FEDERICO
SORIGUER Y PACO GARCÍA
25 octubre 201609:10
SUR recogía en la portada del día 17 de octubre la
noticia de una manifestación en Granada de 40.000 personas, la más
multitudinaria desde la de la masacre del 11-M del 2004. Pero esa vez la
cabecera de la pancarta rezaba así: «Por una sanidad pública digna para
Granada. Queremos recuperar nuestros dos hospitales completos». Lo que en
Granada estaban haciendo el día anterior era denunciar el modelo de fusión de
hospitales que fue impuesto por la Consejería de Salud de la Junta de
Andalucía.
La fusión de los hospitales dentro de cada
provincia se hizo en 2013 con nocturnidad y alevosía. En Málaga los
trabajadores de Carlos Haya y del Clínico se acostaron un viernes y se
levantaron un lunes como pertenecientes a un nuevo ente laboral indefinible,
ahora bajo una sola gerencia y con todos sus servicios o Unidades de Gestión
Clínica (UGC) conminados a fusionarse. Algunos ya advertimos de la
inconveniencia de tal medida. Había razones de prudencia. En el reciente libro
sobre la 'Historia del Hospital Carlos Haya y sus Pabellones', dedicamos un
capítulo a analizar este asunto de las fusiones hospitalarias y en varias
tribunas en este periódico hemos hablado de lo que a estas alturas no puede ser
considerado sino como un fracaso.
La medida se impuso sin consultas previas
ni explicación alguna, se desconocían los motivos, salvo la promesa de un
ahorro que nadie entendió bien y, sobre todo, se ignoraba la historia de cada
hospital y de cada Servicio. De nuevo el adanismo les traicionaba. Pero había
también razones técnicas para la prudencia. En un estudio publicado en mayo de
2012 (antes de que en Andalucía fuese puesta en marcha la medida) por unos
investigadores de la universidad de Bristol, se analizó el impacto de la
política de fusión hospitalaria entre 1997-2006 en el Reino Unido durante el
gobierno del laborista de Tony Blair. En este periodo, de 223 hospitales se
fusionaron 112. Los resultados del estudio son bastante clarificadores. De
entrada, el motivo inicial para realizar las fusiones fue la presión financiera
y el deseo de ahorrar de la administración. De hecho, por un lado, a efectos de
plantilla, se redujo de forma significativa la proporción de contratos no
temporales, aumentando la proporción de contratos temporales hasta un 33% en
los hospitales fusionados. Por otro, cualquier superávit de los hospitales
desapareció tras la fusión. Es más, pasaron a ser hospitales deficitarios y
acumularon un déficit, algunos de ellos de hasta 3 millones de libras en 4 años
(3.5 millones de euros) tras la fusión hospitalaria. Por tanto, la fusión salió
bastante cara de llevar a cabo y produjo un claro deterioro financiero de los
hospitales fusionados, tanto a corto como a largo plazo. En términos de calidad
de la asistencia, en ningún caso las fusiones supusieron una mejora de las
demoras en la atención a los pacientes ni en las estancias medias de
hospitalización. Es más, los datos sugieren que aumentó tanto el tiempo de
demora como el número de pacientes en lista de espera para una intervención
quirúrgica por encima de 180 días. Asimismo, tras la fusión hospitalaria se
produjo una peor calidad en la asistencia a los pacientes con ictus según un
estándar usado habitualmente para medirla, hubo un aumento en la tasa de
mortalidad tras el alta a domicilio y también un claro aumento de los
reingresos en los 28 días posteriores al alta. En resumen la fusión de los
hospitales no trajo beneficio alguno en Gran Bretaña. En una tribuna publicada
en SUR (14-10-2014), nos preguntábamos poco después de que la medida fuese
impuesta en Andalucía: ¿Hay algún motivo especial para pensar que en Andalucía
vaya a ocurrir algo distinto? No, no había ningún motivo. El tiempo, que como
dice el refrán pone a todas las cosas en su sitio, las ha puesto también en
este.
El resumen del trabajo de los
investigadores de Bristol es también el resumen de lo que ha ocurrido en
Andalucía, ahora ya cuatro años después de la medida. La fusión de los
hospitales en Andalucía ha sido un fracaso ya reconocido por la mayoría de los
grupos políticos del Parlamento Andaluz (no solo los de la derecha), e incluso
por el propio consejero de Salud actual, quién ha paralizado las fusiones,
aunque no se haya atrevido a explicar en público los motivos, ni tampoco a ser
consecuente y volver al punto de partida.
También lo dijimos hace tiempo en otra
tribuna ('Salvemos Carlos Haya', SUR, 16-3-2015). Cuanto más tiempo pase será
peor y hoy, ya, tienen a 40.000 personas en las calles protestando contra la
situación hospitalaria de Granada. Ni queriendo lo podrían haber hecho tan mal.
¿Y mientras tanto en Málaga qué se dice? Pues salvo los artículos de algunos
periodistas como Ángel Escalera analizando la situación sanitaria y los
esporádicos de algunos líderes sindicales, poco más se manifiesta. No
quisiéramos ser injustos con algunos, pero el protagonismo de los trabajadores
de los grandes hospitales de Málaga brilla por su ausencia. La desmovilización
es total. El cómplice silencio de los nuevos líderes profesionales,
representados por los directores de las UGC, es muy elocuente. Aun así las
fusiones de las UGC están paralizadas y algunos directores o jefes de servicio
se han negado a fusionarse y otros han renunciado a seguir siendo directores de
las nuevas UGC. La interminable crisis iniciada en 2008 cogió desprevenido a
los gobiernos de la época.
La puesta en marcha de la fusión de los
hospitales andaluces solo se explica como una medida autoritaria a la
desesperada en un intento de ahorro (que no han conseguido) y un mayor control
de los trabajadores, que sí que parece haber logrado, al menos en Málaga. Pero
Granada debería ser un aviso para navegantes. Allí protestan juntos
profesionales sanitarios y usuarios. En Málaga, de momento, languidecemos. Un
buen político debería saber leer la inquietud de los ciudadanos, interpretar la
realidad y obrar en consecuencia.
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