FEDERICO SORIGUER. MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
Diario SUR, miércoles, 13 de Septiembre
Málaga no ha tenido de sí misma mucho aprecio como ciudad cultural. La de
las mil tabernas y una librería se decía con sorna castiza. Hoy la proporción
bares/librerías, probablemente siga siendo la misma, pero el panorama cultural
sí que parece estar cambiando. Y no hablaré aquí de las actividades culturales
mayores (en contraposición a las menores de las que hablaremos abajo), como los
museos, un éxito, sin duda, en el imaginario de la ciudad, la ópera, los
festivales o los grandes conciertos. Me refiero sobre todo a la vida cotidiana
cultural de la ciudad. La ventaja de ser un jubilado es que puedes gestionar tu
tiempo de manera mucho más eficiente que cuando trabajabas. Haces, ahora, sin
duda, muchas menos cosas importantes que antes cuando estabas en el frente de
batalla, pero también pierdes mucho menos el tiempo en tantos asuntos inútiles
que como si de un destino inevitable se tratara, la insaciable burocracia y la
incompetencia gestora, te obligaban a resolver todos los días, uno tras otro,
como si del mito de Sísifo se tratara.
Ahora, jubilado, uno gestiona su tiempo mejor y por eso tiene más tiempo
para perderlo. Por ejemplo disfrutando de las actividades culturales de la
ciudad, que para distinguirlas de las otras, llamaremos actividades culturales
menores. Es bien conocido, como Eugenio D'Ors ya advertía, que «en Madrid, a
las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan». Pues algo así ocurre
ahora en Málaga. El que se queda en su casa viendo la basura televisiva es
porque quiere. Hay semanas que tengo que escoger entre varios actos. Y he
dejado arriba señalado que no estoy hablando de la 'alta cultura', grandes
espectáculos, aunque sí de ciertas artes escénicas a las que también incluiría
en esa oferta de cultura menor. Hablo sobre todo de los seminarios, los cursos,
las conferencias, organizadas fuera de los círculos académicos o profesionales
que son la manera de que el conocimiento salga de estos circuitos y permee a
toda la sociedad, contribuyendo así a aumentar su cultura. El Ateneo, la
Sociedad Económica de Amigos del País, las aulas de cultura UMA y de la
Diputación, los ciclos culturales de los museos de la ciudad, diferentes
sociedades profesionales, el aula del SUR, los culturales del Pimpi, la
Academia de San Telmo o la Academia Malagueña de Ciencias son algunas, pero no
las únicas de estas instituciones. Esta última que es la que mejor conozco no
hay semana en la que no organice sola o en colaboración alguna actividad. La
penúltima de ellas, que es también, la que me mueve a escribir este artículo,
la Academia Malagueña de Ciencias y la Sociedad Malagueña de Astronomía,
organizaron una conferencia del doctor Gerald J. Fishman, físico y científico
emérito de la NASA de un enorme prestigio en el mundo de la astrofísica (basta
con que teclee su nombre y vea su currículo en Wikipedia). El título (en
inglés): 'Modern Astronomy'. ¿Y qué hacía, tal vez se pregunte algún lector, un
médico jubilado en la conferencia de un astrofísico americano de la NASA, cuya
disertación fue, aunque no solo, sobre los rayos gamma interestelares? Pues
disfrutar con la inteligencia y los conocimientos ajenos, que es el mayor
espectáculo que le está dado a cualquier ser humano. Con la inteligencia del
ponente, un emérito septuagenario científico americano que hablaba con el mismo
entusiasmo que un recién llegado y con una envidiable capacidad de divulgación
que solo se consigue por quienes han alcanzado ese nivel que antes se llamaba
sabiduría. Esa sabiduría nace de quien no solo sabe que sabe sino que también
conoce los límites de su conocimiento como hizo en su conferencia al comentar
que la ciencia había conseguido retroceder el origen del mundo catorce mil
millones de años, al Big Bang, lo que es un logro impresionante, pero que, en
cambio, nada puede decir de lo que hubiera, si lo hubo, antes de ese momento,
que sigue siendo del dominio de las creencias. Como fue un espectáculo la
complicidad entre el viejo ponente que dio su conferencia en inglés y el joven
traductor, al que no conocía, pero que debía ser un físico (solo alguien con
formación suficiente hubiese sido capaz de aquella complicidad). Y desde luego
la enorme satisfacción de ver como el egregio científico reconocía una y otra
vez las colaboraciones y la competencia de su anfitrión, el astrofísico
malagueño Alberto Castro Tirado, miembro de la AMC, quien previamente había
organizado un encuentro entre el científico americano y jóvenes de un centro
docente de Málaga, lo que me pareció una iniciativa extraordinaria. Me he
extendido en esta conferencia por ser la que me ha estimulado a escribir esta
tribuna y porque ejemplifica muy bien el interés de una parte cada vez más
importante de la ciudad por la cultura que hemos llamado menor, menos conocida
que esa otra más cercana al espectáculo y al mercado cultural, de la que no
renegaremos aunque a veces dudemos de su capacidad para ir cultivando, ¿qué
otra cosas es si no la cultura?, el espíritu de los ciudadanos, de todos los
ciudadanos. También por ser una conferencia sobre la ciencia, que es una parte
imprescindible de la cultura actual, de la que nuestro país está muy necesitada
y sobre la que, como se ve con la afluencia a todas estas actividades, los
ciudadanos demuestran una y otra vez, un creciente interés. Preguntado Savater
para qué sirve la cultura, contestó que para pasarlo bien gastando poco dinero.
A mí solo me costó el billete del autobús. En un país en el que de manera
obsesiva y monotemática los temas de conversación son la política y el futbol,
la cultura debe servir también para cambiar de conversación, que es una
condición imprescindible para que tengamos algún futuro y ser un poco más
felices.