FEDERICO SORIGUER. Médico y miembro de la Academia
Malagueña de Ciencias
http://www.diariosur.es/opinion/elogio-refutacion-diferencia-20171029093934-nt.html
Agotados todos los demás, los sentimientos son los últimos argumentos de
los independentistas catalanes. Necesito la independencia porque me siento
diferente y porque siento pertenecer a un pueblo que es, también, diferente.
Porque, si no fuera así, si no me sintiera diferente, ¿por qué y para qué
diablos querría ser independiente? Así que esta es la nuez del separatismo. La
diferencia. Y es este también el más intolerable moral y políticamente de todos
los argumentos. Pues claro que eres diferente. Todos los somos. Lo somos
biológicamente, no hay más que vernos las caras, y lo somos genéticamente, y
menos mal porque en la diversidad genética está la clave de la supervivencia de
cualquier especie. Pero eso es una cosa y otra muy distinta que, como ocurrió en
la primera mitad del siglo XX, se fundamentaran sobre ella las políticas
racistas que terminarían justificando el nazismo. Pero hoy ya sabemos que esta
diferencia biológica es entre individuos no entre pueblos y que hay más
diferencias genéticas entre dos, pongamos, catalanes tomados al azar que entre
un aborigen y un catalán.
El genotipo ha derrotado al fenotipo. Pero agotada las razones biológicas
de las diferencias, surge ahora la razón identitaria, basada en lo
inefable, convirtiendo a estas diferencias, de nuevo, en un derecho
colectivo inalienable. Y es desde este supuesto derecho a la diferencia donde
fundamentan en último extremo el derecho a la independencia. Precisamente una
de las grandes conquistas de la Ilustración fue el descubrimiento del ‘individuo’.
El ‘individuo’ es un invento liberal, como lo es todo el sistema de valores de
los derechos humanos que son sobre todo los derechos de las personas tomadas
una a una. Lo que es ya más dudoso es que exista algo así como una identidad
colectiva inamovible que se transmitiría de generación en generación.
A lo largo de la historia ha existido una obsesión por encontrar el busilis
de la identidad de los pueblos y si tienen alguna duda lean el reciente libro
de Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente (‘El relato nacional’) o ‘Las
falsificaciones de la historia’ de Julio Caro Baroja. Estoy seguro que saldrán
de ellos tan desconcertados como yo. Reconozco mi incapacidad para percibir
estas diferencias colectivas. He viajado mucho, como mucha gente de hoy, y
mi mayor placer cuando he llegado a un sitio era sentarme en un lugar público y
ver a la gente pasar delante de mí. Al cabo de un rato se me ha olvidado dónde
estaba, salvo que este lugar fuera de un país pobre o salvo que me hubiera
equivocado de calle en Chicago o en Manhattan y, allí en estos barrios
innombrables, la sensación era la misma que cuando alguna vez en Sevilla tenía
que hacer las urgencias médicas en la barriada de las Tres Mil Viviendas. Y
este ejemplo está tomado con intención porque lo más sorprendente de este
reverdecimiento identitario ahora de corte emocional es que ha contado
con el apoyo de una izquierda que ha olvidado su razón de existir y agotadas
«sus energías utópicas (Marian M. Bascuñan) se ha volcado en la lucha por los
reconocimientos de las identidades culturales, desplazando su interés desde las
diferencias económicas entre personas y pueblos hacia las diferencias
culturales a veces reales, a veces nimias o inexistentes. Diferencias a las que
había que azuzar o si es necesario reinventar con este discurso alternativo de
la victimización cultural, sobrerrepresentando las especificidades
antropológicas, étnicas, o culturales.
Frente al discurso histórico de la izquierda por la igualdad, la
nueva izquierda sentimental apuesta por una democracia ‘cultural’, frente a una
democracia igualitaria y constitucional opta por la del ‘narcisismo de las
pequeñas diferencias’, frente a un proyecto emancipador global toma partido por
los localismos y las pequeñas diferencias. Ya lo dijo Anna Gabriel el día
3 de octubre: «Somos independentistas internacionalistas» y ahí queda eso. No
es sorprendente que esta izquierda desnortada, magistralmente representada en
España por Podemos, esté frustrada políticamente. Se ha equivocado de ‘demos’ y
en una democracia atinar con el ‘demos’ es la clave.
El caso de Cataluña es paradigmático. El levantamiento revolucionario de
una parte de la población catalana en torno a un sentimiento identitario tiene
connotaciones supremacistas. Algo intolerable incluso para esos
independentistas de última hora, que han llegado a creerse que estas
diferencias que se reclaman son neutras, lo que es un oxímoron, pues de ser
cierto anularían toda la razón de ser de de esa diferencia. Pero, además, tiene
connotaciones prepolíticas, pues están basadas en los sentimientos, un poderoso
argumento que Goya dejó magistralmente representado en sus ‘Sueños de la
razón’, unos argumentos entrañables tomados individualmente pero que ningún
Estado de derecho puede reconocer como argumento político. Así que lo que
negamos aquí es precisamente ese pretendido derecho político a la diferencia.
Las diferencias identitarias forman parte de la razón de ser de los individuos
pero no son razones políticas que identifiquen a un pueblo en un Estado
democrático. Entre otras cosas porque no existe tal cosa como el pueblo.
Aceptar los derechos del pueblo catalán supone aceptar que tal cosa existe
independiente de las personas que viven en Cataluña e independientemente de las
personas que viven en el resto de España y de Europa. Y es esta, en mi opinión,
la batalla que hay que dar a partir de ahora. Desmontar todo el falso tinglado
conceptual que ha sido capaz de seducir a decenas de miles de personas,
dispuestas hoy a cualquier cosa por legitimar mediante la independencia el
sueño de la diferencia. Algo que es legítimo e imprescindible en cualquier
persona que quiera ser autónoma, pero inaceptable cuando se ha intentado
trasladar a todo un pueblo, pues los sueños no son material político. Cuando se
ha intentado utilizarlos con fines políticos la historia, otra vez la historia,
muestra que solo trae enfrentamientos entre los individuos, dolor y
sufrimiento. Y eso es lo que nos espera por ahora.