lunes, 16 de noviembre de 2015

LA ENDOCRINOLOGÍA CLÍNICA EN EL SIGLO XXI 40 Congreso de la SAEN. Córdoba, 2015. Conferencia


Federico J. C-Soriguer Escofet






Quiero agradecer a la SAEN y a su presidente el Dr. Pedro Pablo García Luna su amable invitación.  ¿De qué quieres que hable?, le pregunté a Pedro  Pablo cuando me invitó. “De lo que quieras Federico. De cualquier cosa”, me contesta amablemente. Como comento en  “Diario de un médico jubilado” [1], cuando uno recibe este tipo de propuesta (tan generosas como inespecíficas) es que ya está amortizado.  Lo asumo, pero quiero antes de comenzar hacer dos aclaraciones con dos egregias referencias:
La primera: Yo no he venido aquí a hacer un discurso, que es el título también de uno de los últimos libros de García Márquez.

La segunda: No esperen la conferencia de un jubilado, que es también lo que dijo el profesor Ciril Rozman en la conferencia que pronunció en el año 2005 en el curso de los actos de conmemoración del 500 aniversario de la Universidad de Sevilla.
No, en esta conferencia voy a hablar del presente y, sobre todo, del futuro, aunque   por una simple cuestión de higiene intelectual (también de educación) comenzaré recordando lo obvio. Que no se puede comprender el presente ni mucho menos diseñar o pensar en el futuro,  sin conocer la historia.

Laín Entralgo reclamaba la importancia de la cultura, de cultivarse para poder hacer frente a la complejidad de la vida cotidiana y decía que la cultura mínima que debe tener un profesional es la de conocer al menos la historia de su profesión.
En nuestro caso remito a los interesados a la “Historia de la Endocrinología en Lengua Española”, un excelente trabajo del l profesor Antonio Orozco Acuaviva[2], libro que tuve el honor de editar (en el sentido anglosajón) con motivo del Congreso nacional de la SEEN del año 1999[3]

En esta historia  podremos descubrir muchas cosas, entre otras, para desesperación de algunos de los adanitas de nuestra actual sociedad, que creen que el mundo de la endocrinología española ha comenzado con ellos, que ya hubo en el siglo XIX un andaluz nacido en Vélez-Málaga que fue el verdadero predecesor   de la  medicina experimental (que es como decir de la endocrinología experimental) española. Hablo del profesor D. José Gómez Ocaña   al que el profesor Orozco le dedica un capítulo entero, el capítulo 2,  con el sugerente título de:  “José Gómez Ocaña. Pionero de los Estudios endocrinológicos  españoles”. 


 En el libro   se habla en la primera parte de una etapa preendocrinológica (identificada entre otros muchos por el profesor Gómez Ocaña) , en una segunda parte,  del  inicio de la endocrinología española identificada con la figura de Gregorio Marañón, así como de los  precursores de la endocrinología catalana representados, sobre todo,  en la figura de Augusto Pi y Suñer, una época en la que se crean los “Archivos de Endocrinología y Nutrición” (1924-1928), siendo sus directores: G. Marañon, B.A.Houssay, A.  pi Suñer, R. Novoa Santos y redactor jefe E. Carrasco Cadenas .

En la Editorial con que se abre el primer número de “Archivos..”; se justifica el nacimiento de la nueva publicación diciendo: “En los diversos países han aparecido coincidiendo con esta época, revistas dedicadas especialmente al estudio de las secreciones internas y de las enfermedades de la nutrición, tan íntimamente ligadas a aquellas”.  Lo que nos advierte como la especialidad de endocrinología tuvo desde sus inicios la voluntad clara de incorporar la nutrición dentro del campo de la disciplina.
Otro hito importante de esta época fue  la creación de la primera Cátedra de Endocrinología (independiente ya como especialidad), que fue adjudicada sin oposición a Marañón en Julio del año 1931, año en el que se instaura la II República (Abril).  Y, en fin,  en el libro del profesor Orozco hay,  en una tercera parte titulada: “El Renacimiento de la endocrinología española y catalana  tras la guerra civil”, que el profesor Orozco identifica con la creación en 1950 de la Sociedad Española de Endocrinología y en 1951 del “Acta Endocrinológica Ibérica” y la  creación en el año 1949 de la Asociación de Endocrinología y Nutrición de la Academia de Ciencias de Barcelona (institución creada en el siglo XIX (1882).
Es este un libro de un enorme valor que debería ser incluido en el currículo obligado de los residentes españoles en Endocrinología y Nutrición.
La excelente historia de la Endocrinología en lengua española del profesor Antonio Orozco Aquaviva termina con la guerra civil y no ha podido ser continuada como hubiera sido nuestro deseo (como editor de la obra)  por el triste fallecimiento en accidente de coche del profesor Orozco poco después de haber terminado el libro y haberlo presentado en el curso del Congreso Nacional de la Sociedad Española de Endocrinología que organizamos en Málaga en el año 1999.
Posteriormente a aquella publicación Basilio Moreno, publicó la tesis doctoral de Ana. I Cristina de la Torre en la que describe la actividad de  la SEEN a través de los programas de sus congresos y otras actividades.
En lo que respecta a Andalucía, hubieron endocrinólogos aislados en las diferentes provincias[4], siendo en Sevilla, alrededor de la cátedra del profesor Antonio Aznar Reig, con Emilio Herrera cuando se crea el embrión lo que luego ya sería el Servicio de Endocrinología del Hospital Clínico de Sevilla y el Servicio de  Ricardo Astorga en Virgen del Rocío, donde se crean las bases para la constitución de la Sociedad Andaluza de Endocrinología, cuyo primer presidente en los años setenta fue el profesor Antonio Aznar Reig. El resto de los presidentes de la SAEN se recogen en la tabla. 


Hasta aquí, de manera muy resumida, lo que ha sido el pasado. El resto ya es presente. Un presente del que cualquiera de vosotros puede tener una opinión, razón por la que no le vamos a dedicar ni un solo minuto, pues se generaría un debate al que todos estamos convocados y que se escapa, por otro lado, de la intención de esta ponencia, que no es otra que hablar del futuro.
La endocrinología clínica en el siglo XXI
Lo primero que quiero precisar es que en estos minutos que nos quedan no voy a hablar de toda la endocrinología, sino solo de la  endocrinología clínica. Como el resto de las disciplinas clínicas la endocrinología tiene un pasado y un presente experimental. Yo me atrevería a decir que más que muchas otras especialidades pues la endocrinología ha bebido de las fuentes de la fisiología experimental, de lo que se llamó  “el medio interno”,  “las glándulas de secreción interna”, motivo principal del interés de los grandes fisiólogos del XIX y la primera mitad del siglo XX. De hecho el descubrimiento del papel fisiológico de las hormonas y el nacimiento de la endocrinología no solo revolucionaron las ideas sobre la patología funcional, sino que permitió explicar los procesos patológicos derivados de su perturbación[5]. Aún hoy la endocrinología experimental o “básica” tiene una gran presencia en el espacio de las ciencias y una presencia muy activa en la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición  (no así históricamente en la Sociedad Andaluza de Endocrinología y Nutrición).

La segunda cuestión es que este empeño por predecir el futuro de la endocrinología no es nuevo y nosotros mismos ya lo intentamos con motivo del 50 aniversario del Hospital Carlos Haya en la que organizamos una reunión en Málaga en el año 2006, con este título: “El futuro de la endocrinología”, siendo presidente de la SEEN el profesor Carlos Diéguez y de la SAEN, Manuel Aguilar Diosdado. En este seminario intervinieron como ponentes el profesor Ciril Rozman, Franco Sánchez Franco, José Manuel Fernández Real, Santiago Duran García, Gabriel Olveira y yo mismo, ante la presencia de un nutrido grupo de endocrinólogos españoles.   Las conclusiones y las ponencias fueron recogidas en aquel  libro que  fue dedicado a la memoria de Ricardo Astorga que había fallecido en el año 2007. El libro fue publicado en 2008, patrocinado por Novo Nordisk[6].  Al igual que con el anterior libro de la Historia de la Endocrinología a los jóvenes interesados les recomiendo vivamente su lectura.
Pero hablemos del  futuro. Hablar del fututo no es propiamente hablar sino profetizar que es un verbo que necesita de la fe y de la esperanza, que son dos virtudes teologales que vamos a necesitar para este empeño.
 Pero antes de comenzar a profetizar, conviene recordar algunas cosas que a los jóvenes endocrinólogos ya no les debe preocupar. Bueno preocupar sí, siempre,  pero al menos no ocuparse de ellas (sino es para consolidarlas y mantenerlas) pues ya lo resolvieron las generaciones que les han precedido.
Citaremos a tres, aunque de la última tenemos nuestras dudas sobre lo que deparará el fututo. .


