuando el concepto de responsabilidad adquiere un significado ético
sobre todo con la famosa distinción weberiana. La historia le daría
inmediatamente la razón a Weber porque todas las grandes catástrofes bélicas
del siglo XX fueron originadas por los fanáticos de la ética de la convicción
de uno u otro bando. La conclusión es que la acción política no es apta para
fanáticos ni para arribistas sino que está necesitada de personas responsables
(que ejerzan desde la ética de la responsabilidad y no de la convicción). Hoy
ya sabemos que no basta con que las cosas sean como son. A esto se le llama
realidad y a algunos les es suficiente. Incluso hay expertos en la realidad.
¡Es la realidad! exclaman autosuficientes, como si los demás fueran tontos y no
la recocieran. Es, de esa realidad tantas veces injusta y arbitraria de donde
surge la indignación. La indignación es el combustible que pone en marcha la
ética de la convicción. Pero a los humanos no nos basa con que las cosas sean
así. A diferencia de los animales los humanos tenemos creencias que nos llevan
a considerar que las cosas deben ser de una determinada manera. Es a esto a lo
que se suele llamar moral o ética. También ley natural, ley divina o imperativo
categórico según quien. En todo caso se trata de la aceptación de unas normas
que suelen tener carácter absoluto y que Weber las relacionaba con la ética de
la convicción. Pero los imperativos morales tienen que ponerse a prueba con la
acción. Es la acción la que mide la validez de la norma. Porque las cosas no
solo tienen que ser de una manera determinada. Tienen que serlo en función de
la situación. Es por esto que cada vez con más frecuencia el pensamiento
moderno vuelve los ojos a Aristóteles y a su teoría de la prudencia
(phrónesis). Es importante reconocer la realidad, lo es el dotarse de unas
reglas que nos iluminen el camino del deber. Pero más importante aun es actuar
prudentemente.
En el momento de depositar el voto en las
urnas, se produce un ejercicio brutal de reducción de la complejidad. Las
campañas electorales están al servicio de este embrutecimiento. Votar es pasar
de la teoría a la acción. Del deber ser al tener que ser. Depositar el voto es
siempre un dilema, especialmente en estas elecciones. Votar es transferir mis
convicciones a la responsabilidad de otros. Votar solo desde la ética de la
convicción (en este caso desde la indignación) es la primera derrota pues es
importante saber que desde ese momento abdicamos de nuestra propia
responsabilidad. Por eso es muy importante que los otros, los políticos, hayan
demostrado ser responsables, es decir capaces de hacerse cargo de la realidad y
hacerlo sin abandonar la vieja virtud de la prudencia con la que Aristóteles, y
no en vano, identificaba la sabiduría. No sé aún a quien voy a votar el próximo
día 26, pero sí sé a quién no. No votaré a quienes en nombre de la indignación
universal se han apropiado, utilizándola como un látigo, de la ética de la
convicción, sorprendiéndonos cada mañana con una ropaje diferente, el último el
de la socialdemocracia, hoy el del peronismo, sin que hasta ahora hayan dado
muestras de prudencia, de esa virtud imprescindible para la política a la que le
hemos dedicado las reflexiones de esta tribuna.
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