domingo, 18 de junio de 2017

EL OGRO FILANTRÓPICO

FEDERICO SORIGUER

FEDERICO SORIGUER. MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIA 
LA TRIBUNA. DIARIO SUR. Domingo, 18 junio 2017, 10:19
El lector avisado habrá identificado el título de esta tribuna como el del ensayo publicada por Octavio Paz en 1978 donde denunciaba al Estado mejicano que, al mismo tiempo que subsidiaba a los pobres y llevaba a cabo actos humanitarios y solidarios con la población, censuraba y perseguía a parte de esa misma población. Un Estado a la vez filantrópico, represivo y violento.
Por una extraña asociación de ideas me he acordado del ogro filantrópico de Octavio Paz al leer estos días el debate sobre la donación de Amancio Ortega al Sistema Sanitario Público Español de 320 millones de euros para la financiación de tecnologías relacionadas con el diagnóstico y el tratamiento del cáncer. Diferentes CC AA, entre ellas Andalucía, se han beneficiado de esta donación y los medios, las asociaciones de pacientes y muchas sociedades científicas lo han aplaudido. ¡Por fin un mecenas en España! Por eso se han echado encima, como una jauría de lobos, contra algunos médicos, miembros de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública (ADSP) que han cuestionado la bondad de la medida. El insulto más delicado que le han dedicado es de pertenecer a Podemos. La ADSP es una asociación progresista e independiente que tuvo un gran protagonismo en la transición y que contribuyó de manera muy importante a que el sistema sanitario se pareciera más al NHS británico que el modelo liberal americano. Y esto algunos aún no se lo han perdonado. ¿Cómo es posible estar en contra de una donación de esta naturaleza?, dicen.
La crisis que comenzó en 2007 ha sido una más de las numerosas crisis que el capitalismo viene arrastrando desde su nacimiento. En casi todas se le ha dado por muerto pero de todas emerge con más poder que nunca. Así ha sido, también, ahora que dicen que estamos saliendo. Es cierto que esta vez cundió el pánico y los buenos lectores de periódicos recordarán cómo los más eximios capitalistas de nuestro país (alguno ahora en la cárcel) llegaron a pedirle al Estado que impusiera una moratoria al mercado, ante lo que parecía su inminente hundimiento. No ha sido así, sino todo lo contrario. Los ricos son ahora los superricos y los pobres lo son más y más numerosos. ¿Y el Estado (democrático)? El pobre Estado, aquel viejo Leviatán de Hobbes, aquel desprestigiado ogro filantrópico de Paz, que fue incapaz de cumplir con su misión de interventor  del mercado evitando que pagaran el pato de la crisis los mismos de siempre, ha salido escaldado. El último Zapatero y los gobiernos del PP lo primero que hicieron fue acudir al mercado de la filantropía.
Las ONG se convirtieron en la infantería de marina de los sucesivos gobiernos para apagar los fuegos que la crisis iba dejando aquí y allá. Cáritas, esa ejemplar ONG, se convertía así en la más importante empresa de servicios de la sociedad española. Las organizaciones humanitarias, con la Iglesia católica a la cabeza, recuperaban así el protagonismo que la prosperidad les estaba hurtando.
Dicen ahora que estamos saliendo de la crisis y que nada será como antes, lo que es una perogrullada, pues nunca nada es como antes. Pero lo que quieren decir, en fin, quienes hacen tan sesudas advertencias es que el Estado (de bienestar) no podrá satisfacer las necesidades (ni los derechos) de todos los ciudadanos y que el hueco dejado por el Estado debe ser ocupado por la sociedad civil. En las trincheras por las ONG y en los presupuestos por los multimillonarios con vocación de mecenas. Es en este nuevo escenario en el que hay que intentar entender la denuncia de algunos miembros de la ADSP. Ningún mecenas tiene la obligación de serlo. Ni de serlo permanentemente. Ni siquiera tiene la obligación de serlo altruistamente.  Durante años, muchos ciudadanos, entre los que me encuentro, hemos reclamado una ley de mecenazgo que permitiera a los poseedores de grandes fortunas invertir en arte, cultura, ciencia.
Desde luego no creo que muchos estuviéramos pensando que una de las funciones del mecenazgo fuera sustituir al Estado en la provisión de uno de los servicios básicos como el de la salud. Por otro lado, este tipo de mecenazgo sería bienvenido en un país en donde la política de impuestos no discriminara positivamente a los muy ricos. No es el caso del nuestro (véase la reciente sentencia del TC sobre la amnistía fiscal). Son los impuestos y no el mecenazgo la vía más adecuada para conseguir recursos para los servicios básicos. Porque, hasta donde les he entendido, lo que denuncian los miembros de la ADSP no es el mecenazgo en sí, que pertenece a la cultura de las sociedades abiertas, sino la sustitución por el mecenazgo de las funciones que les corresponde al Estado. Desde esta posición este tipo de mecenazgo es caritativo e insolidario. Además no garantiza su continuidad,  que en el mundo sanitario es tan importante, pues como cualquier gestor sabe una vez satisfecha una necesidad sanitaria es muy difícil dar marcha atrás.
Los miembros de la ADSP han cuestionado también el objetivo al que se va a dedicar el dinero. Parece ser que es esta una decisión que han tomado las autoridades sanitarias. Esperemos que sea así y que las compras y el uso de la tecnología sean transparentes para evitar malos entendidos. Pero no hay que olvidar, como escribió Susang Sontag, que la enfermedad la sufren las personas, pero como constructo social la enfermedad es, además, una metáfora en la que se expresan muchas cosas, entre ellas las relaciones de poder, una cuestión de gran importancia a la hora de establecer las prioridades, como sabe cualquiera que haya tenido responsabilidades en el mundo sanitario. Porque con donaciones tan millonarias,  de lo que estamos hablando no es de generosidad ni de altruismo, sino de relaciones de poder; en última instancia, de saber en cada momento quién manda aquí, un asunto que no puede dejar indiferente a nadie.