1.      No tendrán que preocuparse por la existencia de una endocrinología clínica.

            Tal vez a algunos jóvenes les sorprenda esta afirmación. Pues claro que existe, dirán con razón. Incluso echaran mano de la historia, de la misma historia que hemos utilizado arriba, presidida, como hemos visto por la figura de Marañón, el gran representante de una endocrinología clínica. Pero aquello fue en los años cuarenta una época en la que aun no había hecho su aparición la biología celular molecular, ni tampoco se la esperaba. Sin embargo en los albores de la moderna endocrinología, en los finales de los sesenta, en los setenta y en los comienzos de los ochenta del pasado siglo,  hubo un muy importante debate sobre la cuestión. Era la consecuencia de la irrupción extraordinaria en la medicina de la biología celular y molecular. Algunos de los más prestigiosos endocrinólogos de aquel momento eran básicos (eran los casos de Gabriela Morreale, Enrique Blázquez, entre otros y muchos de los clínicos que luego liderarían la endocrinología  española habían  hecho estancias en el extranjero en centros de investigación y vuelto con una idea experimentalista de la medicina y de la endocrinología.  No se dudaba de si existía una endocrinología clínica (no se podía negar la evidencia) pero sí de si la endocrinología clínica debería desarrollarse  lo suficiente como para satisfacer como especialidad la asistencia de toda la patología mayor y menor endocrinológica o, por el contrario,  dejar la mayor parte de ésta en manos de la medicina interna (primero) y luego más tarde en la atención primaria, quedando la endocrinología, para los casos complejos, aquellos que exigían de unos conocimientos básicos (“fisiopatológicos”) complejos y de un laboratorio sofisticado que, por supuesto, debería estar dentro de los servicios de endocrinología que solo, como era lógico,  tendrían sentido hospitalario. Quienes así pensaban eran personas tan importantes en el mundo de la endocrinóloga moderna española como Pachi Sánchez Franco o Felipe Casanueva, por citar solo dos ejemplos. Frente a ellos otro grupo de endocrinólogos (entre los que me encontraba) representados por  José Antonio Vázquez, Francisco  Díaz Cadórniga, entre otros, opinábamos que la endocrinología era una especialidad clínica (por cierto, una de las más antiguas y ya desde el comienzo dentro del Plan Nacional de Especialidades Médicas),  que tenía (y que debería)   hacer frente a toda la patología endocrinológica, tanto las de baja como la de alta prevalencia, tanto la más como la menos compleja. Había otro grupo, en fin, que mantenía posiciones intermedias como Ramón Gomis o Julio Feijanes, por ejemplo,  o que en todo caso no se definían. .
            En todo caso, (y los debates en el seno de la Comisión Nacional de la Especialidad o en las Asambleas de la SEEN, fueron intensos)  se impuso la opción de la endocrinología como una especialidad clínica con todas sus consecuencias. Esto ha permitido que en los últimos treinta años se haya desarrollado en todas las provincias y ciudades Servicios de Endocrinología que han sido capaces de dar respuesta cualificada y disciplinar a la demanda de atención (por otro lado creciente) de la población y que la especialidad de endocrinología sea mejor conocida y valorada por la población general.
             Este  “éxito” de la endocrinología clínica, también ha tenido algunos inconvenientes y no es el menor el olvido por las nuevas generaciones de la vieja tradición experimentalista de la endocrinología. Una tradición que enriqueció a los clínicos de mi generación que  mantuvieron la sensibilidad y el lenguaje de la endocrinología básica permitiendo una comunicación fluida entre la endocrinología clínica y la experimental. Una sensibilidad que se mantiene aun en la SEEN representada por la presencia de presidentes de la sociedad que son investigadores básicos (el último de ellos el profesor Carlos Diéguez) sin que exista esta contrapartida en la  SAEN en la que todos los presidentes han sido clínicos.
            En todo caso, lo que queremos aquí recordar es que de haber predominado la tesis de una endocrinología clínica más experimentalista hoy el mapa de la endocrinología española sería muy distinto.

2.      La segunda cuestión de la que no tendrán que ocuparse las actuales generaciones es de la nutrición.  Aunque ahora parezca muy claro que la especialidad es de endocrinología y nutrición no lo estuvo tanto en los años ochenta del pasado siglo cuando se crean los grandes servicios de endocrinología del país.  Y esto fue así por muchas razones:

a) Por un lado, ya lo hemos visto, muchos de los “patrones de la endocrinología” militaban en las filas de la endocrinología elitista de base experimental y esto era en cierto modo incompatible con la nutrición aplicada de los hospitales. Esto motivó un abandono de la nutrición por una parte muy importante de la endocrinología nacional y, sobre, todo, de la formación en nutrición de sus residentes.  
b) Porque, y esto no es contradictorio con lo anterior, muchas de las grandes unidades de nutrición del país (el caso del Ramón y Cajal con la doctora Ana Sastre es un buen ejemplo pero no el único) las habían creado, precisamente endocrinólogos (no hay que olvidar  que ya desde el principio - ver arriba la primera editorial de los Anales de Endocrinología y Nutrición-,  ya en el año 1924  la endocrinología había asumido a la nutrición como parte de su bagaje conceptual). Pero en donde esto había ocurrido, casi siempre había conflictos interpersonales (y conceptuales) que impedían cualquier tipo de acercamiento entre la nutrición y la endocrinología.  En Madrid estos conflictos fueron especialmente cruentos y en Cataluña, por otro lado  la separación entre nutrición y endocrinología era casi completa.
c) Porque al mismo tiempo se habían ido creando, de la mano de una creciente necesidad asistencial,  unidades de nutrición en los centros sanitarios por médicos (también en el algún caso por farmacéuticos) procedentes   de las especialidades más diversas (traumatología, UVI, pediatría digestivo, etc..). Unas unidades creadas por la vía de los hechos y con el apoyo, en la mayoría de las ocasiones, de las direcciones de los hospitales a los que les convenía tener el área de nutrición bajo su control directo al no poder crear servicios de una especialidad (la nutrición) que no existía, unidades que dificultaron  el paso de la nutrición a los servicios de endocrinología cuando, años más tarde ,la endocrinología tomó conciencia de la pérdida que suponía para la especialidad la desvinculación de la nutrición, una cuestión sobre la que hablaremos inmediatamente.

Una vez más fue la toma de conciencia de una parte de los miembros de la  SAEN la que ha permitido la recuperación de la nutrición para la especialidad de endocrinología. La historia merece la pena recordarla pues es un ejemplo, otro más,  de que es mejor prever y luchar por las cosas que lamentarse a posteriori. Y contarlas. Entre otras cosas porque las iniciativas que se tomaron desde la SAEN  sirvieron de modelo al resto del país para la recuperación de la nutrición. De manera muy resumida estas fueron las iniciativas desde la SAEN:
a.       Se creó en los años ochenta, siendo presidentes de la SAEN Ricardo Astorga, Emilio Herrera y Fernando Escobar  una comisión compuesta por Pedro Pablo García Luna (Sevilla), Marisa Fernández Soto (Granada) y Federico Soriguer (Málaga). El trabajo de esta comisión duró años    y fueron numerosas las reuniones con los responsables sanitarios de la RASSA primero y de la Consejería y  del SAS después, siendo la primera victoria el conseguir que la convocatoria de plazas para los puestos de las unidades de nutrición salieran en el BOJA con la exigencia de que tenían que ser ocupada por un “especialista” (no se consiguió al principio que fuese un especialista en endocrinología y nutrición, pero accedieron a que fuese un “especialista”),  lo que puede darle idea al lector de la enorme resistencia que había por los responsables administrativos a ceder a un servicio médico estructurado, como eran los de endocrinología,  el control de la nutrición hospitalaria. 
b.      Se cuantificó el problema, que es lo primero que hay que hacer cuando se le quiere conocer, encontrándonos con la sorpresa de que ya, en todo el territorio nacional, también en Andalucía, una proporción importante, cercana al 40 % , de  aquellas unidades funcionales de “nutriólogos realmente existentes”,  dependientes de las direcciones médicas estaban siendo regentadas por médicos especialistas en endocrinología y nutrición, ciertamente no siempre bien avenidos con los servicios o secciones de endocrinología. 
c.       Se establecieron conversaciones con los líderes no endocrinos de las unidades de nutrición “realmente existente”. Mientras tanto los “nutriólogos realmente existentes” se habían organizado, creando, finalmente,  la  Sociedad Andaluza de Nutrición Clínica y Dietética (SANCYD)  en 1998. Sociedad a la que inmediatamente nos afiliamos muchos endocrinos lo  que facilitó enormemente el acercamiento y el entendimiento mutuo, contribuyendo a ello de manera importante, como después veremos, que el primer congreso se celebrara en Málaga organizado por el Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital  Carlos Haya,  servicio que había incorporado la nutrición, desde el primer momento, sin reservas ni contradicciones.
d.      Se llegaron a acuerdos (firmados) con los líderes de “la nutrición realmente existente”, líderes  que veían, legítimamente, en la sociedad de endocrinología un peligro para sus proyectos personales e institucionales. En estos acuerdos se tuvo en cuenta :
A)  Qué en las reivindicaciones de la SAEN ante la administración,  la SAEN no reclamaría  “los puestos de trabajo”  de quienes sin ser especialistas en endocrinología y nutrición se ocupaban de la nutrición clínica en unidades funcionales dentro de los centros sanitarios,
B) Qué  llegado su momento, como así ocurrió, la SAEN apoyaría la incorporación de los “nutriólogos realmente existentes" a la especialidad de endocrinología y nutrición y a los Servicios de esta especialidad,  cuando se fuesen presentando las oportunidades,
C) Por parte de los “nutriólogos realmente existentes” se aceptaba que la única vía de formación en nutrición clínica era la especialidad de endocrinología y nutrición. Este fue un argumento muy importante pues uno de los  problemas de los “nutriólogos realmente existentes” era que carecían de los recursos institucionales para la continuidad generacional ya que en España no existe la especialidad en nutrición clínica y por tanto, podrían constituirse en sociedades científicas, pero no podrían garantizar la formación en nutrición clínica al no existir ni la especialidad ni tales residentes.
            Estos acuerdos, iniciados en Andalucía, fueron escrupulosamente aplicados por todas las partes y no es exagerando afirmar que, también,  imitados en el resto del país y por la SEEN,  que tomó clara conciencia de la importancia de formar adecuadamente en nutrición a los MIR de endocrinología, exigiendo el cumplimiento en el programa docente del MIR de la estancia al menos de seis meses en la unidad de nutrición y en caso de no existir (o no coexistir ) en su centro en un centro distinto donde se garantizara la formación en nutrición. Esta fue sin duda una de las más importantes inversiones que la Sociedad Científica haya podido realizar, pues al cabo de una década las únicas personas capacitadas para el recambio generacional y para la ampliación de plantillas en las unidades de nutrición de los hospitales eran los MIR de endocrinología y nutrición.
Creo que al éxito de aquellos acuerdos contribuyó sensiblemente, como se ha comentado,  que el primer congreso de la recién constituida SANCYD (Sociedad Andaluza de Nutrición Clínica y Dietética), sociedad, como se ha dicho,  impulsada por los “nutriólogos andaluces realmente existentes” se organizara en el recién creado Servicio de Endocrinología y Nutrición de Málaga, que fue uno de los servicios en donde la nutrición estaba incorporada sin reservas al servicio de endocrinología.  Una reunión en la que estuvieron representadas todas las sensibilidades de la nutrición y que convenció  a muchos de los responsables de las Unidades de Nutrición  independientes,  de que los Servicios de Endocrinología no querían “apoderarse” de toda la nutrición sino tan solo asumir responsablemente la nutrición clínica hospitalaria. Era una cuestión de coherencia y responsabilidad. Por un lado la endocrinología, por tradición (ya le hemos visto desde Marañon) había incluido la nutrición, por otro tenía la autoridad legal para ejercer la nutrición clínica en los hospitales y, por último, porque era también la única con capacidad formativa institucionalmente. En aquel congreso de Málaga un Servicio de Endocrinología demostraba que los endocrinólogos reconocían la existencia y la competencia de otras muchas disciplinas (farmacéuticos, bromatólogos, veterinarios, enfermeras, dietistas..) que convergían en el campo de la nutrición. Así fue reconocido, entre otros, por una carta  que nos fue enviada por la Drª Ana Sastre mostrándose sorprendida y agradecida por qué un Servicio de Endocrinología hubiese sido capaz de incorporar todas las sensibilidades del mundo de la nutrición en el programa del primer congreso de nutrición de la recién creada sociedad andaluza. Desde luego los temores de la doctora Ana Sastre estaban fundados pues hasta esa fecha las relaciones entre “la nutrición realmente existente” y la endocrinología habían sido más los de un “campo de Marte” en el que ambos contendientes se habían ido destrozando a lo largo de los años que los de “interlocutores válidos”. Algunos ciframos en aquel congreso el inicio público de unas relaciones que a partir de entonces comenzaron a dejar de ser fratricidas para comenzar a ser constructivas y que han permitido, por la vía de los hechos,  cambiar la historia de la nutrición clínica en los hospitales españoles.

