DIARIO SUR. Domingo, 8 julio 2018
La medicina moderna ha invadido la vida
entera desde el nacimiento hasta la muerte. Nada es ya ajeno a la medicina y no
parece que esto en el futuro vaya a cambiar
Esto es lo que significa eutanasia, buena muerte, aunque la historia haya
cargado a la palabra de múltiples significados. Frente a la 'meditatio mortis'
de los antiguos hoy la muerte es la gran ausente de las sociedades modernas.
Por eso, ante la propuesta de llevar al Parlamento una ley para regular la
eutanasia, es muy bien venido el debate iniciado en SUR por tres colegas con
los que me unen lazos de amistad y mutuo aprecio. A pesar de que, al menos en
dos de ellos, se mantienen posturas muy lejanas, sus argumentos me gustaron y
me convencieron. Con esta indefinición lo que quiero dejar constancia ya desde
el principio, es mi falta de preparación intelectual para tener una idea clara
sobre la cuestión.
Como clínico me he tenido que enfrentar en numerosas ocasiones con la
muerte del paciente y en algunas otras con decisiones difíciles sobre cómo
ayudarle en ese momento. En muchos de estos últimos me faltaba preparación
técnica y, sobre todo entrenamiento moral para saber si estaba haciendo lo
correcto. En algunos casos de familiares y en sus casas, la decisión era más
fácil, pero en aquellos otros en los que la muerte se producía en el hospital,
creo que no siempre hice lo que debía ni como debía. Y es este el primer dilema
moral pues lo que es bueno para un familiar debe serlo también para el resto de
los pacientes atendidos en un hospital público. Como me recordaba muy
recientemente un buen amigo que ha trabajado toda su vida en la UVI: «En
algunos casos hemos ayudado a bien morir pero han sido más los que nos hemos
dejado llevar por el 'ensañamiento terapéutico'». Algunos lo tienen muy claro y
lo fían todo a los cuidados paliativos. «Divinun este sedare doloren», un
aforismo atribuido a Hipócrates cuya traducción real es «sedar el dolor es
tarea de los dioses» y es aquí en este referencia divina donde ha residido (y
aun reside) buena parte del poder de los médicos y de la medicina y también su
responsabilidad. Existe una relación estrecha entre poder y responsabilidad.
A mayor poder mayor responsabilidad. En los últimos tiempos a los médicos
se les ha ido quitando buena parte del viejo poder y no debería sonar como una
denuncia sino como la consecuencia inevitable de que con esta pérdida de poder
también muchos médicos se han sentido menos responsables de las consecuencias
de sus actos. Los cuidados paliativos acortan casi siempre la vida de los
pacientes y por este motivo no fueron inicialmente aceptados por una parte de
la medicina. Hoy son esgrimidos como un argumento contra la legislación sobre
la eutanasia. Pero la medicina plantea a los médicos retos nuevos
constantemente.
¿Qué hacer con aquellas personas que mas allá de los cuidados paliativos
han expresado inequívocamente su voluntad de morir, pero no tienen la autonomía
física para hacerlo? ¿Qué hacemos con los casos de Ramón Sampedro que llevaba
décadas luchando sin éxito en los tribunales para lograr que los médicos lo
ayudaran a morir cosa que finalmente consiguió de mala manera el 12 de enero de
1998. ¿Qué hacemos con el caso de Inmaculada Echevarría, quien el 18 de octubre
de 2016 pudo cumplir su deseo de morir pero a diferencia de Sampedro atendida
por un equipo médico que la sedó y le retiró el respirador? No deja de ser
sorprendente que la única diferencia entre uno y otro era que la segunda estaba
conectada a un respirador y el primero no.
Vaya por delante que si hoy yo estuviera en activo y me viera en la
tesitura de tener que aplicar legalmente la eutanasia, seguramente objetaría en
conciencia. Y no porque esté en contra de ella, al menos teóricamente, sino
porque no estaría preparado ni moral ni intelectualmente para hacerlo en la
práctica. Sin embargo sí quiero estar preparado para solicitarla si algún día
(ojalá que no ocurra) me encuentro en una situación sin salida y mis fuerzas y
mis esperanzas han llegado al límite y es entonces cuando me gustaría encontrar
un sistema sanitario y un médico que me ayude. La medicina ha cambiado tanto
que el corpus hipocrático no es suficiente para dar respuesta a toda la
complejidad y a todos los problemas que la medicina moderna genera. En las
páginas finales del 'Franskenstein' de Mary Shelly, el monstruo maldice a su
creador por haberle proporcionado un gran anhelo de felicidad pero no los
medios para saciarla. Al final le lanza al Dr. Frankenstein la peor acusación
que puede hacerse: «Nadie tiene derecho a crear a un ser al que no le ofrece a
la vez los medios para ser feliz». Y este grito del monstruo sirve también hoy
para la muerte.
El hombre moderno está solo. Es algo nuevo en la historia. Hoy sabemos que,
todos, creyentes o no creyentes, tenemos bajo nuestra responsabilidad la vida y
la muerte del hombre. La medicina moderna ha invadido la vida entera desde el
nacimiento hasta la muerte. Nada es ya natural. Nada es ya ajeno a la medicina
y no parece que esto en el futuro vaya a cambiar. Podemos hacer como que no lo
vemos y seguir eludiendo esta gran responsabilidad, que a mí al menos me
sobrecoge. Los médicos no podemos refugiarnos en el confort de un pasado que
nunca existió ni en una deontología que no es en absoluto unívoca.
En las sociedades democráticas son los Parlamentos, no los técnicos, los
que hacen las leyes en representación de todos los ciudadanos, aunque al final
será el médico el que en la soledad de su conciencia y con la competencia que
le dan sus conocimientos, quien decidirá lo que debe hacer. Nadie ha dicho que
la medicina sea fácil.
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