lunes, 5 de junio de 2017

LA ENFERMEDAD NOS HACE HUMANOS

LA TRIBUNA
FEDERICO SORIGUER MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
3 junio 201710:02

http://www.diariosur.es/opinion/201706/03/enfermedad-hace-humanos-20170603002527-v.html



En los años ochenta del pasado siglo mantuve un cordial y prolongado debate sobre el futuro de la medicina, con un distinguido colega de Madrid (el Dr. F. Sánchez Franco). Él, con una sólida formación científica en USA, sostenía que el siglo XXI ya no sería el de la enfermedad sino el de la ‘performance’ de la salud. Yo, más escéptico, tenía mis dudas. Los 17 años del siglo XXI nos han dado la razón a los dos. Hoy hay más personas sanas y, también, más enfermos que nunca, lo que no es contradictorio aunque lo parezca. Pero aquel sueño de mi colega vuelve con toda su fuerza de la mano de los gurús de Silicon Valley, quienes anuncian, nada más y nada menos que la felicidad, la salud y la inmortalidad. «En 2045 la muerte será opcional» y para entonces el envejecimiento «será una enfermedad curable», aseguró recientemente en un programa de TV1 el ingeniero y profesor fundador de la ‘Singularity University’ en Silicon Valley, José Luis Cordeiro. Yo aquí hoy me voy a permitir solo un comentario y una recomendación que dejo para el final de este artículo. Como médico no puedo sino alegrarme de que algún día, aunque dejen sin trabajo a mis colegas del futuro, desapareciera la enfermedad, pero tengo la obligación de dudar de ello. Cuando alguien se atreve a profetizar es conveniente que conozca bien la historia. Y la historia nos dice que ‘el genio epidemiológico’ de muchas enfermedades ha cambiado, que el concepto de salud no se parece ya nada al de la época hipocrática y ni siquiera al más reciente de Alma Ata y que, en fin, las fronteras entre la salud y la enfermedad en buena parte se han roto. Naturalmente estoy hablando del mundo llamado desarrollado, porque en el otro los cuatro jinetes del apocalipsis siguen cabalgando a su antojo. Pero en el primer mundo, en el nuestro, la mayor parte de las enfermedades son ya crónicas y asociadas a la prolongación de la vida y, sobre todo, a un cambio cultural, entendido a la manera de Franz Boas, tan rápido que ha cogido con el paso cambiado a un cuerpo humano que no estaba preparado para tanta ‘prosperidad’. Así que sin eufemismos de ninguna clase podemos afirmar que los seres humanos ‘inventamos’ enfermedades, entendiendo aquí la palabra invento(s) como aquellos sucesos que surgen del contexto (’environment’) y no de la naturaleza humana. Es el caso de la obesidad, de la diabetes mellitus tipo 2, de la artrosis, de los pies planos, de las caries dentales, de muchas alergias e intolerancias alimentarias.. (la lista es demasiado numerosa para completarla aquí), enfermedades desconocidas, o casi, hace solo un siglo. El caso del SIDA es paradigmático. Una enfermedad inesperada, que en otro momento hubiera sido considerada ‘bíblica’, que