3.      La tercera cuestión de la que no tendrán ya que ocuparse los jóvenes endocrinólogos es la del carácter independiente de la especialidad de endocrinología y nutrición.
O al menos eso espero. Ya hemos visto como en España  la endocrinología fue una de las primeras especialidades médicas y que, además,  había asumido en su programa la nutrición clínica. Sin embargo cuando se fueron creando los grandes hospitales del país en los años cincuenta y sesenta  y sobre todo cuando se produjo la jerarquización de las especialidades hospitalarias en los años setenta y ochenta del pasado siglo, se abrieron  servicios de endocrinología en la mayoría de los grandes hospitales de Madrid y Barcelona, también en Asturias y Valencia, pero en Andalucía, por ejemplo, solo se crearon en Sevilla y Granada. En el resto de los hospitales la endocrinología fue, si acaso, una unidad o una sección dentro de los servicios de Medicina Interna. Y así permaneció mucho tiempo. Esto fue así en unos casos porque no hubieron endocrinólogos suficientes para desarrollar la endocrinología (de hecho los primeros MIR como es bien conocido no aparecen hasta mediados los setenta del pasado siglo, siendo creados la mayoría de los servicios de endocrinóloga históricos por internistas que habían desarrollado una opción de especializarse en endocrinología). Pero pasada esta  fase el gran obstáculo para que aparecieran nuevos servicios de endocrinología y nutrición vino de los servicios o departamentos de medicina interna que vieron en la creación de los servicios de endocrinología una pérdida de su poder y de protagonismo. De hecho es una historia compartida por la mayoría de los servicios que se crearon ya en los finales de los ochenta o de los noventa,  que se hicieron a pesar de la medicina interna. Desde luego esto es historia pasada, pero es importante recordarla ahora que, entre otras cosas con la crisis, la medicina interna está ocupando muchos espacios de las especialidades pues a la administración les resulta mucho más cómodo un médico o un servicio multiuso, que un médico o un servicio especializado y por tanto más creativo y exigente que un generalista. Y esto está ocurriendo, en ocasiones, con la complacencia cuando no la complicidad de nuevos líderes de la endocrinología que por conveniencias diversas o por comodidad,  están cediendo espacios, como por ejemplo pero no solo, la diabetes hospitalaria o los trasplantes, a la medicina interna (o a otras especialidades), pues es más fácil cumplir los objetivos gerenciales renunciando a las enfermedades muy prevalentes y a las enfermedades complejas, que es en el fondo la razón por la que  los nuevos líderes (generalmente no  jefes de servicio sino directores de gestión más atentos a la cuenta de resultados que a la defensa de la especialidad)  están cediendo parte de la competencias de la endocrinología a la medicina interna.  Sería una pena que por ignorancia de la historia, por comodidad o por intereses oscuros, se perdiera todo lo que otras generaciones habían conseguido para la especialidad de endocrinología.

Un poco de Ucronía.
            La RAE define la ucronía como la : Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder.
Aplicada a nuestra historia no son retóricas sino ucrónicas las preguntas:
      ¿Qué hubiera sucedido de haber triunfado las tesis de una endocrinología “esencialista?, como defendieron endocrinólogos tan distinguidos como los arriba citados
      ¿Qué hubiera sucedido de haber triunfado las tesis de una nutrición separada de la endocrinología?, como defendieron muchos nutriólogos realmente existentes y bastantes endocrinólogos que habían encontrado en las unidades de nutrición su espacio de autonomía y de realización personal?
      ¿Qué hubiera sucedido de haber triunfado las tesis de una endocrinología deudora de la medicina interna?, como propusieron determinados modelos y algunos clínicos, entre ellos alguno con los títulos de endocrinólogos e internistas, de cuyo nombre ahora no quiero acordarme.
      ¿Qué hubiera sucedido en, fin, sino hubiera habido endocrinólogos que defendieron a la especialidad, lucharon por ella, e (incluso) corriendo riesgos personales (laborales) , se atrevieron a predecir el futuro?..


Por fin el futuro
            Y nos toca, en fin, ya, hablar del futuro. ¿Pero quién puede predecirlo?. Neils Bohr, el famosos físico, el del modelo atómico, solía decir que “ es difícil predecir, ¡sobre todo el futuro¡”. Y Woody Allen añadía que : “El futuro nos interesa aunque solo sea porque es el lugar donde vamos a pasar nosotros y nuestros hijos el restos de nuestra vidas” .
            Así que vamos ahora a hablar del futuro, a intentar predecirlo, siguiendo el ejemplo, como ya hemos visto arriba, de algunos de quienes nos han precedido,  que fueron, además,  capaces de inventarlo.
            Así que intentaremos enfrentarnos a este resto profético con cierto método y para ello vamos a seguir las reglas que Italo Cavino propuso para predecir el futuro de la literatura en su imprescindible: “Seis propuesta para el próximo milenio”.
Helas aquí resumidas  y comentada de manera bastante liberal
  1. Levedad.   “Hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma” (Valery),
  2. Rapidez. Festina lente, apresúrate despacio, es el lema de Calvino. Mi padre decía: vístete despacio que llevo prisa, Marañón que la velocidad es una buena cosa que tiene una enfermedad infantil que es la prisa.
  3.  Exactitud. En literatura, pese a la creencia popular, el concepto de exactitud no es distinto al de la ciencia, dice Calvino.  Exactitud en ciencia: ausencia de error sistemático,
  4. Visibilidad. El lenguaje debe transformar las palabras en imágenes, el único código universal,
  5. Multiplicidad. Un lenguaje sin barreras, una escritura sin trabas, un libro que abarque todos los libros. Un fracaso anunciado pero que merece la pena,
  6. Consistencia. “Si es posible preferiría no hacerlo”. Ya saben de quien hablo[7]. Eso es consistencia.
                        
                        
        Que nos sirvan de guía no quiere decir que las mimeticemos. Solo nos servirán, eso, de referencia, ahora,  cuando hablemos aquí del futuro de la endocrinología. En todo caso para evitar malentendidos lo primero que hay que aclarar es que cuando hablemos del futuro de la endocrinología estaremos haciéndolo del futuro de le medicina (de la medicina clínica se entiende) pues no otra cosa es la endocrinología clínica sino medicina clínica y por eso cuando hablemos de esta estaremos hablando de aquella y solo puntualmente haremos referencia a las especificidades de la endocrinología dentro de la medicina clínica.
Primera propuesta (levedad).  La medicina del siglo XXI dependerá de cómo la medicina y la endocrinología responda a estas tres preguntas:
A.    Estamos destinados los médicos a ser unos técnicos al servicio de un sistema productivo de salud. ¿Cuál es la estima que los médicos tenemos d ela medicina y de nosotros mismos?. ¿Seremos capaces de salir airosos de la abrumadora complejidad que nos rodea?. Sucumbiremos a la confortable tentación de ser (solo) tentación de ser trabajadores por cuenta ajena. ¿Es incompatible la asalarización con  la autonomía profesional?.

B.     ¿Sucumbiremos los médicos a la tentación tecnológica?.  Seremos capaces de hace compatible el humanismo que ha representado la medicina a lo largo de la historia con la deshumanización que conlleva una medicina crecientemente tecnológica?.
C.     ¿Ha muerto definitivamente lo que Lain entralgo con tanto acierto llamó “la amistad médica”, a esa comunicación empática que con el tiempo se produce entre lso médicos y sus pacientes?. Cuestiones estas que abordaremos en las cinco propuestas siguientes.

