FEDERICO SORIGUER / MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
DIARIO SUR Martes, 8 mayo 2018, http://www.diariosur.es/opinion/sexo-violencia-20180508000526-ntvo.html
Sin reproducción no es posible la supervivencia de ninguna especie. Puede
ser asexuada en la que de un mismo individuo (una bacteria por ejemplo) se
genera otro igual o muy parecido, o sexuada. En la segunda es necesario un
gameto masculino y otro femenino y que ambos se pongan en contacto. Este
contacto en muchas especies se deja al azar (por ejemplo la polinización en la
plantas) y en otros como los mamíferos la evolución ha previsto un mecanismo de
atracción irresistible, el instinto sexual, que acerca a los machos y a las
hembras y les induce a copular. En la mayoría de los mamíferos, la atracción
sexual y la copulación solo se produce en los momentos de celo o estro,
coincidiendo con el periodo fértil de las hembras. En los humanos la atracción
sexual tiene lugar a lo largo de toda la vida adulta, independientemente de los
momentos fértiles (en la mujer 3 o 4 días cada mes).
Este desencuentro entre sexo y reproducción no es exclusivamente humano,
pues también en los primates la actividad sexual tienen lugar en cualquier
momento de la vida adulta y no tiene solo una finalidad reproductiva (el caso
de los bonobos es el mejor conocido). En los humanos, además, de la mano de la
cultura, la sexualidad alcanza un nivel mayor de complejidad, con la aparición
del erotismo (equivalente humano a los rituales de apareamiento animal) y la
libido, que sería según Freud, una fuerza o pulsión o, según Yung, una energía
psíquica, algo parecido al «elan vital» de Bergson, sin los que no podría
entenderse la construcción biográfica de las personas. Recordar brevemente esas
sencillas ideas es de gran importancia para hacer un juicio sobre el asunto de
la 'manada'.
La resolución judicial ha generado un gran movimiento de rechazo,
llegándose a poner incluso en entredicho la existencia en España de justicia.
El concepto de justicia es como el de libertad o felicidad. Un deseo humano en
última instancia, irrealizable en toda su plenitud. La ley es otra cosa. Una
cosa muy humana, que lleva a que tres personas, tres jueces, con discrepancias
importantes entre sí, tengan que consensuar una resolución «legal». Ya veremos
lo que ocurre en las siguientes instancias. Lo sorprendente es que en cada uno
de estos tribunales puede haber una interpretación distinta y son estas
diferencias de opinión, y las posibilidades de apelación, una manifestación de
la independencia de la justicia y de los jueces, más que de su posible
arbitrariedad. Pero a mí me interesan otros aspectos sobre los que sí puedo
opinar sin atenerme a cuestiones de técnica jurídica que desconozco.
Mi valoración de los hechos tiene lugar en el contexto de la consideración
de la sexualidad humana como la consecuencia de un estadio avanzado en la
evolución, ese que nos hace humanos. Y como humano me siento avergonzado de
este grupo de machos humanos que van de feria en feria buscando mujeres para
luego jactarse de los abusos cometidos. Su comportamiento desciende a la
humanidad un escalón en la evolución, desprovee al sexo de esa complejidad
erótica y trascendente que separa el celo animal de la sexualidad humana,
cosifica a las mujeres y degrada a los hombres (varones) a una categoría peor
que la animal, pues los animales están sujetos a unas leyes naturales
ineluctables, mientras que los humanos inventamos esas leyes. Muchas mujeres
mueren aun a manos de individuos como estos y más aún sufren intolerables abusos
sexuales como los que hoy se juzgan.
El juicio a estos individuos interpela sobre todo a los hombres que no
podemos eludir nuestra responsabilidad colectiva en el mantenimiento de los
estereotipos sociales y educativos que permiten, no solo que ocurran estos
sucesos, sino que se justifiquen en nombre de sutilezas como la dificultad para
demostrar el no consentimiento. Es aquí donde se abre una brecha enorme entre
la biología y la cultura. Una brecha que en las actuales sociedades abiertas,
paradójicamente, se ha exacerbado, pues liberales en lo político pueden ser
paradójicamente antiliberales en muchos otros comportamientos sociales, como en
este caso el sexual. Las sociedades abiertas, desprovistas de los instrumentos
necesarios para reprimir las pulsiones biológicas que todos llevamos dentro (la
pulsión sexual es la más perentoria pues en ella basa la evolución la
supervivencia de la especie), se muestran incapaces para refinar a muchos de
los bípedos que aun no han aprendido a gestionar adecuadamente la sexualidad,
la pulsión erótica y la libido. Esta función la cumplía antes la religión, que
apenas si consiguió algunos éxitos, antes de que el rechazo del erotismo en
nombre de unas inexistentes leyes naturales de la sexualidad humana la llevara
al fracaso. Pero nada ha sustituido ahora a la religión en la 'represión' de
los impulsos biológicos, fundamento ultimo de cualquier empeño moral y
educativo.
En las sociedades abiertas, sorprendentemente, en vez de negar la
naturaleza humana, como correspondería a una sociedad más civilizada, la
pregona, como antes hacia la religión, en nombre de una libertad sexual sin
atributos, hasta el extremo de que en su seno pueden campar a sus anchas
jaurías humanas, como esta en lo sexual (o las otras en el fútbol). Esta vuelta
a la naturaleza es lo que a mí me sorprende pues el humano lo es porque
abandonó el estado de naturaleza primigenio y la sustituyó por el estado de la
cultura (en nada natural). Un paso enorme e irreversible, pues no tiene vuelta
atrás, entre otras cosas porque la evolución nos liberó de los mecanismos de
autocontrol de los instintos básicos, dejándolos a la discreción de la
educación social, moral y cultural. ¿Significa esto una cierta nostalgia de la
represión moral? Tal vez, aunque no a la manera que algunos puedan pensar. Pero
aclararlo nos llevaría demasiado lejos, por lo que espero del lector su
benevolencia.
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