aparece en los finales del XX cuando todo el mundo había cantado ya victoria sobre las enfermedades infecciosas. Lo más sorprendente de todas estas enfermedades es que aunque las padece el cuerpo humano (¿quién si no las iba a padecer?), ninguna de ellas tienen su origen (en el sentido más literal de la palabra), en el propio cuerpo sino fuera de él, en aquel lugar que antes hemos llamado cultura. Y sin embargo no deja de ser paradójico que, a) el interés de los últimos 30 o 40 años haya estado dirigido a la investigación biológica de estas enfermedades (la investigación genética sobre todo) y, b) que a pesar de ello, la prevalencia e incidencia de todas ellas no cese de aumentar. Es la historia de un fracaso que nadie quiere reconocer. La pregunta es, ¿si el origen de la mayoría de estas enfermedades no es propiamente biológico, sino histórico, es decir vinculado al modelo de sociedad, por qué seguimos creyendo en soluciones biomédicas, especialmente las relacionadas con la manipulación genética, en vez de reflexionar sobre la conveniencia de una sociedad menos insalubre? La respuesta, querido lector la dejo a su elección, pues no es independiente de los valores de cada uno y del modelo de sociedad que anhela para sí y para el futuro de sus hijos y nietos (es decir para el futuro de la humanidad). No deberíamos olvidar que todos aquellos, desde Tomas Moro, a Aldoux Huxley, desde D. Santiago Ramón y Cajal a Saramago, que han imaginado un mundo feliz, libre de la enfermedad y de la muerte, han terminando por devolverle a la humanidad su faz original, horrorizados ante las consecuencias de una salud (que incluye a la inmortalidad) eterna. De hecho no deja de ser un sarcasmo que con un número más o menos igual de enfermedades que siempre, hoy haya muchos más enfermos que nunca (¡que se lo pregunten si no a los gestores sanitarios!). Porque salud y enfermedad no son realidades antagónicas sino dialécticas, cuya concurrencia va cambiando a lo largo de la historia, ¡con la historia! Ahora los nuevos profetas nos prometen para el 2030 un mundo feliz e inmortal. Es posible que consigan que no nos muramos, pero no sè si tienen previsto un antídoto contra el aburrimiento. Porque como alguien ha dicho con ironía: «El colmo de alguien inmortal es que lo condenen a cadena perpetua». En todo caso me apuesto desde aquí mi vieja barba, a que no conseguirán un mundo libre de enfermedades. Anunciaba al principio un segundo objetivo de esta tribuna. No es otro que recomendar encarecidamente la lectura del libro ‘Transhumanismo’, que acaba de publicar el catedrático de Filosofía de la Ciencia de la UMA, Antonio Diéguez Lucena. Como en los próximos años vamos a seguir oyendo promesas sobre un futuro trans y posthumano, en el que conseguiremos la felicidad y la inmortalidad, es conveniente que el ‘tsunami’ nos coja prevenidos e informados. Y son ambas cosas las que consigue magistralmente el profesor Diéguez. Cómprenlo y léanlo, no se arrepentirán.