Segunda Primera propuesta. (Rapidez). La importancia de identificar un modelo
        La medicina clínica y con ella la endocrinología clínica tendrá que apostar por consolidar un determinado modelo de entender  la medicina. La medicina es una profesión con un profundo legado histórico que tiene como misión resolver los problemas del ser humano ante la enfermedad. A lo largo de su historia la medicina ha sido considerada como un oficio, como un arte, como una técnica, o como una ciencia. La consideración de la medicina como un oficio  implica que los conocimientos se heredan, se traspasan,  de una a otra generación, sin que sea necesario un cuerpo teórico que los sustente, siendo si acaso importante el valor de la experiencia basada en la repetición de los actos. Aunque los oficios y los artesanos tienen una larga tradición y, con frecuencia se dice de cualquier profesional para elogiarlo que “tiene oficio”, pocas profesiones son ya hoy consideradas como tales. Más cercana para muchos está la idea de la consideración de la medicina como o un arte y hasta no hace demasiado y aun hoy (al menos se le echa de menos con cierta nostalgia) el “ojo clínico” era el bien más preciado de cualquier médico. Sin embargo esta consideración (como arte) lleva a la identificación  de la medicina como algo sublime, propio solo de aquel que recibe “el espíritu” (“la inspiración”) como algo ajeno incluso a la propia voluntad personal. La consecuencia de esta consideración de la medicina como algo sublime es  que la medicina y los médicos están por encima de la responsabilidad de sus propios actos y por tanto, también,   disfrutarían de una cierta impunidad moral e incluso jurídica. . Esto es lo que ha ocurrido durante mucho tiempo y hasta no hace mucho. La tercera consideración es la de la medicina como una técnica. Esta idea implica que el ejercicio de una profesión, al contrario que en los oficios, necesita de un referente teórico previo, que luego ya es prescindible para el desarrollo práctico que se compone fundamentalmente de una actividad repetitiva capaz de producir artefactos (tecnológicos) pero que por su propia naturaleza es incapaz de generar teoría propia y mucho menos de cambiar desde dentro el propio conocimiento. Implica a su vez otra característica y es que por definición el técnico genera productos que son cuantificables y evaluables, siendo su contenido al adecuado para la cadena de producción. Pero la medicina, desde sus comienzos fue considerada como téchne iatriké. Está idea griega de téchne no es superponible a la idea actual de técnica (arriba expuesta) sino más cercana a la moderna idea de ciencia.  La téchne  lleva implícita una teoría y una práctica, un saber y un poner en práctica este saber. Según Aristóteles, es hacer algo sabiendo por qué se hace. En este sentido, la téchne es, al mismo tiempo, un conocimiento y la posibilidad de aplicarlo con algún fin, ya sea la salud o cualquier otra cosa. El desarrollo de esta primera medicina científica, conocida como medicina hipocrática, duró alrededor de trescientos años a partir del siglo –VI.  Consistió en erradicar de la explicación de la salud y de la enfermedad, todo elemento mágico o sobrenatural y cambiarla por una teoría  basada en la Physis.
        Por último y en fin, desde un punto de vista moderno, una  profesión tendría una perspectiva científica cuando es depositaria de un gran contenido teórico y dispone de una capacidad  dialéctica, es decir de ser capaz de, por un lado, poner en cuestión en cualquier momento, desde dentro mismo de la profesión, todo su contenido teórico  y, por otro, de generar nuevos modelos  que hacen avanzar desde dentro mismo a la propia profesión.


¿Es la medicina una ciencia?.
      Tal vez muchos de ustedes tengan ya respuesta a esta pregunta. O tal vez a algunos les parezca irrelevante esta cuestión para el futuro de la medicina, pero no lo es ni para quienes estudian la naturaleza de la medicina, ni desde luego, como veremos con un ejemplo, para quienes tienen que gestionar la medicina actual.  En nuestra opinión la medicina clínica sí forma parte hoy del cuerpo de las ciencias, desde luego como ciencia aplicada, lo que no empece sino al contrario su naturaleza científica, pero como tal ciencia aplicada es imprescindible añadirle un adjetivo. La medicina clínica es una forma de humanismo científico. Una cuestión compleja a la que hemos dedicado una parte de nuestro empeño teórico a lo largo de muchos años[8] .
En todo caso si algunos tienen dudas les contaré una historia.

      En los albores de la Expo del 92, en Sevilla en el llamado Edificio Inteligente de la Expo (que por cierto ardió antes de  ser inaugurada la Expo), siendo Consejero de Salud José Luis García de Arboleya, Gerente del SAS, Ignacio Moreno  y Consejero áulico el Dr. Ángel Garijo, fue organizado un magno encuentro de expertos nacionales e internacionales en gestión.  Quizás en aquella sala había más de 300 personas. Asistí  a aquella reunión aunque no había sido invitado. El formato no permitía las discrepancias y salí de allí muy preocupado.  En aquella reunión se había oficiado la ceremonia de la defunción del modelo médico vigente y puesto de largo el nuevo modelo “gerencialista”, que a partir de ese momento se ha ido implantando inexorablemente en todas las instituciones sanitarias. Hubo bastante unanimidad en la mayoría de las intervenciones y de entre todas, una idea sobresalió del resto:
”El médico no era ya el centro del sistema. Los médicos eran técnicos de salud que deberían ser evaluados por objetivos, en función de sus unidades de producción, como en cualquier otra empresa del mercado. Técnicos de unas empresas sanitarias, que para garantizar sus sostenibilidad y su eficiencia deberían ajustarse a las reglas del mercado”.
      No se ponía allí en cuestión el carácter público del sistema sanitario sino el modelo de gestión. Su consecuencia más inmediata,  la desaparición de los servicios y su transformación por las actuales Unidades de Gestión Clínica (UGC).  No es el momento de hacer una reflexión sobre el modelo de UGC y sus consecuencias[9], pero lo que nos dejó muy preocupados a los pocos clínicos activos que allí estábamos, era la unanimidad en la  identificación de los médicos como unos técnicos al servicio del sistema productivo y de la medicina, pues, como una técnica. Tan preocupado que a la salida de aquella reunión me puse a escribir un texto que luego se transformó en un libro, prologado por José Ramón Ricoy en ese momento director del FIS, con el título de ¿Es la Clínica una ciencia?[10]. En el libro se daban razones de por qué la medicina, también la clínica,  es una disciplina dialéctica y que como tal debe ser considerada como una disciplina científica y no solo técnica. De aquella reunión recuerdo muy bien la intervención del Profesor Castilla del Pino, invitado a dar la conferencia magistral de la jornada. Con lucidez y con acidez Castilla dijo: “En la medicina de nuestro tiempo los pacientes no pueden aspirar a que los quieran solo a que los curen..…En la medicina de nuestro tiempo médicos y pacientes compiten por la tecnología”.  La vieja idea de Lain Entralgo sobre “la amistad médica·” parecía haber sido allí en aquella reunión, definitivamente enterrada. 

   Las consecuencias del modelo gerencialista, comenzaron antes que en España en la GB de Tony Blair, y es ahora, especialmente con la crisis cuando las estamos viendo aquí. No es posible analizarlas con detalles en este momento, pero solo decir que en estos años se ha ido reforzando un modelo autoritario, a veces con tintes de “despotismo lustrado”, que ha sustituido con ventaja al viejo modelo paternalista médico. Un modelo que ha excluido a los médicos de los espacios de reflexión y de toma de decisiones y sobre todo un modelo que ha expropiado a los médicos  del discurso y del significado de las palabras. 
     Pero mejor pongámoslo en boca del presidente de la British Medical Association: El 26 de junio de 2006, en la reunión anual de la British Medical Association, en Belfast, el presidente de la asociación afirmó que
“el método que ha introducido el gobierno para mejorar la calidad y mantener bajos los precios consiste en hacer lo que se hace en los supermercados: ofrecer posibilidad de elección y competencia”. Y dirigiéndose al gobierno añadió: “Trabajen ustedes con la profesión. No somos el enemigo. Les ayudaremos a encontrar la solución”.
Ahora tal vez estemos en mejores condiciones de intentar contestar a aquella dos preguntas que nos hacíamos líneas arriba al plantear la primera propuesta.:
      ¿Estamos destinados los médicos a ser unos técnicos al servicio de un sistema productivo de salud?
      ¿Ha muerto definitivamente lo que  Laín Entralgo  llamó “la amistad médica?.

    Ya hemos visto que la endocrinología optó a principios de los años ochenta por ser una endocrinología clínica, capaz de asumir los grandes retos epidemiológicos de las enfermedades propias de la endocrinología. Esta decisión ha tenido importantes consecuencias. Por un lado ha mejorado sensiblemente la calidad de la asistencia en el espacio disciplinar de la endocrinología y la nutrición, por otro lado, ha potenciado la especialidad que ha visto crecer los servicios y las dotaciones a medida que la demanda de calidad aumentaba. Pero, por otro lado, ha hecho que las nuevas generaciones pierdan parte del pálpito científico que caracterizó a aquellos endocrinólogos de la primera hornada,  un asunto del que ya hemos hablado. Esta pérdida de pulsión científica ha debilitado la autoridad y la capacidad argumental de la endocrinología en un momento en el que se está produciendo la gran agresión a un determinado  modelo médico a través de la consideración de la medicina como una técnica,  como ha sido comentado.
     De la manera en la que contestemos a estas dos preguntas dependerá la forma en la que los médicos nos enfrentemos a los retos del siglo XXI  y con las respuestas,  escogeremos el modelo de medicina clínica y, con ella, de la endocrinología clínica.

Segunda propuesta: (Exactitud).  Los modelo sanitarios

     Como es bien conocido no es lo mismo el sistema sanitario que el modelo médico.
     El sistema sanitario es la manera en la que una sociedad organiza la atención sanitaria de esa sociedad. En este sentido el sistema sanitario es  un asunto político.
    El modelo médico es la manera en la que los médicos practican la medicina en un momento determinado y, en principio, depende sobre todo de los criterios profesionales y éticos dominantes dentro del cuerpo de la medicina.

    Hasta hace no demasiado el primero no existía, o de manera muy rudimentaria y era el segundo (el modelo médico) el que marcaba la manera como se atendía sanitariamente a la población. A lo largo del siglo XX las interrelaciones entre ambos han ido en aumento y, si bien al principio era el modelo médico el que influía en el sistema sanitario es hoy éste el que obliga a ajustarse  continuamente al modelo médico.
    De hecho los sistemas sanitarios poco a poco, especialmente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX se han ido imponiendo y desplazando al modelo médico. Había razones para ello que no son el momento de entrar aquí, ahora. La consecuencia final ha sido que en la actualidad es el sistema   sanitario es el que marca el rumbo de la asistencia médica de los pacientes e influye de manera muy importante en el modelo médico.

De manera resumida hay  cinco grandes modelos sanitarios  en el mundo. El modelo liberal americano, el modelo socialista (vigente hoy solo en Cuba y Corea del Norte) y los modelos mixtos, representados históricamente por el llamado modelo Bismarck y el modelo Bedverige. Hoy no existen ya modelos puros e incluso en USA, con la reforma Obama, se ha introducido moderadamente un sistema mixto de asistencia sanitaria. Por otro lado a lo largo de los últimos tiempos, especialmente durante la crisis,  se está produciendo cambios importantes en los modelos sanitarios, cuya tendencia general es la reducción del tamaño del modelo Bedverige y el crecimiento del modelo Bismark o el modelo liberal USA. Hay que decir antes de seguir  que en numerosos países del mundo el sistema sanitario es tan deficiente que habría que hablar de su inexistencia (países sin modelo sanitario).

