FEDERICO
SORIGUER. MÉDICO
16 febrero 2016
DIARIO SUR
http://www.diariosur.es/opinion/201602/16/error-marina-20160216004223-v.html
José Antonio Marina es un filósofo muy prolífico. En
los últimos años Marina, además, se ha embarcado, junto a otros, en el empeño
de conseguir una transformación de la educación en nuestro país. En sus propias
palabras: «La preocupación universal por la educación ha generado un sistema de
excusas en el que todo el mundo echa las culpas al vecino. Los padres a la
escuela, la escuela a los padres, todos a la televisión, la televisión a los
espectadores, al final acabamos pidiendo soluciones al Gobierno, que apela a la
responsabilidad de los ciudadanos, y otra vez a empezar. En esta rueda infernal
de las excusas podemos estar girando hasta el día del juicio. La única solución
que se me ocurre es no esperar a que otros resuelvan el problema, sino
preguntarme: ¿qué puedo hacer yo para solucionarlo?».
Ahora el nuevo ministro de Educación le ha
encargado el 'Libro Blanco sobre la Profesión Docente, generando un
estimulante debate público sobre la enseñanza. Bienvenido, pues si algo es
necesario en España es un gran acuerdo nacional sobre educación. Pero en este
artículo solo queremos hacernos eco de una de las propuestas de Marina que más
rechazo ha generado: la de la recompensa de los profesores en función de su
productividad.
La cuestión de la recompensa por el trabajo
ha sido abordada de muy diversas maneras, pero todas dentro de dos grandes
modelos universales. Uno basado en el llamado 'Efecto Mateo' («al que más tiene
más se le dará, y al que menos tiene, se le quitará para dárselo al que más
tiene»: Mt, cap. 25, vers. 14-3) y otro basado en la 'Crítica del programa de
Gotha, de Karl Marx («de cada cual según sus capacidades, a cada cual según
sus necesidades»).
Desde luego no ha habido economista que no
haya intentado resolver la cuestión de la recompensa y lo mejor que se puede
decir es que no se ha encontrado ninguna fórmula satisfactoria. Pero algunas
son peores que otras. Porque de lo que estamos hablando es, nada más y nada
menos, que de la manera de distribuir la riqueza, de la forma de satisfacer las
necesidades y, detrás de ambas, de la cuestión de la justicia. De las tres,
quizás la más desconcertante sea la cuestión de las necesidades.
Una de las cosas que hemos ido aprendiendo
con sangre a lo largo de la historia es que los seres humanos somos contradictorios.
En el asunto que hoy nos concierne, los humanos somos insaciables en nuestras
necesidades e insaciables en nuestra sed de justicia. A reflexionar cómo saciar
justamente las necesidades es a lo que se ha dedicado buena parte del
pensamiento económico de los dos últimos siglos. El caso de Keynes, uno de los
economistas más influyentes del siglo XX, quizás sea uno de los mejores
ejemplos. En los años veinte del pasado siglo pronosticó que para los años
treinta del presente bastaría trabajar unas 15 horas diarias para dar
satisfacción a las necesidades de toda la población mundial. Faltan menos de 15
años y no parece que vayamos camino de conseguirlo.
Bajando a la tierra, mi modesta
experiencia en este campo no apoya la tesis de Marina sobre la conveniencia de
una recompensa desigual de los maestros en función de la productividad. Aunque
Marina insiste en que sí es posible y propone unos algoritmos complejos para
evaluar la compensación, la verdad es que medir la productividad de algunas
disciplinas es un empeño vano. Ha ocurrido ya con la medicina, en cuya
experiencia me baso. En los centros sanitarios hace ya años que una parte del
salario se asigna en función de la productividad de cada trabajador. ¿Ha
mejorado el rendimiento de los profesionales? La respuesta es un no categórico.
No, porque la forma de medir la productividad es insatisfactoria y no
representa en absoluto el trabajo de los médicos (que son los que mejor
conozco) y enfermeras. No, porque no discrimina entre buenos y malos médicos,
incluso la discriminación es negativa pues quienes cumplen los objetivos son
con demasiada frecuencia quienes renuncian a los mejores valores de la
medicina. No, porque está creando dos castas, las de los representantes de la
dirección que incluye a muchos directores de UGC (y que son los que más cobran
por objetivos) y los otros médicos y enfermeras, la mayoría (que son los que
ven los pacientes). No, porque se ha creado una cultura de servidumbre y
burocratización poco profesional. No, porque pequeñas diferencias en la
recompensa crean grandes agravios, pues la mayoría no se reconocen en la
discriminación salarial. Hay muchos más noes, pero nos falta espacio para
seguir añadiéndolos.
Desde hace muchos años hemos propuesto,
por el contrario, que se reconozca el fracaso de esta productividad factor
variable, que se resignen a pagar a todo el mundo igual por igual trabajo y
dedicación y que diseñen otra política de recompensas, como es, por ejemplo,
compensar por proyectos y no, como hasta ahora, por objetivos, proyectos que en
profesiones vocacionales como la medicina no son nada difíciles de encontrar.
Marina, propone, con buen sentido, que los
profesores incluyan en su currículo algo parecido al MIR de los médicos. No
estaría mal que aprendiera también del fracaso que en los centros sanitarios ha
supuesto la evaluación y la remuneración por objetivos. Muchos teóricos y
algunas grandes empresas están dando marcha atrás. Hoy ven como ingenua la idea
de que las diferencias salariales entre grupos homogéneos estimula la
productividad. En realidad ocurre lo contrario. Inhiben del proyecto común a
muchos trabajadores que se consideran agraviados. Fomenta la competitividad
entre iguales en vez de la colaboración y aquí, un largo etcétera.
Sería deseable que no se cometieran los
mismos errores en este penúltimo intento de regeneración educativa en España y
sería una pena que el proyecto se empantanase por la cuestión de la recompensa.
Ya hemos visto que es una vieja historia. Hay otros muchos asuntos que atender
y sería como empezar la casa por el tejado.
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