     
En todo caso los médicos y la medicina tienen mucho que decir sobre los temas  sanitarios de los que se dota una sociedad en un momento determinado. Y es así porque, como se ha repetido arriba,  van a determinar la manera de entender la medicina  y a medio plazo también la manera de ejercerla. ¿Pero, como hacerlo, si ya hemos comentado que  en las relaciones de poder entre el sistema sanitario y el modelo médico es el primero el que ha ganado, parece, la batalla? Pues con el único arsenal de que dispone el  modelo médico. Este arsenal es de la ética médica.  Los tres grandes principios de Belmont (el de autonomía, el de justicia y el de beneficencia) y el cuarto  de no maleficencia, son principios prima facie y por tanto inevitablemente en conflicto. Y este conflicto va a estará determinado de manera muy importante por el tipo de  sistema sanitario. Los ejemplos actuales de conflicto entre el  sistema sanitario y el modelo médico son tan numerosos que desbordan los límites de este texto.
            Desde una perspectiva histórica es importante tomar conciencia de que el conflicto entre el sistema médico y el sistema sanitario es tan inevitable como imprescindible. En los últimos tiempos se nos ha hecho creer desde el inmenso poder del sistema sanitario que los médicos éramos parte de la empresa y por tanto participes y cómplices de todos los proyectos de la misma. Muchos médicos así lo han interiorizado, especialmente aquellos que han asumido acríticamente el actual modelo de gestión. Pero las sociedades humanas son “dialécticas”. El hacer creer que solo existe un único interés es una de las premisas de cualquier sistema totalitario. Ni todos somos iguales ni todos representamos los mismos intereses. En una sociedad democrática estas diferencias se explicitan en un juego en el que cada cual defiende con las armas legales y democráticas sus intereses y su visión del mundo. Los médicos en los últimos tiempos hemos renunciado a hablar como médicos y hemos dejado que nuestro discurso (nuestro discurrir) sea secuestrado por los representantes del sistema sanitario, que ha obligado a los médico incluso a cambiar el lenguaje.
            El futuro de la medicina tiene que pasar por recuperar el discurso, la palabra, el significado de las palabras y del discurso médico frente al del sistema sanitario. No es (solo) (ni principalmente)  una cuestión de poder. Es sobre todo una cuestión de responsabilidad (un asunto sobre el que volveremos al final de este texto).






Cuarta propuesta  (Visibilidad).  La tentación patognomónica.   
            A  lo largo de toda la historia de la medicina los médicos hemos buscado la patognomonia, el saber cierto, el signo, el síntoma y desde otra perspectiva más amplia, el tratamiento indubitable. Raramente lo hemos encontrado. Es más, a medida que el conocimiento médico se hacía más “científico”, lejos de aumentar el espacio de la patognomonia ha disminuido pues las certezas de los tiempos antiguos estaban más asociadas con la ignorancia de la medicina y con la necesidad de certezas de los médicos y de los pacientes. La nueva medicina, la medicina moderna, la medicina científica, por así decirlo, lo que ha hecho es hacer frente a la incertidumbre e intentar medirla.  No otra cosa es el concepto de riesgo sino la adjudicación de valores numéricos a la incertidumbre. Gestionar la incertidumbre es pues consustancial a la medicina clínica y parte de su quehacer científico. La palabra riesgo viene del árabe clásico (rizq): “lo que depara la providencia”. En la actualidad la idea de riesgo se acerca más a la de contingencia   y en otra acepción, incluso, la  idea de riesgo tiene una valoración positiva: más que  posibilidad de perder, el riesgo se transforma en una  posibilidad de ganar. Tal es, por ejemplo, la imagen positiva que desprende la expresión “un hombre arriesgado”.  La vieja patognomonia ha sido sustituida con ventaja por la moderna idea de riesgo. Pero la vieja patognomonia sigue agazapada en todas las equinas de la medicina y la medicina del siglo XXI tendrá que hace frente a sus acechanzas. Aquí vamos a citar a tres “subrogados” modernos de la vieja patognomonia:
a) La tentación biogenética de la mano de la biología molecular,
b) la universalización de los protocolos y
c) la MBE.



A.    La tentación biogenética de la mano de la biología molecular.
         En la segunda mitad del siglo XX ocurren varios acontecimientos que cambiarán completamente la manera de entender y de hacer la medicina clínica. Por un lado los fundamentemos de la medicina se hacen más científicos, además, en un momento en el que el determinismo duro de la física (la ciencia por antonomasia) hace crisis. La ciencia, así,  entra definitivamente en la medicina. Es el momento, además en el  que se produce la  incorporación a la medicina de las matemáticas de la probabilidad y de la epidemiología clínica, lo que  le proporciona a la clínica, entre otras cosas,  las herramientas para poder medir el grado de incertidumbre. Finalmente, en este tiempo,  los pacientes y detrás de ellos los médicos incorporan a la clínica el principio de autonomía. Era la consecuencia lógica de la manera de ser y de estar enfermos en las sociedades abiertas. Una incorporación que complejiza a la vez que desdramatiza la relación médico enfermo. Estas tres circunstancias rompen con el modelo médico tradicional basado en el paternalismo médico, en las certezas (tentación patognomónica)  y  dan una oportunidad de incorporarse a una medicina que hasta entonces había sido fundamentalmente biogénica, los mecanismos sociogénicos de la enfermedad.

         Porque esta es la cuestión. El hombre viene al mundo con dos loterías: la biológica y la social que ya no le abandonan nunca.  Ambas moldean al ser humano tanto sano como enfermo. En ocasiones en la medicina han predominado las explicaciones biogénicas. Así ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. En la segunda mitad del siglo XX  se desarrollaron notablemente las explicaciones sociogénicas en los determinantes de la enfermedad. Ambos coinciden con la presencia de grandes movimientos políticos que apoyaron uno u otro posicionamiento. En el primer caso con la interpretación reduccionista del darwinismo y el desarrollo de la medicina y la cultura eugenésica que terminó en los Juicios de Nuremberg, llamados también juicios de los médicos. En el segundo caso con la implantación del marxismo, en Rusia y en otros países del mundo,  aquel socialismo realmente existente que soñó con la creación de un hombre nuevo y que acabó en los  Gulach.  La respuesta al horror de las dos grandes guerras fue  un armisticio entre las pulsiones biogénicas y sociogenicas de la naturaleza humana y por tanto también de las pulsiones antagónicas en la interpretación de los determinantes de la salud y de la enfermedad. Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX ambos determinantes, los biogénicos y los sociogénicos,  convivieron razonablemente. Fue la época del desarrollo de los Estados de Bienestar. Fue, sin duda uno de los momentos mejores de la historia de la humanidad. También desde la perspectiva evolutiva se comenzó a hablar del equilibrio nature-nurture. Pero la gran revolución biomolecular del último tercio del siglo XX  ha venido a cambiar este equilibrio, de nuevo,  a favor de los determinantes biogénicos.  No deja de ser curioso que esta gran revolución de la biomedicina haya coincidido con el triunfo de la revolución neoliberal que comenzó en los años setentas del siglo pasado tras el triunfo de Thatcher en GB y de  Reagan. En medicina, con el crecimiento extraordinario de la  biología molecular,  reaparece de nuevo  la tentación patognomónica. Vean sino lo que con humor escribió  en al año 1998 JJ Milla sobe los genes:
“Un médico llamado Starling paseaba una mañana de 1905 por el campo, cuando observó en lo alto de un árbol una luz a la que se acercó con cautela. "No temas", dijo una voz procedente del resplandor. "¿Quién eres?", preguntó Starling. "Soy una hormona", respondió la voz. "¿Y qué es una hormona?". "Una sustancia de naturaleza proteica o esteroide que determina la morfología y el metabolismo del cuerpo, los caracteres sexuales y todo cuanto seas capaz de imaginar". Starling anunció la buena nueva a la comunidad científica y en poco tiempo florecieron los templos o laboratorios dedicados al culto, no ya de la hormona en general, sino de la testosterona, el estrógeno y otros fluidos glandulares a quienes el fervor endocrino erigió altares por doquier. Durante mucho tiempo se creyó que para combatir cualquier insuficiencia bastaba con hacer rogativas a la hormona correspondiente. Fueron días de exaltación linfática, de fe en la hipófisis y demás ganglios productores de sustancias proteicas. Los médicos juraban que el hallazgo significaría el control de la vejez, del número de dedos, del color de la piel y del carácter. Entonces apareció el anticristo de la hormona, que no es otro que el gen. Algunos profetas lo habían anunciado: "La genética os confundirá con sus milagros; tomará una oveja y la duplicará, y una gallina, y la desdoblará. Se descubrirá el gen de la tos y el de la tristeza y el del nacionalismo vasco. A todos ellos se erigirán templos del tamaño de las antiguas catedrales, en los que los gobiernos invertirán miles de millones del presupuesto nacional".
Así fue. De hecho, las hormonas devinieron en piezas de bricolaje sexual para sectores marginales: el progreso va cambiando unos dioses por otros.


B.     El abuso de los protocolos
   Menos sutil es la manera en la que la tentación patognomónica está agazapada en la moderna tendencia de los protocolos clínicos. . Nada que objetar a la existencia de protocolos, salvo llamar la atención sobre sus excesos. Los protocolos son guías de acción para ignorantes. Lo que no está mal pues todos lo somos en alguna medida y en algo en particular. Reconocer la ignorancia y apelar a la prudencia es, al menos desde Aristóteles, de sabios. Pero lo más importante de los protocolos es que quienes los llevan a cabo realmente sepan de su propia ignorancia (por eso siguen los protocolos) y de la caducidad de los protocolos, una caducidad que teniendo en cuenta la rápida obsolescencia de los conocimientos en el momento actual,  obliga a una continua y a veces imposible revisión y actualización de estos protocolos. Una medicina basada sistemáticamente en protocolos dispensa a los médicos de pensar y los convierte en pragmáticos ejecutores de consensos más o menos actualizados, más o menos “politizados”. Pero el efecto más perverso de una medicina basada en protocolos es que olvida que la  medicina clínica, al contrario que la ciencia, la epidemiologia y la política, trata de casos únicos y singulares, de enfermos y no de enfermedades.  Enfermos a los que la aplicación sistemática y acrítica de los protocolos puede ser contraproducente e incluso a veces “letal”.  Los protocolos se convierten así en una nueva herramienta al servicio de la histórica tentación patognomónica de la medicina de siempre.

               Para quien crea que exagero les contaré una experiencia personal. Entre  1994 y 1997 fui presidente de esta Sociedad científica (de la SAEN). Con este motivo diseñamos una política de presencia en los medios de todas las provincias con un gabinete de prensa, y de reuniones con los responsables sanitarios.  En ese momento era gerente del SAS Carmen Martínez Aguayo (gerente del SAS entre 1996-2000) que después llegaría a ser Consejera de Hacienda de  la Junta de Andalucía. Creo que a lo largo de los cuatro años mantuve con ella, dos o tres reuniones. Los temas pendientes,  los de siempre.: el número de endocrinólogos, los servicios, los comarcales, ya saben..
A continuación hacemos una reconstrucción resumida y dramatizada de algunas de las conversaciones:
           
FS (Federico Soriguer) (prudente):. “La endocrinología atiende a una cartera de servicios muy amplia. Desde  enfermedades con gran prevalencia y repercusión social,
como… hasta enfermedades raras, como….”.
MA (Martínez Aguayo) (autoritaria) : “Como todas…”
FS: “Sí, claro. Pero..,,,, en el caso de la endocrinología la demanda de algunas de
estas enfermedades van en aumento pues la prevalencia e incidencia… Por
ejemplo…”
MA (interrumpiendo) : “Las enfermedades prevalentes no son un asunto de los
especialistas sino de la medicina de familia”.
FS: “Sí, sí.. Trabajamos juntos. Es una cuestión de responsabilidad.. Las
especialidades están para responder a la complejidad…Para garantizar….”
MA (interrumpiendo): “La complejidad es una disculpa de los especialistas para
aumentar su protagonismo. Puro gremialismo…”

…..Sigue la conversación sin llagar a un punto de encuentro…………………….  
..……………………………………
FS (con hastío): “¿Entonces usted que es lo que espera de sus endocrinólogos.
Le recuerdo que pertenecemos a la plantilla de la empresa que usted dirige.”
MA (con aplomo): “Pues lo que yo espero es que hagan ustedes protocolos y los
distribuyan por la red…”.

C.    La última tentación patognomónica viene esta vez de un compañero de viaje inesperado: La Medicina basada en la evidencia (MBE).
         La MBE ha sido la manera en la que una disciplina precientifica como la clínica   adquiere la vitola  de científica. Solo es válido para la práctica clínica aquello   que se ha demostrado científicamente. Todo lo demás debe ser excluido. Por         ineficaz, por potencialmente iatrogénico y por injusto pues genera gastos sin        valor añadido.  Las pruebas, los hechos demostrados científicamente son la única      justificación  posible de las decisiones e intervenciones médicas.  Dicen desde la       MBE.
         La MBE ha sido, sin duda, una gran aportación a la medicina clínica pero sus      excesos no se ha hecho esperar.
a.       No todos los problemas médicos tienen una respuesta basada en pruebas. Bien porque no se haya hecho investigado suficientemente,  bien porque es imposible en las circunstancias actuales someter el problema a la investigación científica. ¿Qué debe hacer el médico ante esta más que frecuente situación? ¿No hacer nada?, como recomiendan los teóricos de la MBE?
b.      Las pruebas, los hechos son siempre tangibles y en la mayoría de las ocasiones cuantificables. ¿Pero qué hacer  cuando, como con tanta frecuencia ocurre en medicina,  las opciones son cualitativas?. Cuantofrenia es el estado de opinión que lleva a los sistemas sanitarios a adoptar solo decisiones cuantificables, olvidando la dimensión cualitativa y subjetiva de la relación médico enfermo.
c.       ¿Cómo incorporar las opciones personales de los pacientes en los algoritmos de la MBE?
d.      En demasiadas ocasiones los problemas médicos aparecen y cambian a una velocidad muy superior a la capacidad de la medicina para dejar “evidencia” de los hechos. La MBE es un empeño titánico y en demasiadas ocasiones imposible.
e.       El sistema gestor (ya sea público o privado) ha entrado a saco en la MBE y la utiliza para sus intereses gestores, obligando a demasiadas ocasiones a una praxis basada en la versión gerencial de la MBE. La MBE se ha convertido así, en ocasiones, en un arma más contra la autonomía del médico.
f.       La MBE llevada hasta sus últimas consecuencias olvida que las grandes diferencias existentes entre el razonamiento científico y los razonamientos de la clínica o de la educación, diferencias que resumimos en la tabla y de los que nos hemos ocupado en otros momentos[11].



Lógica Clínica
Lógica científica
Lógica educativa/ Preventivista
Inductiva
Hipotética-Deductiva
Subjetiva
Digital
Analógica
Inmaterial
Binaria
Continua
Difusa
Inaplazable
Dilatoria
Permanente
Intersubjetiva
Objetiva
Personalizada
Patognomónica
Antidogmática
Imprevisible
Estocástica
Experimentalista
Cualitativa
Comprometida
Neutral
Empática

g.      Por último. Este nuevo paradigma que surge para ayudar a los médicos a tomar decisiones en situación de incertidumbre, ha dejado de ser eso o solo eso, para convertirse en uno de los instrumentos de represión de la creatividad del sistema. Citando a Victoria Camps (Una vida de calidad: reflexiones sobre bioética, 2002).



(...) la afirmación de que el lenguaje clínico tiene una carga valorativa im­portante equivale a la de que la medicina no es una ciencia exacta. Por eso es tan cuestionable eso que ha dado en llamarse medicina basada en la evidencia. Las pruebas proporcionadas por unos ensayos clínicos nunca serán tan evidentes como para deducir automáticamente de ellas el tratamiento correcto para un enfermo particular. Todo es interpretable (a la cabecera del enfermo) también eso que bárbaramente traducimos por evidencia (...)


Quinta  propuesta: (Multiplicidad). La lucha contra el Gran Leviatan.  
            Como es bien conocido el Leviatán es el nombre de un monstruo bíblico y también el título de famoso libro donde Thomas Hobbes teoriza  sobre los orígenes de la organización social. En el estado de naturaleza, dice Hobbes,   todos los hombres son libres y, sin embargo, viven en el perpetuo peligro de que acontezca una guerra de todos contra todos (“el hombre es un lobo para el hombre”),  pero hay un momento en el que se llega a un pacto, a un acuerdo, a un contrato,  en el que a cambio de seguridad los hombre ceden a un ente superior (el Estado) parte de su libertad.  Las tesis de Hobbes sobre el estado de naturaleza fueron formuladas mucho antes de que se conociera la teoría de la evolución, pero su visión del “estado de naturaleza” le sirve para  justificar y fundamentar teóricamente la existencia de un poder absoluto, del Estado absolutista, sin necesidad de recurrir al origen divino del poder. El Estado se convierte en el monstruo (Leviatan) que todas las grandes revoluciones sociales del XIX quisieron expulsar, sin conseguirlo (incluso  en la revoluciones marxistas que a la hora de la verdad, en vez de anularlo reforzaron el Gran Leviatan hasta extremos ni siquiera imaginados). Un monstruo que, todavía en los finales del s.XXI, autores s como Octavio Paz llamarían Ogro Filatrópico.
            En todo caso en el siglo XXI otro Leviatán recorre  el mundo y no es otro que el mercado. No cualquier mercado sino este mercado asociado al capital especulativo transnacional que al contrario que el Estado no es la consecuencia de ningún pacto social sino de la transformación del dinero de  un  instrumento para el intercambio de bienes y servicios,  a  una mercancía en sí misma y en la desregulación absoluta de este nuevo mercado, convirtiéndolo en un mercado insaciable en su necesidad de acumulación (de dinero como un fin en sí mismo) y en el que le especulación es la norma.
            La medicina del siglo XXI tendrá que navegar entre el Ogro filantrópico y el Ogro del capital especulativo transnacional. Que es como decir que la medicina del siglo XXI tendrá que escoger entre el Estado de bienestar (un producto del Ogro filantrópico al que las democracias de la postguerra europea habían conseguido amansar y   que tanto éxito ha tenido en los últimos cincuenta años), y lo  que ahora se llama Mercado de bienestar, que no es más que la marca blanca del ogro del capital financiero  especulativo y transnacional, cuya insaciable voracidad solo ahora estamos comenzando a conocer. La reutilización de las ingentes plusvalías de las empresas químicas, electrónicas y biotecnológicas, principales beneficiarios del consumo sanitario, será una parte imprescindible de la profundización democrática.
            De alguna manera la medicina del siglo XXI tendrá que escoger entre la desigualdad y la justicia, entre el individualismo insolidario y la cooperación social, entre un darwinismo agónico y competitivo y ese otro darwinismo que hoy sabemos que también existe,  basado en la reciprocidad. 
            Significa en última instancia escoger entre Schumacher (Lo pequeño es hermoso) y Chumpeter (teoría de la destrucción creativa) , entre von Hayek (“Camino de servidumbre: defensa del liberalismo radical)  y Keynes (inspirador de las exitosas políticas socialdemócratas de la postguerra) , entre Friedman (Escuela de Chicago, defensor radical del libre mercado) y Stiglitz (crítico de la globalización y del libre mercado),  por citar solo a algunos de los teóricos más conocidos de los distintos modelos de gestión económica de la sociedad.
            Significa en fin que los médicos y la medicina del siglo XX tendrán que contestar a la pregunta de cuánto Estado es necesario para  que una sociedad sea justa y cuanto mercado para que sea eficiente. 
            Muchas de estas cuestiones la medicina  tendrá que responderlas  como  profesión, pero otras, la mayoría,  las tendrán que hacer los propios médicos, ciudadanos al fin de sociedades que tendrán que tomar estas decisiones. Unas decisiones, hay que decirlo,  que no están marcados ni por la naturaleza ni por la historia. Es decir no están determinadas de antemano sino que dependerán de los valores de esa misma sociedad y de las relaciones de poder entre los grupos que representen estos valores. Es decir, estas preguntas solo las puede responder la política. Razón última por la que los médicos tenemos que estar presente en la vida pública como ciudadanos y, cuando proceda, en representación de la profesión médica. .


Sexta propuesta:  (Consistencia). Tiene que ver con la complejidad.
            La idea de complejidad no es nada nuevo pero en el momento actual la complejidad ha dejado de ser solo un adjetivo que califica a algo espeso, extenso, dudoso, irresoluble, para identificarse, por un lado  con un estado nuevo asociado al aumento ingente de información propio de la actual sociedad y, por otro, a un nuevo paradigma (el de la complejidad) que trata de dar respuestas “científicas” a esta complejidad nueva.

            El caso de la medicina es paradigmático. En la medicina, sobre todo,  se ha producido este ingente aumento de la información, que, además, está disponible en tiempo real. Como la medicina es una disciplina aplicada, el médico tiene la obligación (moral y profesional) de estar al tanto de los nuevos conocimientos que pueden ser aplicados a la salud (a veces a la vida y a la muerte en tiempo real) de las personas que están bajo sus cuidados. Esto supone un enorme esfuerzo pues no basta con saber sino que hay que estar conectado para  poder recibir esta información. Estar conectado y al mismo tiempo hay que saber desconectarse el tiempo suficiente para poder asimilar  y hacer operativa clínicamente toda esa información. Pero este aumento de la complejidad no está solo relacionado con el aumento  de la información tecnocientifica. También con las expectativas de la sociedad y de los pacientes sobre la eficacia de esa misma información. Unas expectativas que viajan por la red a mayor velocidad que la capacidad de la mayoría de los médicos para procesar con rigor la información. Esto hace que la tradicional asimetría en el dominio de la información de los médicos sobre los pacientes se halla en ocasiones igualado e incluso desequilibrado a favor del paciente. Los médicos de nuestro tiempo son por lo general  trabajadores por cuenta ajena,  bien a cargo de la empresa pública o de la empresa privada (cognitariado llama Roman Gubern a este tipo de nuevos trabajadores) que tienen que competir con los pacientes en la gestión rápida de la información. Pero, además, tienen que satisfacer la demanda de autonomía de los pacientes y de eficiencia de los gerentes. Ambas, en demasiadas ocasiones insaciables. Los nuevos médicos tienen que ser simultáneamente benefícientes a la manera hipocrática o al menos no maleficentes, al tiempo que satisfacer la equidad (principio de justicia) exigido por los gerentes y lo suficientemente empáticos como para que no se ponga en duda que no respetan el principio de autonomía.  Pero además, los nuevos médicos, especialmente, aquellos, la mayoría,  que trabajan para el sistema público tienen que satisfacer la demanda de conocimiento que los gerentes, desde hace muy poco, han incluido en su cartera de servicio, pues acaban de descubrir que la investigación científica es una fuente de ingresos y de prestigio para las instituciones.


            Con todos estos antecedentes no es sorprendente que, si de alguna manera podemos identificar a  los nuevos médicos, como profesionales altamente estresados. ¿Cómo no van a estar estresados? Los nuevos médicos, como se ha dicho arriba,  tienen que ser benéficos (para satisfacer el principio de beneficencia), equitativos y eficientes (para satisfacer el principio de justicia), empáticos (para dar cuenta del principio de autonomía),  desde luego prudentes (para evitar la maleficencia) y tienen hoy que ser científicos, pero no unos científicos en cuanto depositarios de conocimientos científicos sino como generadores de conocimiento y de recursos. Tienen, además que lidiar  con las fuerzas del mercado, pues la línea de separación entre las empresas públicas y los intereses privados no están casi nunca suficientemente claros y solo un ejercicio de funambulismo ético es capaz, en demasiadas ocasiones de mantener el delgado equilibro estético y ético entre  los conflictos de interés en litigio. Pero sobre todo (y esto es más reciente y esperemos que coyuntural),  tienen que lidiar con la precariedad laboral.

            Una complejidad desmesurada y en cierto modo desconocida hasta ahora  que los sistemas intentan  gestionarla con los mismos y viejos modelos jerárquicos y lineales de siempre. Porque esta es la cuestión. Esta nueva complejidad no cabe en la vieja botella, ahora a punto de explotar. Y ya va siendo hora de liberar al genio de la botella,  pero para eso es necesario cambiar de paradigma, comenzar a gestionar con otros modelos que ahora comienzan a llamarse de la complejidad y que no son más que modelos no lineales, basados en los determinismos blandos no lineales o determinismos caóticos. No son modelos fáciles de implementar pues exige un cambio cultural y no se pueden implantar desde un  dirigismo ilustrado. Exigen la complicidad entre las partes de un conjunto mínimo de valores que no se siempre se alcanza. Pero si queremos tener un futuro parece imprescindible cambiar los modelos de gestión o al menos intentarlo, pues es posible que en el camino surjan nuevos modelos intermedios que nos permitan avanzar.


            Estos modelos “complejos” desde el punto de vista teórico exigen una visión más holística considerando a las estructuras a las que se aplican como sistemas abiertos. En estos modelos la cuantificación es necesaria pero las variables no serán solo las cuantificables con mediciones convencionales sino que la aproximación cualitativa ocupa un lugar esencial. Son modelos que desde el punto de vista científico  exige la introducción de matemáticas borrosas y no lineales y desde el punto de vista evaluativo imponen la negociación, la discusión o la conversación como instrumento de valoración,  de manera que el usual  y burocratizado “control de calidad o garantía de calidad total” es sustituido por la autoevaluación creativa y la evaluación de la cualidad.  Un modelo en el que la gestión de los recursos es sustituido por la gestión por valores y en donde la evaluación por objetivos es sustituida por la autoevaluación creativa. En este modelo la innovación es parte esencial del mismo pero es una innovación que nace de la vocación de servicio y en el que la política de riesgos, esencial a todo el  proceso de innovación lejos de ser un  una política de riesgos personales  lo es de riesgos compartidos, pues la innovación desde la vocación es siempre una innovación compartida.  La competitividad es asumida como parte del modelo pero aquí la competitividad no es hacía dentro como en el modelo convencional, que lejos de mejorar el capital humano a veces lo agota, sino hacia afuera, hacia el mundo exterior.  Competitividad externa y cooperación interna.  Finalmente el modelo demanda la estabilidad y la constancia, condiciones para que cualquier proyecto no sea un proyecto coyuntural sino a largo plazo. Un modelo en fin que basa su desarrollo no en los modelos darwinianos competitivos y agónicos sino en los modelos también darwinianos de reciprocidad de los que la evolución nos da cada vez más ejemplos.

Modelo cerrado
Modelo abierto

a.       Modelos deterministas duros.


b.      Modelos cerrados
c.       Modelos “cuantofénicos”
d.      Garantía total de calidad



e.       Innovación productiva


f.       Política de riesgos personales

g.      Competitividad interior


h.      Inestabilidad e inseguridad como parte de la gestión de poder

i.        Modelo darwiniano agónico


a.       Modelos deterministas blandos. No lineales. Caóticos

b.      Modelos abiertos. Holísticos
c.       Introducción de la “cualidad”
d.      Evaluación creativa y evaluación de la cualidad


e.       Innovación como vocación. Innovación compartida.

f.       Política de riesgos compartida

g.      Competitividad externa y cooperación interna

h.      Estabilidad y constancia


i.        Modelo darwiniano de reciprocidad

            Este cambio de modelo exige de la transdisciplinaridad como la única forma de hacer frente al aumento de la complejidad. Pero la transdisciplinaridad, contrariamente  a lo que podría suponerse,  exige más que nunca de la especialización. Es muy importante conocer,  no los límites del conocimiento que son siempre artificiales,  sino los de cada una de las personas que se incorporar a un proyecto transdisciplinar. Las personas que trabajan en un proyecto transdisciplianr tienen que saber lo que no saben y poner su ignorancia al servicio del proyecto.  La transdisciplinaridad no se consigue con personas que saben muy poco de muchas cosas sino que saben mucho de algo y que además conocen los límites de su ignorancia y son capaces de ponerla ambas  al servicio del proyecto transdisciplinar, proponiendo preguntas ingenuas que sean la fuente de la innovación que arriba hemos llamado vocacional.
Como Sísifos modernos:
            A lo largo del último cuarto del siglo XX se crearon unas expectativas desmesuradas en la sociedad y en los propios médicos. La medicina de la mano de la ciencia, conseguiría acabar con la enfermedad (al menos en buena medida) y la medicina del siglo XXI sería, si acaso, la medicina de la “performance”. No sería ya el momento de tratar enfermedades  pues la mayoría se habrían erradicado sino de “mejorar” la salud. Sin embargo la realidad parece estar siendo bien distinta. El fracaso del proyecto de la OMS y Alma Ata de “Salud para todos en el año 2000” quizás sea su mejor muestra, la resignada reformulación a principios del siglo XX como: Salud para todos pero no para todo”, su reconocimiento. De hecho en las últimas décadas,  lejos de disminuir el número de enfermos ha aumentado y lo más probable es que aumentará exponencialmente en el s.XXI. Se nos había olvidado que la salud y la enfermedad son realidades antropológicas además de biológicas. Que los seres humanos  “inventamos” enfermedades. ¿Qué otra cosas es sino la gran pandemia de obesidad  y DM2, desconocidas prácticamente hace cien años, cuyo incremento se asocia de manera muy clara a la manera de vivir actual?  Hoy ya sabemos o deberíamos saber, que, utilizando el nuevo lenguaje de la complejidad, la salud y la enfermedad no son más que dos atractores extraños unidos entre sí por relaciones de causalidad caótica y que la medicina a lo más que puede aspirar es a cambiar el peso de cada uno de ellos. Que, como siempre a lo que no podrá la medicina renunciar   (y no será poco) es a disminuir el sufrimiento.

            Va, poco a poco, surgiendo así, una nueva idea de salud, no “como la ausencia de enfermedad..”, “ni como el completo estado de bienestar.. (Alma Ata), sino como el de la “apropiación por el sujeto de su propio cuerpo”, que no sería más que una manera de convivir con la  enfermedad, ahora redefinida y desprovista del estigma de minusvalía y dependencia con la que historiadamente ha sido identificada. Los movimientos actuales sobre la “despatologización” son la punta de lanza de una nueva semiótica de la enfermedad pues la palabra “enfermedad”  se nos ha quedado pequeña para identificar muchas de las maneras con las que el hombre del siglo XXI se relaciona con la medicina.

Última propuesta:  Tiene que ver con la vocación y con la responsabilidad.
            La medicina es una carrera vocacional. Algo que con frecuencia se olvida. Desde luego se olvida del todo durante el periodo de formación MIR en la que la vocación se da  por supuesta. Sin embargo es este un momento clave pues es en el que por primera vez el joven médico se encuentra con la realidad que es el terreno de juego donde se dirime el ser, el deber ser y el tener que ser. Por otro lado,  además de una inespecífica vocación médica durante la residencia hay que “descubrir” o inventar” una segunda vocación, la de la especialidad en la que se va a formar,  pues también la especialidad médica exige de  una específica  vocación.  Difícilmente un médico  al que no le guste la cirugía será un buen cirujano, aunque el amor a lo que se hace (que no otra cosa es la vocación), no es algo solo carismático sino que se  construye también con la propia práctica.
            ¿Y qué tiene que ver la vocación con la responsabilidad, que anunciábamos al comienzo de este apartado?
            Los médicos, desde muy pronto, tenemos que plantearnos de manera muy rigurosa la cuestión de la responsabilidad, que es una cuestión, como veremos  que no está en absoluto lejos de la de vocación.
            El profesor Diego Gracia en el prologo en la segunda edición de sus Fundamentos de Bioética hace una excelente aproximación a la cuestión de la responsabilidad, reconociendo que si de alguna manera puede resumirse el enorme avance de la filosofía moral y de la bioética en el último siglo sería bajo el gran epígrafe de “Ética de la responsabilidad”. De hecho, recuerda allí que la palabra y el concepto de responsabilidad son muy nuevos, teniendo en los comienzos un carácter religioso y formalmente jurídico, confundiéndose responsabilidad con imputabilidad. Una persona era responsable de un crimen cuando era imputado por ese crimen. Solo más recientemente, ya en el s.XIX  el concepto de responsabilidad adquiere un contenido ético, primero con Nietzsche  y después con Max Weber quien ya en los comienzos del s.XIX propone la separación entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad, advirtiendo de los riesgos de dejarse llevar por la ética de la convicción, que (Diego Gracia dixit), había sido, por otro lado, la tendencia natural de toda la ética de siempre.
             

            La cuestión es de gran importancia pues lo primero que un médico se encuentra cuando termina la carrera es con la realidad. La realidad social, la realidad política, la laboral, la hospitalaria, la sanitaria, la suya propia…. La realidad para muchos es como la verdad. Las cosas son como son,  se suele decir con resignación. Esa es la realidad.  Pero a nadie, tampoco a un médico, (y menos a un médico, diríamos nosotros desde aquí) la realidad le puede ser suficiente. ¿Cómo, pues,  decidir sobre nuestras acciones?, ¿Cómo saber que opciones tomar? No bastan con que las cosas sean de una manera determinada. Las cosas deben ser de una manera determinada. Al fin y al cabo, como decía Ortega el ser humano no vive en el presente sino el futuro a través de nuestra capacidad de proyectar. Este deber ser de la cosas surge precisamente de esa necesidad de proyectar, de ese centauro ontológico como  llamó Ortega al hombre. Pero el deber ser es siempre un imperativo que surge desde la ética de la  convicción y que es un faro que ilumina el camino, pero que no es suficiente. Porque las cosas aunque en nuestra opinión deban ser de otra manera, deben conformarse en el contexto de esa complejidad a la que hemos hecho alusión arriba. Es decir las cosas son de una determinada manera (realidad), deben ser de acuerdo con unas convicciones personales (que es a lo que suele llamarse ética (ética) pero las cosas a la hora de la acción tienen que ser hechas de manera responsable. Esta ética de la responsabilidad, está más cerca de la phrónesis (o prudencia), esa virtud  que Aristóteles asimilaba a la sabiduría. Un tener que ser las cosas que Ortega, en fin,  lo relacionabas con la idea de proyecto y de vocación.  Así pues la vocación es la condición mínima para que un médico pueda hacer en la práctica una medicina responsable, como una garantía de que encontrará la moral mínima (la moral del alcoyano le llama Diego Gracia) para poderse enfrentar con energía, con lucidez y con prudencia a la vorágine de la medicina moderna. Para encontrar el camino en la espesa selva de la complejidad.
No es esta una cuestión teórica. Es, ha sido, el marco de referencia que ha iluminado el camino por el que ha discurrido el Servicio de endocrinología y Nutación del Hospital Universitario Carlos Haya hasta el año 2013. Un Servicio en el que de manera explícita se han ido identificando una especia de “Tablas de la Ley” que han sido también el norte que ha permitido corregir el rumbo cada vez que “la realidad” nos apartaba una y otra vez del camino. Como se ve en el esquema, los objetivos de la gerencia ocupan elñ 5º lugar. No es que no haya formado parte d elas prioridades del Servicio, es que tan prioritarias como las otras cuatro, pero no más prioritarias ni las únicas prioritarias. Y, desde luego, mucho más fáciles de cumplir.



Punto final:

            Hasta aquí hemos llegado. Es posible que esta conferencia a algunos les haya decepcionado. No hemos hablado en ella del futuro de cosas concretas como si debería de asumir la especialidad tal o cual técnica, si debería de aliarse con tal o cual especialidad, si el número de plazas públicas deberían de aumentarse o no o por donde va el conocimiento de los espacios relacionados con la endocrinología. Era esta una opción y al que esté más interesado en esta aproximación le remito al libro “El futuro de la Endocrinología”, antes citado.  Hemos optado por esta otra vía, más, tal vez “conceptual” considerando el futuro de la endocrinología dentro del  futuro todo de la medicina clínica de la que la endocrinología es una parte esencial. De hecho una parte muy esencial. Tan especial que  parte de los riesgos futuros de la especialidad de endocrinología y nutrición proceden y no es contradictorio, de sus propios “éxitos”. La endocrinología es, de alguna manera la heredera (no en exclusiva) de la llama sagrada de la patología médica. El extraordinario desarrollo de la biología celular y molecular de los últimos años ha conducido a que la explicación fisiopatología de buena parte de los problemas médicos de nuestro tiempo caiga dentro del viejo ámbito de estudio de la endocrinología. El sistema endocrino,   localizado en las clásicas glándulas endocrinas, siempre ocupó toda la geografía corporal. Esto obligó, desde siempre a la endocrinología a tener no una visión de órgano sino de sistema.  Pero esta dispersión hoy se ha hecho tan difusa que ocupa toda la economía corporal. Desde el corazón, hasta el sistema digestivo, desde el cerebro hasta la piel,  todos son ya órganos endocrinos. De hecho las misma citoquinas se llamarían hormonas si en vez de citólogos las hubieran descubierto endocrinólogos.  Todo es ya endocrinología. Pero si todo es ya endocrinología nada es ya de la endocrinología. Este es el principal reto. Un reto al que no se puede hacer frente desde el reduccionismo intelectual de una especialidad replegada sobre si misma que hace ascos a los nuevo retos, como es el caso de muchos Servicios de Endocrinología a los trasplantes de órganos, secuestrada por el conformismo y la confortabilidad de una endocrinología exclusivamente ambulatoria satisfecha con la rutina asistencial de las enfermedades muy prevalentes y liderada, crecientemente por profesionales que   se han rendido a la presión gerencial convirtiéndose en demasiadas ocasiones en cancerberos de la pulsión “mediocrita” de la gestión.

            El futuro tiene que venir por una especialidad que sea capaz de recuperar el orgullo de la clínica y el orgullo de la especialidad,  es decir de hacer de la vocación el motor de la acción. Capaz de, no solo, satisfacer la demanda sino también de inventarla en el sentido de crear espacios nuevos, de innovar en fin,  y de introducirse allí donde otros no ha sido capaces de hacerlo. Es decir de ser capaces de inventar el fututo. 
            Tal vez se les esté exigiendo demasiado a las nuevas generaciones, pero para quien así lo crea me limitaré a recordarles, pues es este un país con mala memoria,  que no otra cosa hicieron quienes han dirigido la endocrinología hasta hace muy  poco,  sino inventar   en los año setenta y ochenta el futuro de la  endocrinología que nos ha traído  hasta aquí. . Ahora les toca a otros el hacerlo. Eso es todo.




[1] Federico Soriguer. Diario de un médico jubilado. Editorial el Genal-Librería Proteo. Málaga, 2015
[2] Antonio Orozco Acuaviva. Historia de la endocrinología española. Editorial Díaz de Santos, Madrid 1999
[3] El libro fue distribuido por Lilly
[4] Es el caso, p.e en Málaga, de A. Martín Hoyos que ya en 1958 publica en la Revista Ibérica de Endocrinología: “El bocio en la provincia de Málaga”. (Rev. Ibér. End. V (1958), 157. En Granada Eduardo Ortiz de Landazuri (estuvo en Granada durante los años 1946 y 1958) (en cuyo departamento de Patología Médica trabajaron los doctores Gabriela Morreale y Francisco Escobar del Rey). 
[5] José Martínez-Pérez, Mª Isabel Porras Gallo, Pedro Samblas Tilve, Merecedes del Cura González. La medicina ante el nuevo milenio: una perspectiva histórica. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2004.
[6] F.J.C-Soriguer Escofet (ed). El futuro de la endocrinología, Editorial Arguval (Málaga), 2008

[7] Bartleby el personaje de Herman  Melville.

[8] Federico J. C-Soriguer Escofet, y Francisco García. Historia del Hospital Carlos Haya. Edita: Diputación Provincial de Málaga, 2015; Federico J. C-Soriguer Escofet. El médico y el científico. Editorial Díaz de Santos, Madrid 2005; [8] Federico J. C-Soriguer Escofet..  ¿Es la clínica una ciencia?. Díaz de los Santos (ed.), Madrid 1992; [8] Federico J. C-Soriguer Escofet. (bio) Ética para andar por casa. Editorial Arguval, 2011.


[9] El lector interesado puede consultar: Federico J. C-Soriguer Escofet, y Francisco García. Historia del Hospital Carlos Haya. Edita: Diputación Provincial de Málaga, 2015
[10] Op.cit
[11] Federico Soriguer. Si D. Santiago levantara la cabeza. La lógica científica contada en 101 historia nada científicas. (pendiente de publicación)